El lenguaje secreto de los colores
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El lenguaje secreto de los colores
FIC ORIGINAL DE http://deraka.livejournal.com/20979.html#cutid2
Todo empieza como un juego en la sala de guionistas. Cómo siempre, Ángel se resiste a hacer el ganso gratuitamente a pesar de que sabe que terminará cayendo. Él está tan tranquilo enfrascado en su guión y disfrutando del silencio que le otorga el ser la única persona en la sala, cuando ella aparece.
En realidad, ya sabía que estaba ahí mucho antes de que ella inclinase la cabeza sobre su hombro y leyera en voz alta la última frase que había escrito, con el timbre de su voz rompiendo el silencio y su pelo haciéndole cosquillas en el cuelo. Ángel, de hecho, está empezando a acojonarse por eso de que es capaz de sentir cuándo su compañera ha llegado o está cerca. No es porque oiga sus tacones a lo lejos, o que ese olor a flores tan característico se adelante a su presencia, sino que de repente parece que a la bombilla le hayan aumentado los watios, porque la habitación brilla con más intensidad y Ángel lo siente en la piel, en el ánimo, y piensa “Es Patricia” (también piensa “estoy jodido y bien jodido”.) y cinco segundos más tarde, ella se materializa a su lado comiendo Chips Ahoy, o escucha su saludo de “¡Buenos mediodías a todos!”. Y la verdad es que, de niño, él siempre deseó tener alguna habilidad especial, ahí rollo Spiderman. Pero es realmente ahora que tiene ese extraño don, cuando también entiende la mítica frase de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. En su caso, ese nuevo superpoder no sirve para salvar ni su propio mundo, sino que más bien le hace la existencia más jodida (cuando se da cuenta de que la rubia forma parte de su vida de tal forma que sus sentidos, gracias a Dios no arácnidos, reaccionan a su presencia apabullante) y su responsabilidad es bloquear cualquier sentimiento que pueda poner en peligro la relación de amistad/trabajo/niñero/lo que sea que tenga con la rubia, por mucho que cueste acostumbrarse a ese escalofrío cada vez que ella le sonríe.
El caso es que ahora ella está ahí, saludándole como cada día y preguntándole si quiere jugar con ella a algo.
- Te dejo escoger el juego, ¡Venga, va!
- No puedo Patricia, tengo el guión a medio escribir. – tal vez debería enfadarle el hecho de que él se tenga que pegar semejante curro y ella ande por ahí pensando en jugar, pero hace tiempo que no le sale eso de cabrearse realmente con la tarada.
- Jo... ¡Pero es que me aburro un montón, Ángel! Me he dejado los Alpino en casa y aquí no hay nada chuli para dibujar.
- Coño, pues no vengas a estas horas. No entiendo por qué lo haces si no te necesitamos hasta las 3.
- Es que tú estás solo toda la mañana, enano.
- ¿Y eso qué tiene que ver?
- ¡Pues que no quiero que estés solito! Me da pena, debe ser un rollo.
Son frases como esas, que desde hace semanas se están volviendo habituales, las que lo dejan sin respuesta. Cosas como que de repente a Patri le de por venir horas antes para hacerle compañía (aunque solo sea para darle la tabarra plantándole cada cinco minutos un comecocos y pidiéndole que elija un número) que sea la única persona a la que le ofrezca Lacasitos o que le eche miradas asesinas a cualquiera que se meta con su tamaño. “¡Sólo yo puedo llamarle enano!” le increpó una vez a un Dani que se quedó con cara de “¿Pero qué he hecho ésta vez para cabrear a la loca de la colina ésta?”
Pero hoy Ángel viene preparado, se levanta arrastrando la silla y se va a un rincón de la sala, donde hay apoyado un tablero de parchís.
- Mira, hacemos una cosa. Tú te entretienes jugando un ratito con alguno de tus amigos imaginarios y cuando termine esto ya echamos una partida en condiciones ¿vale?.- no es intencionado, pero el tono con el que le habla suena demasiado dulce. Son cosas que le salen sin pensar, como entrar en la primera juguetería que ve y comprarle algo a su amiga para que no se aburra por la mañanas en ese nuevo tiempo compartido.
Patricia mira perpleja durante unos segundos el tablero antes de cruzar los brazos y poner cara de tremendo fastidio.
- ¡No voy a jugar a eso! ¡No me gusta el parchís!
- ¿Y eso por qué?- ¿ha oído bien? ¿Patricia diciéndole que no a un juego?.- ¿Te disgusta que las fichas no tengan forma de corazón?
- No es eso... aunque ahora que lo dices...- hace un mohín.- Pero es que no puedo jugar al Parchís.
- ¿No sabes jugar?- no puede contener su asombro, pensaba que Patricia conocía todos los juegos habidos y por haber.
- ¡No he dicho que no sepa, he dicho que no puedo! ¡Por culpa de los colores! ¡No son los adecuados!
“¿Pero qué me está contando ésta ahora?” Ángel mira el tablero, buscando el fallo.
- Son los cuatro colores más representativos del mundo, Patricia ¿Cómo no van a ser los adecuados?
- ¡Pues no lo son! Y el color de las fichas es lo más importante de un juego. Si el color no es adecuado, no se puede jugar.
- Esto... creo que me he perdido.- ella lanza un profundo suspiro de disgusto.- No, a ver, en serio: Rojo, amarillo, azul y verde. Son los típicos colores de los juegos. Será porque son los que más elige la gente ¿no?
- Pero que alguien los elija no quiere decir que los represente. ¡Y eso es algo que la gente confunde a menudo!, ¡Uno no debería elegir un color que no lo defina! Y si no tienes un color que te defina, no deberías jugar con él. ¡Porque si lo haces estarás vendiendo tu alma por culpa del juego! ¡Y eso es algo que yo me niego a hacer, Ángel! Así que yo no puedo jugar al Parchís.
La cara de Ángel es un poema, no ha entendido ni una palabra del apológico discurso de su compañera.
- Pero a ver, tarada ¿¡Te das cuenta de que estamos hablando de colores!? ¡Es una gilipollez sin importancia!
- ¡Claro, como tu color sí que sale!- le señala acusadoramente.- ¡¡No entiendes mi frustración, maldito azul dicriminatorio!!
A Ángel se le escapa una de esas risas secas del tipo “no sé si reírme o no porque tampoco sé si me estás hablando en serio o se trata de otra de tus bromas sin pies ni cabeza”.
- ¿Qué me has llamado?. P-por qué me llamas...- Patricia le mira como si le hubiera preguntado la mayor obviedad del mundo y señala un trozo del tablero.
- Azul, enano. ¿Ves? Aquí estás.
- ..... ¿Yo soy azul?
- ¡Eres totalmente azul, Ángel! ¡Azul de los pies a la cabeza! Eres más azul que los pitufos - y añade más bajito, sin poder contener la risa.- y más bajito también.
- Ja-ja, que graciosa. Y yo no soy azul.
- ¡Sí que lo eres!
- Pues yo siempre he jugado con el amarillo.
Patri ahoga un gritito de espanto.
- ¡¡No puedes jugar con el amarillo!! ¡Miki es el amarillo!- dice haciendo aspavientos.- No puedes alterar así el orden de los colores, Ángel, ¡no puedes!
Por un momento piensa que hasta le va a soltar un sopapo.
- Vale, joder, tampoco hace falta que te pongas así. Además, sigo sin entender por qué tú no puedes ju...- Se atasca a mitad de la frase, golpeado por una epifanía repentina. Mira alternativamente al tablero y a la rubia que hace pucheros, y por fin lo comprende todo - ....no puedes jugar al parchís.- lo dice despacio, mientras lo asimila.
- ¡Lo sé!- contesta dramáticamente.
- Porque... el parchís... no tiene fichas de color rosa...
- ¡¡Lo sé!!- repite con los ojos empañados.
Esa es la señal definitiva. El punto de No Retorno. Porque si realmente Patricia tiene razón con toda esa historia, y cada uno tiene un color que le representa... el suyo es, sin atisbo de duda, el rosa. Rosa como el de sus mejillas cuando ríe inconteniblemente ante alguna broma de Ángel. Rosa como los labios que lleva soñando desde hace tiempo. Rosa como uno de esos corazones que tanto le gusta pintar, como su corazón que no le cabe en el pecho. Como la alegría que inunda la habitación cuando llega. Como el color que representa la puta prensa que pone a parir en su sección. Como el cariño con el que trata a todo el mundo y, desde hace un tiempo, a él especialmente. Ahora ya no solo es capaz de ponerle un nombre a ese sentimiento, sino también un color.
Patricia es rosa como el amor.
“Estoy jodido” piensa, debería darle arcadas la conclusión a la que acaba de llegar, ¿y en lugar de eso? Le tiemblan las rodillas “Estoy jodido y bien jodido”. Patricia parece afligida y a él le dan ganas de levantarse de la silla y ponerse a correr por todos los pasillos de los estudios mientras grita “¡¡Nooooo!! ¡¡¡No puede jugar al parchííís!! ¡¡¡Noooo!!! ¡¡¡Nooooo!!!”.
Le da unas torpes palmada en la espalda.
- Bueno... tranquila... ya encontraremos una solución.- ni siquiera él mismo se cree sus palabras. Su subconsciente pugna por las ganas que tiene de prolongar el contacto y los deseos de que alguien entre en la sala, le arree una hostia bien dada que le haga entrar en razón y lo zarandee mientras le grita “¡¡No te dejes llevar por su paranoia!! Tío, ¡Estás hablando de colores! ¡Estás aceptando que te estás enamorando de ella! Vuelve con nosotros!”
- Es inútil, no hay nada que pueda hacer.- la voz de Patricia suena apesadumbrada aunque solemne.
- Venga... mujer.. siempre puedes hacer un apaño con el rojo...- sus patéticos intentos de ánimo hacen más mal que bien.
- ¡¡¿¿El rojo??!! – le mira como si se hubiera vuelto loco.- ¡El rojo! ¡No puedo jugar con el rojo! El rojo es un color tan... tan... ¡¡tan Dani!!
- Hostias...- “Pues para estar tarada tiene más razón que un santo!”. – Lo... lo siento, no quería...
- Es igual. Déjalo, ¿vale? No pasa nada.- comienza a recoger el tablero con la cabeza gacha.- A lo mejor Dios no quería que yo jugara al parchís...
Y es esa cara, justamente esa expresión en la rubia lo que hace que algo le oprima el pecho y le dé una patada al poco sentido común que le queda.
- No seas tonta ¿Cómo va a querer Dios una cosa así? Anda, ven. Que tengo la solución.- sin saber muy bien lo que dice, aunque con una extraña idea en mente, agarra la pata de la silla de su compañera y la arrastra hasta tenerla casi pegada a él. Ella le mira con cara de perro apaleado coger el rotulador fluorescente de color azul. Ángel le sostiene la cara, intentando no pensar demasiado en lo suave que es al tacto, y le pinta con decisión dos franjas azules en cada mejilla, como si fuera una india.
- Hala, ya está. Ya eres azul así que ya puedes jugar al parchís... aunque no le preguntes a Rober, porque le parecería que vas a animar a un partido del Deportivo.
Patricia se lleva las manos a las mejillas y palpa cuidadosamente, solo con los dedos índice las marcas de color, cerciorándose de que están ahí. Parece entre sorprendida y asustada cuando le pregunta en un susurro.
- Pero... esto... ¿no es hacer trampas?
Ángel hace un gesto con la mano, quitándole importancia.
- ¡Qué va! Esto está permitido, si uno quiere dejarle a otro un poco de su color para que juegue, puede hacerlo. Y ni siquiera tiene que perder turno.
- ¿De verdad?
“¿Cómo va a ser verdad, tarada?” ni siquiera él sabe lo que acaba de decir, pero a ver quién le dice que no a esos ojillos expectantes. Asiente con la cabeza, haciendo que está súper convencido de lo que dice y le enternece ver como es capaz de creerse a pies juntillas la chorrada más grande si es él quien se lo cuenta. La cara se le ilumina de alegría.
- Entonces... soy... ¡soy un poco azul.! ¡Gracias, enano!- se levanta de su asiento y le abraza pegando su mejilla contra la de él, a pesar de sus protestas.
- Nononono... ¡quita loca! Que no está seco aún y me vas a manchar ¡Quita!.
Dicho y hecho. Cuando se separan, en la mejilla derecha de Ángel hay restos de azul. Patricia no puede parar de reír y dice “tengo la solución” y es ella ahora quien agarra el fosforito rosa de la mesa y, antes de que pueda escabullirse, le pinta a Ángel un corazón rosa en la mejilla. Él protesta intentando borrárselo con la mano, pero Patricia ya le ha vuelto a dibujar una raya que va de una mejilla a otra pasándole por la nariz. Así que Ángel blande el color azul y le pintarrajea una cicatriz con forma de rayo en la frente como venganza. Aunque la risa no le ha de durar mucho, porque la rubia ya le dibujado encima de sus cejas otras dos franjas, con un rotulador verde que tenía a mano, que son nada más y nada menos que...
- ¡Las cejas de Dani!, Ángel, tienes las cejas de Dani.
- Ya te daré yo a ti cejas.
Y sus risas rebotan contra las paredes y llenan la habitación, y sus rodillas chocan y sus brazos son un lío y no paran de darse manotazos y de toquetearse. Y Patricia con la cara azul es lo más bonito que Ángel ha visto en su vida y, definitivamente, quiere pegarse un tiro porque ahora la habitación brilla como nunca y eso no puede ser buena señal para su estado de salud mental.
Pero a Patri se le cae el fluorescente al suelo y Ángel lo coge antes que ella y “¡Ja! ¡He ganado!” ahora la rubia tiene la punta de la nariz rosa y los colores se mezclan en su cara sin que ella pueda hacer nada por sacarse de encima al enano que no sea contraatacar con la barra de labios que lleva en el bolso.
- ¡Ángeeeel!.- protesta – Si me mezclas con otros colores ya no podré jugar al Parchís.
- ¿Y qué, es una mierda de juego?.- dice mientras esquiva a su compañera.
- ¿¡Cómo que es una mierda de juego!?
- En serio, es un rollazo. Para empezar, necesitas un cinco o no puedes salir, y para sacar un cinco te hace falta un puto milagro. Y luego cuando están fuera todas las fichas y lo que quieres es un seis para volver a tirar, no paran de salirte cincos...- ya no sabe ni lo que dice, cree que se va a ahogar en sus propias carcajadas y se ha vuelto adicto a tocar el pelo de Patricia. Tanto es así que baja la guardia y ella le coge la cara, y él no es capaz de zafarse de ese cálido contacto, así que termina con los labios pintados de color carmín.
- ¡Ajajaja! ¡Chúpate esa enano!
- ¡Ahhhgg! ¿Pero qué? ¡Ahhh que mal sabe esto!
- Estás ideal.- se mofa ella, con la sonrisa de una niña pequeña.- Te va a juego con el bigote de mosquetero que te he puesto.
- Sí, ya, ideal de la muerte.
- ¡Síííí! Hasta dan ganas de darte un besito.
Y es así, sin más como Patricia le besa.
Patricia Conde. Compañera, rubia tarada, que colecciona navajas, acepta a meros como animales de compañía, le vuelve loco en su trabajo, le vuelve loco... a secas, que huele a flores del campo y parpadea más rápido que Minnie Mouse, canta Camela a voz en grito, se emborracha solo con oler el alcohol, tiene las mayores ideas de pata de banco que jamás ha oído a nadie y unas piernas largas y un pelo precioso y un cuerpo despampanante y un culo que quita el aliento y los mejores labios que ha visto nunca.
Le. está. besando.
En ese lugar y momento, sin importarle que alguien pueda entrar y verles, como si fuera parte del juego, con restos de sonrisa en los labios y la cara de colorines. Le besa mientras le acaricia la cara y sus rodillas chocan. Y no es un beso urgente y apasionado con mucha lengua y demasiada saliva... sino que es más bien una caricia, un beso de cuento en el que la princesa se pone de puntillas y junta su boquita de fresa con la de su amado príncipe azul (un príncipe, todo sea dicho, bastante empanado. Porque es incapaz de reaccionar y sus ojos siguen clavados en el infinito y tiene el cuerpo entero en tensión).
Y casi como empieza, termina. Patricia se aleja un poquito, sin apartar las manos de la cara de Ángel. Sigue sonriéndole, pero su mirada se muestra algo más cohibida de lo normal. Está buscando por todos los medios una reacción en su compañero.
Ángel parpadea varias veces, sin poder creerse lo que acaba de pasar y con la respiración de la rubia chocando contra la suya.
- ¿Se puede saber a qué ha venido eso? – siente, para su cabreo, como le tiembla la voz. Y a Patricia se le borra la sonrisa y pone cara de cervatillo a punto de salir corriendo.
- Es que...- se encoge de hombros.- Me apetecía darte un beso.
Ángel siente una bola en el estómago, que no sabría explicar qué es porque se mezclan demasiados sentimientos juntos (confusión, sorpresa, rabia, deseo) y tiene miedo de terminar vomitándolos todos.
- ¿Te apetecía? – no puede creerse lo que oye. Con cuidado va separando las manos de Patricia de su cara. En esos momentos la rubia no le cae nada, nada bien. Porque para ella todo es muy fácil. Para ella todo comienza con un juego en la sala de guionistas porque, a fin de cuentas, no es ella la que lidia día tras día con un sentimiento que al cuerpo le queda pequeño (¡y ya vale con intentar hacer chistes al respecto de su tamaño, maldita deformación profesional!). Porque no es ella quien soñará meses después con ese momento, porque está convencido de que a ella todo ese amasijo de pensamientos encontrados no se le atraganta, haciéndosele bilis, en la garganta.
- ¿Te apetecía... así, sin más?.
- ¿Te ha parecido mal?
- ¿Qué si me ha parecido....?- resopla. Sí, le ha parecido mal. Le parece mal la crueldad de Patricia, y el hecho de que su inocencia le impida ver que, con ese gesto casual que para ella no ha significado nada, ha sentenciado a Ángel a la tortura del recuerdo de esos labios sobre los suyos, sabiendo que nunca volverá a repetirse porque “No es más que un juego, fue un impulso. Le apeteció besarte como podría haberle apetecido sacarte la navaja.”. Le parece mal que la muy tarada no se dé cuenta y de que sea incapaz de enfadarse con ella por eso.
- Mira Patricia...- está a punto de tirar la toalla, de contarle la verdad de la situación en la que está y de condenarse así a los silencios incómodos y las distancias desmedidas. Pero, para variar, Patricia pasa olímpicamente de lo que tenga que decirle y se pone de pie, a su lado, comenzando a hablar atropelladamente como si le hubieran dado cuerda.
- Vale, no hace falta que digas nada. Ya sé que te ha parecido mal. Pero... Es que no he podido evitarlo ¿vale? Es como... como ¡Cómo el chocolate!
Ángel la mira con cara de alucine. Primero los puñeteros colorines y ahora el chocolate. ¿Qué será lo próximo, comparar a la gente con sabores de helado?
- ¿Chocolate?- Pregunta con cautela, no muy seguro de si quiere oír el resto.
- Sí, sí. Como el chocolate. A mí me encanta el chocolate ¿vale?. Y he comido chocolatinas que estaban súper buenas. Pero imagínate que un día encuentras, por casualidad, ¡el MEJOR chocolate del mundo! El que sabe mejor y el que, da igual cuánto y cuándo y cómo lo tomes, porque sabes que te gustará de todas las maneras posibles y no te cansarás de él en la vida. Pero entonces viene El Dentista de La Sexta y te dice que ese chocolate, el único chocolate en el que puedes pensar ahora, está totalmente prohibido porque... ¡Porque pueden salirte caries! Y eso sería un problema, porque no puedes trabajar con caries... Y entonces intentas toooooodos los días resistirte al chocolate y haces la dieta más dura de tu vida, e intentas comer otro chocolate para olvidar, pero como el otro chocolate tiene los mismos apellidos que tu chocolate pues la cosa no sale bien. Porque da igual lo mucho que me engañe... porque... ¡Porque no se puede olvidar, Ángel! Y ya estoy harta de aguantarme. Me dan igual las caries que me puedan salir. Quiero comer el chocolate antes de que venga alguien más lista o más guapa o más divertida que yo y me lo quite.
Cuando Patricia termina su perorata tiene las mejillas coloradas y los ojos húmedos, y sus labios tiemblan inconteniblemente en un puchero. Su expresión es la más triste y a la vez más hermosa que le ha visto. Y la mente de Ángel, que normalmente necesitaría un GPS para seguir el hilo de pensamientos de la rubia, capta el mensaje codificado que ella le ha mandado escudándose en metáforas infantiles. Y finalmente consigue comprender que durante todo ese tiempo lo único que estaba haciendo mal en todo ese tema de enamorarse de Patricia era no preocuparse nunca de lo que ella opinaba. Pero claro ¿Cómo iba él a imaginar que una tía que se pasa el día en un viaje de felicidad podría estar pasándolo tan mal, sino peor, que él? “Sí ya me lo decía mi madre... Ángel, deja de darle mil vueltas a las cosas, que pare eso ya estamos las mujeres.”
Se pasa una mano por el pelo y lanza un suspiro... no tiene ni idea de por dónde empezar, pero no puede quedarse callado después de lo que le ha dicho ¿no?.
- Vale... euhmm... Perdona. Yo... no sabía que lo estuvieras pasando tan... mal.
Ella asiente sin dejar de moquear. Ángel nota un nudo en la garganta cuando pregunta.
- Pero... ¿En serio te gusta tanto ese chocolate? Quiero decir...a lo mejor solo es un capricho... o algo.
- No es un capricho. – la contundencia con lo que lo dice le asusta un poco.
- ¿Te gusta más que el chocolate con almendras?
- Mucho más.
- ¿Y que el chocolate con lacasitos?
- Me gusta más que cualquier otro chocolate.
- Pero... ese chocolate... yo creo... creía que... no sé. Ese chocolate es un poco como... como los de gama baja ¿sabes?. Y a lo mejor ese chocolate tiene un poco de miedo porque... yo que sé, tú vienes de comprar chocolate en la Tienda Gourmet de El Corte Inglés y de repente vas y te pasas a la marca del Mercadona. ¿No crees que el chocolate está un poco acojonado con que pueda cagarla y que en realidad te des cuenta de que no sabe tan bien como tú creías y todo termine con un... ¡Joder! ¡Que fin de cuentas solo es un chocolate enano y farlopero!
No sabe qué puede tener de gracioso lo que ha dicho (sí sabe que de patético tiene hasta la última coma, pero ¿gracioso?) y sin embargo Patricia le sonríe como si le hubiera confirmado que las hadas existen si crees en ellas y aplaudes muy fuerte. Se acerca a él, tapándole la boca con un solo dedo. Y ahora parece que en su cara brillen todos los colores del arco iris.
- Adoro ese chocolate.
Y, esta vez, el beso es correspondido como se merece. El atolondrado príncipe azul hunde sus manos en las ondas rubias y la rodea por la cintura. Y la boca de fresa se abre para él, y la sensación de esa lengua reptando por su boca es como una explosión. Ya no recuerda ni su nombre, ni en qué día vive, ni que el guión está a medio terminar, ni que todo empezó como un juego en esa sala. Un juego en el que no quería participar pero en el que terminó cayendo porque Patricia siempre sabe como convencerlo. Con amenazas, cachetes o dulces besos interminables que le dejan sin aire en los pulmones y el alma en carne viva.
Apoyan frente con frente, con sus alientos entrechocando, los labios húmedos y enredados de tal forma que no sabrían decir dónde empieza uno y acaba el otro. Patricia sonríe y deja escapar en susurros.
- ¿Sabes lo que acabamos de hacer?- le dice y él le mira un poco preocupado.- El morado
- ¿El morado?
- Sí, Ángel, el rosa y el azul hacen morado ¿No lo sabes? Lo leí en un libro genial en el que un ratoncito te enseñaba como se combinaban los colores y la mejor forma para pintar sin salirte del dibujo. Bueno... lo de salirse del dibujo no viene mucho a cuento, pero el caso es que si tienes dos colores diferentes y los mezclas... ¡pues te sale un nuevo color!. Y en nuestro caso, antes la gente nos miraría y diría “¡Ey! Por ahí va el enano. Madre mía, es que es súper azul ese tío” y al verme a mí dirían “Ésa chica tan rosa y tan guapa que va por ahí es Patricia. ¡Vamos a verla al Teatro Maravilla! Porque ahora está actuando allí en una obra ¿sabes?”. Pero ahora cuando nos vean no dirán eso sino que dirán “Anda mira, por ahí van Ángel y Patricia. Y son morado...” ¿Lo entiendes?.
- Ni la primera palabra.- le confiesa .
- ¡Ángel!- ella regaña, pero los dos terminan riéndose.
- Pues... te recuerdo que el morado tampoco puede jugar al parchís. Así que estamos como al principio.
Ángel le mira con picardía. “Ahí te he pillado”, piensa por un momento, antes de que Patricia sonría con su boquita rosa y se encoja de hombros.
- Bahhh... ¿Quién quiere jugar al parchís pudiendo comer chocolate?.
Todo empezó como un juego en la sala de guionistas. Horas más tarde aún tenían restos de colores en la cara y un secreto delicioso entre ellos. Para una persona normal puede que esto pase desapercibido. Pero, si eres de esas personas capaces de descifrar el lenguaje oculto de los colores, sabrás lo que esconden sus miradas, sus sonrisas y sus roces casuales. Y sabrás por qué ambos ahora utilizan siempre fosforitos morados.
Y sabrás que con ese color se escriben las dos palabras que sus labios no pronuncian.
FIN.
Todo empieza como un juego en la sala de guionistas. Cómo siempre, Ángel se resiste a hacer el ganso gratuitamente a pesar de que sabe que terminará cayendo. Él está tan tranquilo enfrascado en su guión y disfrutando del silencio que le otorga el ser la única persona en la sala, cuando ella aparece.
En realidad, ya sabía que estaba ahí mucho antes de que ella inclinase la cabeza sobre su hombro y leyera en voz alta la última frase que había escrito, con el timbre de su voz rompiendo el silencio y su pelo haciéndole cosquillas en el cuelo. Ángel, de hecho, está empezando a acojonarse por eso de que es capaz de sentir cuándo su compañera ha llegado o está cerca. No es porque oiga sus tacones a lo lejos, o que ese olor a flores tan característico se adelante a su presencia, sino que de repente parece que a la bombilla le hayan aumentado los watios, porque la habitación brilla con más intensidad y Ángel lo siente en la piel, en el ánimo, y piensa “Es Patricia” (también piensa “estoy jodido y bien jodido”.) y cinco segundos más tarde, ella se materializa a su lado comiendo Chips Ahoy, o escucha su saludo de “¡Buenos mediodías a todos!”. Y la verdad es que, de niño, él siempre deseó tener alguna habilidad especial, ahí rollo Spiderman. Pero es realmente ahora que tiene ese extraño don, cuando también entiende la mítica frase de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. En su caso, ese nuevo superpoder no sirve para salvar ni su propio mundo, sino que más bien le hace la existencia más jodida (cuando se da cuenta de que la rubia forma parte de su vida de tal forma que sus sentidos, gracias a Dios no arácnidos, reaccionan a su presencia apabullante) y su responsabilidad es bloquear cualquier sentimiento que pueda poner en peligro la relación de amistad/trabajo/niñero/lo que sea que tenga con la rubia, por mucho que cueste acostumbrarse a ese escalofrío cada vez que ella le sonríe.
El caso es que ahora ella está ahí, saludándole como cada día y preguntándole si quiere jugar con ella a algo.
- Te dejo escoger el juego, ¡Venga, va!
- No puedo Patricia, tengo el guión a medio escribir. – tal vez debería enfadarle el hecho de que él se tenga que pegar semejante curro y ella ande por ahí pensando en jugar, pero hace tiempo que no le sale eso de cabrearse realmente con la tarada.
- Jo... ¡Pero es que me aburro un montón, Ángel! Me he dejado los Alpino en casa y aquí no hay nada chuli para dibujar.
- Coño, pues no vengas a estas horas. No entiendo por qué lo haces si no te necesitamos hasta las 3.
- Es que tú estás solo toda la mañana, enano.
- ¿Y eso qué tiene que ver?
- ¡Pues que no quiero que estés solito! Me da pena, debe ser un rollo.
Son frases como esas, que desde hace semanas se están volviendo habituales, las que lo dejan sin respuesta. Cosas como que de repente a Patri le de por venir horas antes para hacerle compañía (aunque solo sea para darle la tabarra plantándole cada cinco minutos un comecocos y pidiéndole que elija un número) que sea la única persona a la que le ofrezca Lacasitos o que le eche miradas asesinas a cualquiera que se meta con su tamaño. “¡Sólo yo puedo llamarle enano!” le increpó una vez a un Dani que se quedó con cara de “¿Pero qué he hecho ésta vez para cabrear a la loca de la colina ésta?”
Pero hoy Ángel viene preparado, se levanta arrastrando la silla y se va a un rincón de la sala, donde hay apoyado un tablero de parchís.
- Mira, hacemos una cosa. Tú te entretienes jugando un ratito con alguno de tus amigos imaginarios y cuando termine esto ya echamos una partida en condiciones ¿vale?.- no es intencionado, pero el tono con el que le habla suena demasiado dulce. Son cosas que le salen sin pensar, como entrar en la primera juguetería que ve y comprarle algo a su amiga para que no se aburra por la mañanas en ese nuevo tiempo compartido.
Patricia mira perpleja durante unos segundos el tablero antes de cruzar los brazos y poner cara de tremendo fastidio.
- ¡No voy a jugar a eso! ¡No me gusta el parchís!
- ¿Y eso por qué?- ¿ha oído bien? ¿Patricia diciéndole que no a un juego?.- ¿Te disgusta que las fichas no tengan forma de corazón?
- No es eso... aunque ahora que lo dices...- hace un mohín.- Pero es que no puedo jugar al Parchís.
- ¿No sabes jugar?- no puede contener su asombro, pensaba que Patricia conocía todos los juegos habidos y por haber.
- ¡No he dicho que no sepa, he dicho que no puedo! ¡Por culpa de los colores! ¡No son los adecuados!
“¿Pero qué me está contando ésta ahora?” Ángel mira el tablero, buscando el fallo.
- Son los cuatro colores más representativos del mundo, Patricia ¿Cómo no van a ser los adecuados?
- ¡Pues no lo son! Y el color de las fichas es lo más importante de un juego. Si el color no es adecuado, no se puede jugar.
- Esto... creo que me he perdido.- ella lanza un profundo suspiro de disgusto.- No, a ver, en serio: Rojo, amarillo, azul y verde. Son los típicos colores de los juegos. Será porque son los que más elige la gente ¿no?
- Pero que alguien los elija no quiere decir que los represente. ¡Y eso es algo que la gente confunde a menudo!, ¡Uno no debería elegir un color que no lo defina! Y si no tienes un color que te defina, no deberías jugar con él. ¡Porque si lo haces estarás vendiendo tu alma por culpa del juego! ¡Y eso es algo que yo me niego a hacer, Ángel! Así que yo no puedo jugar al Parchís.
La cara de Ángel es un poema, no ha entendido ni una palabra del apológico discurso de su compañera.
- Pero a ver, tarada ¿¡Te das cuenta de que estamos hablando de colores!? ¡Es una gilipollez sin importancia!
- ¡Claro, como tu color sí que sale!- le señala acusadoramente.- ¡¡No entiendes mi frustración, maldito azul dicriminatorio!!
A Ángel se le escapa una de esas risas secas del tipo “no sé si reírme o no porque tampoco sé si me estás hablando en serio o se trata de otra de tus bromas sin pies ni cabeza”.
- ¿Qué me has llamado?. P-por qué me llamas...- Patricia le mira como si le hubiera preguntado la mayor obviedad del mundo y señala un trozo del tablero.
- Azul, enano. ¿Ves? Aquí estás.
- ..... ¿Yo soy azul?
- ¡Eres totalmente azul, Ángel! ¡Azul de los pies a la cabeza! Eres más azul que los pitufos - y añade más bajito, sin poder contener la risa.- y más bajito también.
- Ja-ja, que graciosa. Y yo no soy azul.
- ¡Sí que lo eres!
- Pues yo siempre he jugado con el amarillo.
Patri ahoga un gritito de espanto.
- ¡¡No puedes jugar con el amarillo!! ¡Miki es el amarillo!- dice haciendo aspavientos.- No puedes alterar así el orden de los colores, Ángel, ¡no puedes!
Por un momento piensa que hasta le va a soltar un sopapo.
- Vale, joder, tampoco hace falta que te pongas así. Además, sigo sin entender por qué tú no puedes ju...- Se atasca a mitad de la frase, golpeado por una epifanía repentina. Mira alternativamente al tablero y a la rubia que hace pucheros, y por fin lo comprende todo - ....no puedes jugar al parchís.- lo dice despacio, mientras lo asimila.
- ¡Lo sé!- contesta dramáticamente.
- Porque... el parchís... no tiene fichas de color rosa...
- ¡¡Lo sé!!- repite con los ojos empañados.
Esa es la señal definitiva. El punto de No Retorno. Porque si realmente Patricia tiene razón con toda esa historia, y cada uno tiene un color que le representa... el suyo es, sin atisbo de duda, el rosa. Rosa como el de sus mejillas cuando ríe inconteniblemente ante alguna broma de Ángel. Rosa como los labios que lleva soñando desde hace tiempo. Rosa como uno de esos corazones que tanto le gusta pintar, como su corazón que no le cabe en el pecho. Como la alegría que inunda la habitación cuando llega. Como el color que representa la puta prensa que pone a parir en su sección. Como el cariño con el que trata a todo el mundo y, desde hace un tiempo, a él especialmente. Ahora ya no solo es capaz de ponerle un nombre a ese sentimiento, sino también un color.
Patricia es rosa como el amor.
“Estoy jodido” piensa, debería darle arcadas la conclusión a la que acaba de llegar, ¿y en lugar de eso? Le tiemblan las rodillas “Estoy jodido y bien jodido”. Patricia parece afligida y a él le dan ganas de levantarse de la silla y ponerse a correr por todos los pasillos de los estudios mientras grita “¡¡Nooooo!! ¡¡¡No puede jugar al parchííís!! ¡¡¡Noooo!!! ¡¡¡Nooooo!!!”.
Le da unas torpes palmada en la espalda.
- Bueno... tranquila... ya encontraremos una solución.- ni siquiera él mismo se cree sus palabras. Su subconsciente pugna por las ganas que tiene de prolongar el contacto y los deseos de que alguien entre en la sala, le arree una hostia bien dada que le haga entrar en razón y lo zarandee mientras le grita “¡¡No te dejes llevar por su paranoia!! Tío, ¡Estás hablando de colores! ¡Estás aceptando que te estás enamorando de ella! Vuelve con nosotros!”
- Es inútil, no hay nada que pueda hacer.- la voz de Patricia suena apesadumbrada aunque solemne.
- Venga... mujer.. siempre puedes hacer un apaño con el rojo...- sus patéticos intentos de ánimo hacen más mal que bien.
- ¡¡¿¿El rojo??!! – le mira como si se hubiera vuelto loco.- ¡El rojo! ¡No puedo jugar con el rojo! El rojo es un color tan... tan... ¡¡tan Dani!!
- Hostias...- “Pues para estar tarada tiene más razón que un santo!”. – Lo... lo siento, no quería...
- Es igual. Déjalo, ¿vale? No pasa nada.- comienza a recoger el tablero con la cabeza gacha.- A lo mejor Dios no quería que yo jugara al parchís...
Y es esa cara, justamente esa expresión en la rubia lo que hace que algo le oprima el pecho y le dé una patada al poco sentido común que le queda.
- No seas tonta ¿Cómo va a querer Dios una cosa así? Anda, ven. Que tengo la solución.- sin saber muy bien lo que dice, aunque con una extraña idea en mente, agarra la pata de la silla de su compañera y la arrastra hasta tenerla casi pegada a él. Ella le mira con cara de perro apaleado coger el rotulador fluorescente de color azul. Ángel le sostiene la cara, intentando no pensar demasiado en lo suave que es al tacto, y le pinta con decisión dos franjas azules en cada mejilla, como si fuera una india.
- Hala, ya está. Ya eres azul así que ya puedes jugar al parchís... aunque no le preguntes a Rober, porque le parecería que vas a animar a un partido del Deportivo.
Patricia se lleva las manos a las mejillas y palpa cuidadosamente, solo con los dedos índice las marcas de color, cerciorándose de que están ahí. Parece entre sorprendida y asustada cuando le pregunta en un susurro.
- Pero... esto... ¿no es hacer trampas?
Ángel hace un gesto con la mano, quitándole importancia.
- ¡Qué va! Esto está permitido, si uno quiere dejarle a otro un poco de su color para que juegue, puede hacerlo. Y ni siquiera tiene que perder turno.
- ¿De verdad?
“¿Cómo va a ser verdad, tarada?” ni siquiera él sabe lo que acaba de decir, pero a ver quién le dice que no a esos ojillos expectantes. Asiente con la cabeza, haciendo que está súper convencido de lo que dice y le enternece ver como es capaz de creerse a pies juntillas la chorrada más grande si es él quien se lo cuenta. La cara se le ilumina de alegría.
- Entonces... soy... ¡soy un poco azul.! ¡Gracias, enano!- se levanta de su asiento y le abraza pegando su mejilla contra la de él, a pesar de sus protestas.
- Nononono... ¡quita loca! Que no está seco aún y me vas a manchar ¡Quita!.
Dicho y hecho. Cuando se separan, en la mejilla derecha de Ángel hay restos de azul. Patricia no puede parar de reír y dice “tengo la solución” y es ella ahora quien agarra el fosforito rosa de la mesa y, antes de que pueda escabullirse, le pinta a Ángel un corazón rosa en la mejilla. Él protesta intentando borrárselo con la mano, pero Patricia ya le ha vuelto a dibujar una raya que va de una mejilla a otra pasándole por la nariz. Así que Ángel blande el color azul y le pintarrajea una cicatriz con forma de rayo en la frente como venganza. Aunque la risa no le ha de durar mucho, porque la rubia ya le dibujado encima de sus cejas otras dos franjas, con un rotulador verde que tenía a mano, que son nada más y nada menos que...
- ¡Las cejas de Dani!, Ángel, tienes las cejas de Dani.
- Ya te daré yo a ti cejas.
Y sus risas rebotan contra las paredes y llenan la habitación, y sus rodillas chocan y sus brazos son un lío y no paran de darse manotazos y de toquetearse. Y Patricia con la cara azul es lo más bonito que Ángel ha visto en su vida y, definitivamente, quiere pegarse un tiro porque ahora la habitación brilla como nunca y eso no puede ser buena señal para su estado de salud mental.
Pero a Patri se le cae el fluorescente al suelo y Ángel lo coge antes que ella y “¡Ja! ¡He ganado!” ahora la rubia tiene la punta de la nariz rosa y los colores se mezclan en su cara sin que ella pueda hacer nada por sacarse de encima al enano que no sea contraatacar con la barra de labios que lleva en el bolso.
- ¡Ángeeeel!.- protesta – Si me mezclas con otros colores ya no podré jugar al Parchís.
- ¿Y qué, es una mierda de juego?.- dice mientras esquiva a su compañera.
- ¿¡Cómo que es una mierda de juego!?
- En serio, es un rollazo. Para empezar, necesitas un cinco o no puedes salir, y para sacar un cinco te hace falta un puto milagro. Y luego cuando están fuera todas las fichas y lo que quieres es un seis para volver a tirar, no paran de salirte cincos...- ya no sabe ni lo que dice, cree que se va a ahogar en sus propias carcajadas y se ha vuelto adicto a tocar el pelo de Patricia. Tanto es así que baja la guardia y ella le coge la cara, y él no es capaz de zafarse de ese cálido contacto, así que termina con los labios pintados de color carmín.
- ¡Ajajaja! ¡Chúpate esa enano!
- ¡Ahhhgg! ¿Pero qué? ¡Ahhh que mal sabe esto!
- Estás ideal.- se mofa ella, con la sonrisa de una niña pequeña.- Te va a juego con el bigote de mosquetero que te he puesto.
- Sí, ya, ideal de la muerte.
- ¡Síííí! Hasta dan ganas de darte un besito.
Y es así, sin más como Patricia le besa.
Patricia Conde. Compañera, rubia tarada, que colecciona navajas, acepta a meros como animales de compañía, le vuelve loco en su trabajo, le vuelve loco... a secas, que huele a flores del campo y parpadea más rápido que Minnie Mouse, canta Camela a voz en grito, se emborracha solo con oler el alcohol, tiene las mayores ideas de pata de banco que jamás ha oído a nadie y unas piernas largas y un pelo precioso y un cuerpo despampanante y un culo que quita el aliento y los mejores labios que ha visto nunca.
Le. está. besando.
En ese lugar y momento, sin importarle que alguien pueda entrar y verles, como si fuera parte del juego, con restos de sonrisa en los labios y la cara de colorines. Le besa mientras le acaricia la cara y sus rodillas chocan. Y no es un beso urgente y apasionado con mucha lengua y demasiada saliva... sino que es más bien una caricia, un beso de cuento en el que la princesa se pone de puntillas y junta su boquita de fresa con la de su amado príncipe azul (un príncipe, todo sea dicho, bastante empanado. Porque es incapaz de reaccionar y sus ojos siguen clavados en el infinito y tiene el cuerpo entero en tensión).
Y casi como empieza, termina. Patricia se aleja un poquito, sin apartar las manos de la cara de Ángel. Sigue sonriéndole, pero su mirada se muestra algo más cohibida de lo normal. Está buscando por todos los medios una reacción en su compañero.
Ángel parpadea varias veces, sin poder creerse lo que acaba de pasar y con la respiración de la rubia chocando contra la suya.
- ¿Se puede saber a qué ha venido eso? – siente, para su cabreo, como le tiembla la voz. Y a Patricia se le borra la sonrisa y pone cara de cervatillo a punto de salir corriendo.
- Es que...- se encoge de hombros.- Me apetecía darte un beso.
Ángel siente una bola en el estómago, que no sabría explicar qué es porque se mezclan demasiados sentimientos juntos (confusión, sorpresa, rabia, deseo) y tiene miedo de terminar vomitándolos todos.
- ¿Te apetecía? – no puede creerse lo que oye. Con cuidado va separando las manos de Patricia de su cara. En esos momentos la rubia no le cae nada, nada bien. Porque para ella todo es muy fácil. Para ella todo comienza con un juego en la sala de guionistas porque, a fin de cuentas, no es ella la que lidia día tras día con un sentimiento que al cuerpo le queda pequeño (¡y ya vale con intentar hacer chistes al respecto de su tamaño, maldita deformación profesional!). Porque no es ella quien soñará meses después con ese momento, porque está convencido de que a ella todo ese amasijo de pensamientos encontrados no se le atraganta, haciéndosele bilis, en la garganta.
- ¿Te apetecía... así, sin más?.
- ¿Te ha parecido mal?
- ¿Qué si me ha parecido....?- resopla. Sí, le ha parecido mal. Le parece mal la crueldad de Patricia, y el hecho de que su inocencia le impida ver que, con ese gesto casual que para ella no ha significado nada, ha sentenciado a Ángel a la tortura del recuerdo de esos labios sobre los suyos, sabiendo que nunca volverá a repetirse porque “No es más que un juego, fue un impulso. Le apeteció besarte como podría haberle apetecido sacarte la navaja.”. Le parece mal que la muy tarada no se dé cuenta y de que sea incapaz de enfadarse con ella por eso.
- Mira Patricia...- está a punto de tirar la toalla, de contarle la verdad de la situación en la que está y de condenarse así a los silencios incómodos y las distancias desmedidas. Pero, para variar, Patricia pasa olímpicamente de lo que tenga que decirle y se pone de pie, a su lado, comenzando a hablar atropelladamente como si le hubieran dado cuerda.
- Vale, no hace falta que digas nada. Ya sé que te ha parecido mal. Pero... Es que no he podido evitarlo ¿vale? Es como... como ¡Cómo el chocolate!
Ángel la mira con cara de alucine. Primero los puñeteros colorines y ahora el chocolate. ¿Qué será lo próximo, comparar a la gente con sabores de helado?
- ¿Chocolate?- Pregunta con cautela, no muy seguro de si quiere oír el resto.
- Sí, sí. Como el chocolate. A mí me encanta el chocolate ¿vale?. Y he comido chocolatinas que estaban súper buenas. Pero imagínate que un día encuentras, por casualidad, ¡el MEJOR chocolate del mundo! El que sabe mejor y el que, da igual cuánto y cuándo y cómo lo tomes, porque sabes que te gustará de todas las maneras posibles y no te cansarás de él en la vida. Pero entonces viene El Dentista de La Sexta y te dice que ese chocolate, el único chocolate en el que puedes pensar ahora, está totalmente prohibido porque... ¡Porque pueden salirte caries! Y eso sería un problema, porque no puedes trabajar con caries... Y entonces intentas toooooodos los días resistirte al chocolate y haces la dieta más dura de tu vida, e intentas comer otro chocolate para olvidar, pero como el otro chocolate tiene los mismos apellidos que tu chocolate pues la cosa no sale bien. Porque da igual lo mucho que me engañe... porque... ¡Porque no se puede olvidar, Ángel! Y ya estoy harta de aguantarme. Me dan igual las caries que me puedan salir. Quiero comer el chocolate antes de que venga alguien más lista o más guapa o más divertida que yo y me lo quite.
Cuando Patricia termina su perorata tiene las mejillas coloradas y los ojos húmedos, y sus labios tiemblan inconteniblemente en un puchero. Su expresión es la más triste y a la vez más hermosa que le ha visto. Y la mente de Ángel, que normalmente necesitaría un GPS para seguir el hilo de pensamientos de la rubia, capta el mensaje codificado que ella le ha mandado escudándose en metáforas infantiles. Y finalmente consigue comprender que durante todo ese tiempo lo único que estaba haciendo mal en todo ese tema de enamorarse de Patricia era no preocuparse nunca de lo que ella opinaba. Pero claro ¿Cómo iba él a imaginar que una tía que se pasa el día en un viaje de felicidad podría estar pasándolo tan mal, sino peor, que él? “Sí ya me lo decía mi madre... Ángel, deja de darle mil vueltas a las cosas, que pare eso ya estamos las mujeres.”
Se pasa una mano por el pelo y lanza un suspiro... no tiene ni idea de por dónde empezar, pero no puede quedarse callado después de lo que le ha dicho ¿no?.
- Vale... euhmm... Perdona. Yo... no sabía que lo estuvieras pasando tan... mal.
Ella asiente sin dejar de moquear. Ángel nota un nudo en la garganta cuando pregunta.
- Pero... ¿En serio te gusta tanto ese chocolate? Quiero decir...a lo mejor solo es un capricho... o algo.
- No es un capricho. – la contundencia con lo que lo dice le asusta un poco.
- ¿Te gusta más que el chocolate con almendras?
- Mucho más.
- ¿Y que el chocolate con lacasitos?
- Me gusta más que cualquier otro chocolate.
- Pero... ese chocolate... yo creo... creía que... no sé. Ese chocolate es un poco como... como los de gama baja ¿sabes?. Y a lo mejor ese chocolate tiene un poco de miedo porque... yo que sé, tú vienes de comprar chocolate en la Tienda Gourmet de El Corte Inglés y de repente vas y te pasas a la marca del Mercadona. ¿No crees que el chocolate está un poco acojonado con que pueda cagarla y que en realidad te des cuenta de que no sabe tan bien como tú creías y todo termine con un... ¡Joder! ¡Que fin de cuentas solo es un chocolate enano y farlopero!
No sabe qué puede tener de gracioso lo que ha dicho (sí sabe que de patético tiene hasta la última coma, pero ¿gracioso?) y sin embargo Patricia le sonríe como si le hubiera confirmado que las hadas existen si crees en ellas y aplaudes muy fuerte. Se acerca a él, tapándole la boca con un solo dedo. Y ahora parece que en su cara brillen todos los colores del arco iris.
- Adoro ese chocolate.
Y, esta vez, el beso es correspondido como se merece. El atolondrado príncipe azul hunde sus manos en las ondas rubias y la rodea por la cintura. Y la boca de fresa se abre para él, y la sensación de esa lengua reptando por su boca es como una explosión. Ya no recuerda ni su nombre, ni en qué día vive, ni que el guión está a medio terminar, ni que todo empezó como un juego en esa sala. Un juego en el que no quería participar pero en el que terminó cayendo porque Patricia siempre sabe como convencerlo. Con amenazas, cachetes o dulces besos interminables que le dejan sin aire en los pulmones y el alma en carne viva.
Apoyan frente con frente, con sus alientos entrechocando, los labios húmedos y enredados de tal forma que no sabrían decir dónde empieza uno y acaba el otro. Patricia sonríe y deja escapar en susurros.
- ¿Sabes lo que acabamos de hacer?- le dice y él le mira un poco preocupado.- El morado
- ¿El morado?
- Sí, Ángel, el rosa y el azul hacen morado ¿No lo sabes? Lo leí en un libro genial en el que un ratoncito te enseñaba como se combinaban los colores y la mejor forma para pintar sin salirte del dibujo. Bueno... lo de salirse del dibujo no viene mucho a cuento, pero el caso es que si tienes dos colores diferentes y los mezclas... ¡pues te sale un nuevo color!. Y en nuestro caso, antes la gente nos miraría y diría “¡Ey! Por ahí va el enano. Madre mía, es que es súper azul ese tío” y al verme a mí dirían “Ésa chica tan rosa y tan guapa que va por ahí es Patricia. ¡Vamos a verla al Teatro Maravilla! Porque ahora está actuando allí en una obra ¿sabes?”. Pero ahora cuando nos vean no dirán eso sino que dirán “Anda mira, por ahí van Ángel y Patricia. Y son morado...” ¿Lo entiendes?.
- Ni la primera palabra.- le confiesa .
- ¡Ángel!- ella regaña, pero los dos terminan riéndose.
- Pues... te recuerdo que el morado tampoco puede jugar al parchís. Así que estamos como al principio.
Ángel le mira con picardía. “Ahí te he pillado”, piensa por un momento, antes de que Patricia sonría con su boquita rosa y se encoja de hombros.
- Bahhh... ¿Quién quiere jugar al parchís pudiendo comer chocolate?.
Todo empezó como un juego en la sala de guionistas. Horas más tarde aún tenían restos de colores en la cara y un secreto delicioso entre ellos. Para una persona normal puede que esto pase desapercibido. Pero, si eres de esas personas capaces de descifrar el lenguaje oculto de los colores, sabrás lo que esconden sus miradas, sus sonrisas y sus roces casuales. Y sabrás por qué ambos ahora utilizan siempre fosforitos morados.
Y sabrás que con ese color se escriben las dos palabras que sus labios no pronuncian.
FIN.
Arant.- Mensajes : 1
Fecha de inscripción : 20/12/2009
Re: El lenguaje secreto de los colores
Ohhh, me ha gustado muchísimo, de verdad echaba un montón de menos leer algo rubia/enano, y ahora me han entrado ganas locas de escribir algo... (que guardaré para otra ocasión, claro...xDDDDDDDD)
es genial
es genial
cLau-90- Mensajes : 625
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Localización : -
Re: El lenguaje secreto de los colores
Me encanta!! Te expresas súper bien, tanto por la forma de contar las cosas como por el vocabulario que empleas. Y qué frasaza al final. Tienes que escribir más!
Legna- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Re: El lenguaje secreto de los colores
Solo quisiera dejar constancia de que la persona que ha publicado el fic en este foro NO ES SU AUTORA. Y que tampoco lo ha publicado con el permiso de ésta. ¿Que cómo lo sé?. Fácil, porque yo escribí este fic hace ya tiempo y lo publiqué en una comunidad de Livejournal (así como en el mío propio. Aquí os dejo el link: http://deraka.livejournal.com/20979.html#cutid2) y en ningún momento esta persona se ha puesto en contacto conmigo para poder publicarlo por aquí (ni tampoco ha puesto en este post ninguna aclaración sobre su autoría).
Que conste que no me importa que mis fics pángel sean publicados en páginas o foros del estilo, pero creo que no es mucho pedir que al menos se me avise de ello y se me acredite como Dios manda.
Espero que el staff del foro tome las medidas necesarias.
¡Un saludo!
PD: ah! y gracias a los comentarios anteriores, me alegro que os gustara.
Que conste que no me importa que mis fics pángel sean publicados en páginas o foros del estilo, pero creo que no es mucho pedir que al menos se me avise de ello y se me acredite como Dios manda.
Espero que el staff del foro tome las medidas necesarias.
¡Un saludo!
PD: ah! y gracias a los comentarios anteriores, me alegro que os gustara.
Deraka- Mensajes : 1
Fecha de inscripción : 17/07/2010
Re: El lenguaje secreto de los colores
Vale, pues entonces voy a cerrar el tema, porque la verdad es que la que ha colgado el fic nunca había comentado por aquí ni nada, así que... pido perdones, que sé lo que jode que te cojan cosas sin permiso (en mi caso son firmas, fotos, etc) y espero que no se vuelva a repetir, que aquí somos todas muy pacíficas y no necesitamos que nadie venga a crear mal rollo
y sí, me encantó el fic, ahora miraré por tu LJ a ver si tienes más para leer <33333
y sí, me encantó el fic, ahora miraré por tu LJ a ver si tienes más para leer <33333
cLau-90- Mensajes : 625
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Localización : -
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