Adictos (recuperación)
+16
Nerea
Alba_pangel
KeLa_13
Albeta
pangel_94_love
guanchitos
copito
Vic
NuuKa
anaGO92
p.a.t.r.ii
be_ita91
cLau-90
Legna
aniKah
Trequanda
20 participantes
Página 1 de 3.
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Adictos (recuperación)
Bueno... he decidido recuperar el fic y terminarlo, porque me parece una vergüenza haberlo dejado tanto tiempo a medias. En el post de recuperación de fics aparece el link a la primera parte por si os lo queréis bajar, pero de todas formas lo voy a poner aqui para que sea más cómodo y esté completo.
Y... si no os gusta se siente, yo estoy encantadísima de como voy a seguirlo
Y... si no os gusta se siente, yo estoy encantadísima de como voy a seguirlo
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
Cada mañana me repito lo mismo.
Déjalo. No te merece la pena. Esto te está consumiendo por dentro.
Y cada mañana, en cuanto lo pienso, mi mente lo descarta.
No soy lo bastante fuerte para dejarlo. Soy una adicta.
Han pasado cinco semanas, aunque a mí me parezcan a ratos cinco días y a ratos cinco años. Cinco semanas, ni más ni menos. Todo comenzó una tarde de teatro, como tantas de mis tardes. Aquella en concreto, Ángel y su novia habían ido a verme, lo cual no era tan extraño. Ángel no había podido ir al estreno, y fue con su novia. Lo normal. Yo conocía a su novia desde hacía bastante tiempo ya, porque son una de esas parejas que llevan juntos desde siempre. Ángel y Emma.
Y hasta aquel momento, todo era perfecto. De verdad.
Llevaba más de dos años y medio trabajando en Sé lo que hicisteis, suficiente tiempo para que los cuatro gatos que nos habíamos conocido allí nos tuviéramos más que vistos. Conocía a las novias y novios de todo el que tenía pareja, a las madres y padres de más de uno, e incluso conocía al gato de Pilar, un minino con muy mala leche al que le pusieron el feliz nombre de Curro. Aquello era una familia grande, en la que todos éramos un poco como hermanos: no decidimos estar juntos pero es lo que nos toca y, en el fondo, nos queremos.
Y eso mismo había sido Ángel Martín para mí desde que lo había conocido, un hermano. Me hacía de rabiar, me quitaba los rotuladores rosas, nos gastábamos bromas y, muy de vez en cuando, él tenía un problema y me lo contaba, o yo estaba de bajón y acudía a él. No más que con el resto. Miki ha aguantado lloreras mías por chorradas, y Berta tuvo la mala suerte de cruzarse conmigo por el pasillo un día que estaba con un cabreo de tres pares y lo pagué con ella. Nos vemos todos tanto que es lo más normal.
Y aquella tarde en la que todo comenzó, aquella tarde de teatro, no tenía pinta de ser distinta de las demás. Ángel había venido a ver mi obra, eso era todo.
Cuando terminó, me acerqué a ellos para saludarles.
- Cojonuda, en serio. Me he muerto de la risa varias veces - dijo él. Por supuesto, yo ya sabía que le iba a encantar.
- Sí, es muy buena - me felicitó Emma, con una sonrisa.
Me invitaron a acompañarles para tomarnos algo, pero era tarde y decliné la oferta para dejarles solos. Un poco de intimidad para los tortolitos.
Yo no lo supe entonces, cuando me monté en el coche para marcharme a casa, pero en ese mismo instante la locura en la que llevo inmersa cinco semanas, explotó.
Explotó quizá sea una palabra demasiado exagerada. Más bien, diría que se deslizó. Con sutileza.
Llegué a mi casa aquella noche, como las demás, y me quité los zapatos de mala manera en cuanto entré por la puerta. Me senté en el sofá con un libro y apenas había avanzado capítulo y medio cuando toc, toc, mi puerta me reclamó. Fue más bien un molesto riiiiiing, pero da lo mismo.
Abrí la puerta, perezosa, y allí estaba él. No era la primera vez que venía a mi casa. Un día, antes del verano, me vino a buscar antes del trabajo porque a mi coche le había dado por averiarse la noche anterior, y le pedí que me llevara. Hasta cierto punto, no me extrañó verle allí.
- ¿Qué haces aquí? - le pregunté de todos modos, curiosa.
Y ahí se acabó la conversación.
Cerró con un portazo, se abalanzó sobre mí y cuando me quise dar cuenta, sus labios estaban sobre los míos. Me tenía agarrada, con las manos en mi espalda y si hubiera querido apartarme lo habría encontrado difícil, creo.
Nunca antes, lo juro, jamás de los jamases había yo pensado en Ángel de aquella manera. No al menos que yo sepa. Pero, ¿sabéis ese momento en el que tu mejor amigo de toda la vida, aquel del que ni siquiera te planteas que te guste porque sería casi incesto, se convierte de la noche a la mañana en alguien atractivo? Odio ese momento. Y, para mí, ese momento fue cuando Ángel Martín me besó. De repente, pasó de ser mi compañero de trabajo a ser el tío con el que quería acostarme.
No hice ni una sola pregunta. No parecía necesitar respuestas, al menos en ese momento. Sus manos se encargaron de mi ropa y mis dientes se encargaron de la suya, y lo siguiente que recuerdo claramente es despertarme desnuda a su lado.
Y de eso han pasado cinco semanas. Esa mañana nos despertamos, sin una palabra ni una explicación, y fuimos a trabajar, como todos los días. Pero por la noche, mi timbre molesto volvió a sonar y yo, antes de acercarme siquiera a la puerta, ya sabía que era él.
Se quedaba poco tiempo, dos o tres horas, y luego se iba. Sólo se quedó a dormir la primera noche. Yo nunca se lo he preguntado, pero tengo más que claro por qué no ha vuelto a quedarse.
Quizá porque su novia sospecharía.
Probablemente resulte extraño que en cinco largas semanas no hayamos hablado del tema. Sólo hubo una vez, hace un par de semanas, una breve mención.
- Patricia… - murmuró él, mientras yo me acurrucaba entre sus brazos. Era la primera vez que hablaba. Nunca hablábamos cuando lo hacíamos, ni antes ni después. Desde que yo abría la puerta hasta que él la cerraba al salir, no intercambiábamos ni una sola palabra. Por eso, oírle pronunciar mi nombre rompió un silencio tan profundo que me sorprendió -… debes pensar que soy alguien horrible.
- No, no lo pienso - le contesté, en voz muy baja -. Tú sabrás por qué haces lo que haces.
Y no volvimos a hablar.
Por las mañanas, por supuesto, las cosas eran distintas. Nos llevábamos mejor que nunca. Me hacía rabiar más que antes, me chinchaba más, y a veces pasábamos programas enteros pintándonos con los rotuladores entre vídeo y vídeo. Niños de día, amantes de noche.
Pero las miradas eran lo único que conectaba aquellas dos realidades paralelas, la del día y la de la noche. Me miraba igual cuando me tiraba del pelo que cuando me besaba la piel de los hombros, exactamente igual cuando repasábamos el guión que cuando hacíamos el amor.
De algún modo, este acuerdo tácito en el que ninguno de los dos hablaba por las noches, y ninguno de los dos hablaba de las noches por las mañanas, era sagrado. A veces, me preguntaba si no sería todo producto de mi imaginación enfermiza, y los tórridos encuentros nocturnos no eran más que ensoñaciones. Aunque ahí estaba siempre su mirada para confirmarme que estaba cuerda y que no eran en absoluto imaginaciones mías.
Nadie ha sabido nunca nada. Llevamos cinco semanas viéndonos todos y cada uno de los días, y aún nadie sabe nada. Es como si tuviéramos una burbuja alrededor.
Hasta aquí, todo perfecto, de nuevo. Raro, sí, pero perfecto. Jamás lo reconocería ante él (entre otras cosas porque no hablamos del tema) pero es un amante realmente bueno. Siempre sabe qué hacer, en qué momento y con qué intensidad. A menudo, me da la sensación de que es feliz solo con verme disfrutar. Jamás he estado tan compenetrada, sexualmente hablando, con nadie. Y, sinceramente, una vez acostumbrada, me encanta tener a un tío que me da sexo todos los días, y además del bueno. Un dulce no amarga a nadie.
Cinco semanas de locura, y justo ahora, cuando las cosas no están demasiado mal, mi cabeza empieza a torturarme.
La primera señal de que la catástrofe asomaba ya la cabeza fue hace una semana escasa. Él estaba vistiéndose en silencio, mientras me lanzaba miradas de vez en cuando. Yo, que seguía desnuda en la cama, le observaba. Y, justo entonces, cuando estaba a punto de mirarme por última vez y salir por la puerta, mi cuerpo se movió solo, me levanté e hice algo que no había hecho nunca hasta entonces: me acerqué y le besé, a modo de despedida. Él, sorprendido, tardo un poco en reaccionar, pero al final me devolvió el beso, algo reticente. Y después, me guiñó un ojo y se marchó.
Yo estaba muerta de miedo. Le había besado para despedirme. No había podido controlarlo. Aquello se me empezaba a ir de las manos.
Y así, día tras día, una nueva señal aparecía para meterme más miedo: hace seis días le eché de menos en cuanto salió por la puerta, hace cinco tuve que reprimir las ganas de besarle mientras repasábamos el guión y así sucesivamente hasta hoy.
Hoy ha sido el detonante.
Una simple frase en el guión. “Eso es Planeta Finito, pero en Sicilia”.
Esa frase me ha vuelto loca de celos. Su novia ha trabajado en Planeta Finito, y siempre que oigo el nombre del programa la recuerdo a ella. Yo he pensado poco en su novia durante estas cinco semanas, pero por poco que pensara en ella, siempre he tenido claro que mi amante no era alguien precisamente libre. Pero en ese momento, pensar en ella no me hizo sentir culpable, como hubiera sido normal. No. Me ha matado de celos.
Y eso me cabrea.
Yo no debería estar celosa.
No debería.
Todo era perfecto hasta ahora.
Mi mente no me deja en paz ni un minuto. Se dedica a pensar locuras. Yo las descarto todas, por supuesto. ¿Qué motivo podría tener yo para estar celosa? Ángel no es mi novio, ni mucho menos. A mí no me debe fidelidad. Ni yo la quiero. Ángel sólo es el tío al que me tiro. Al que me zumbo, ya puestos. Y nada más.
Ángel Martín no es nada más.
-
Me despierto pensando lo mismo que cada mañana. Que si esto va a empezar a suponer un problema para mí, sería mejor cortar por lo sano. Olvidarme de esta pequeña aventura sin sentido. Mejor ahora que después, cuando pueda dolerme, ¿no? Excepto, claro, que no podría dolerme jamás porque Ángel Martín no es nada más que el tío al que me zumbo.
Pero justo cuando pienso en eso, en cortar por lo sano, una quemazón dolorosa recorre mis venas y siento que mi cuerpo reacciona en contra. No puedo dejarlo. Estoy enganchada a él, como a una droga. Me pregunto si existen grupos de apoyo para dejar de ser adicta a Ángel.
El día pasa lentamente, y apenas me doy cuenta de que, siendo sábado, tengo el día prácticamente libre, para hacer lo que me de la gana. Hasta las ocho que empiece el teatro, nada. Pero las horas pasan una a una y yo no hago otra cosa que vagabundear por mi casa, como si esperara encontrar mi dosis de droga escondida en cualquier cajón. Sé que mi dosis esperará a las doce y pico para aparecer por mi puerta, y que tengo que ir al teatro, pero aún así son más de las siete y media cuando salgo de casa.
Cumplo con mi papel sin apenas notarlo. Las mismas frases que todos los días; puedo hacerlo durmiendo. Mi mente está demasiado lejos del escenario, está en la puerta de mi casa y en su timbre molesto.
Cuando Ángel llega, a las doce y media, casi se me olvida que no hablamos. Casi le digo que llega tarde, que si tiene que irse a la una y media como muy tarde apenas nos dará tiempo a nada. Pero me acuerdo a tiempo para cerrar la boca.
Mi piel recibe su dosis de caricias, y mi boca su ración de besos. En cuanto cerramos la puerta, se deshace de mi ropa y volvemos a empezar. Sus manos nunca han sido inseguras o torpes, ni sus gestos tímidos. Casi me da la impresión de que nada de esto le ha parecido extraño en ningún momento. A estas alturas, conoce tan bien mi cuerpo que sabe por donde empezar y por donde terminar, y lo hace con una precisión milimétrica. Como todas las noches, termino agotada.
Sólo entonces, cuando mi cabeza está apoyada en su pecho escuchando los latidos de su corazón, mis ojos se fijan en el despertador de mi mesilla. Son las tres y cuarto.
Alzo la cabeza y le miro. Tiene los ojos abiertos, y en cuanto se topa con mi mirada esboza una sonrisa.
- ¿No te vas? - le pregunto, y de nuevo, mi voz retumba en el silencio como el sonido de una apisonadora, aunque sólo he susurrado.
- No - contesta, simplemente.
Y entonces, como el instinto salvaje que dispara mi adicción ya está saciado, mi mente toma las riendas de mi cuerpo. Ahí es cuando empiezo a meter la pata, por supuesto.
- ¿Por qué? ¿Por qué te quedas?
- Nadie me espera hoy - murmura.
¿Qué quiere eso decir? ¿Y Emma?
- ¿Y…? - el final de la pregunta es más que obvio.
- Cree que estoy pasando la noche en casa de Dani, con unos amigos. Hoy tocaba fútbol.
Es la frase más larga que me ha dicho ninguna noche. Y es la primera vez que alguno de los dos reconoce la existencia de su novia.
- Ángel, yo… - mi estúpida cabeza, que tiene que hacerme hablar incluso cuando no hay nada que decir, sigue a lo suyo.
- ¿Quieres dejarlo? - me pregunta de pronto, en voz baja.
De repente, siento su mano acariciando mi pelo, sus dedos recorriendo mi nuca. Soy más consciente que nunca de la textura de su piel contra mi pecho, y mis labios recorren su mentón lentamente. Empieza a salirle barba, y me encanta. Y ni siquiera pienso en la respuesta.
- No.
Sus labios vuelven a buscar los míos y esta vez, cuando me besa, su lengua es más dulce aún si cabe.
Me despierta un roce suave contra la espalda. Abro los ojos y veo que Ángel está haciendo dibujos en ella con la punta de su dedo. La luz del sol se cuela por la ventana.
- Buenos días, Bella Durmiente.
- Aún estás aquí.
- Te dije que nadie me esperaba.
Veo que una bandeja descansa sobre mi mesilla, y que en ella hay un tazón lleno de cereales, una taza de café y un par de manzanas. Me incorporo en la cama, y de repente todo cobra un aire irreal. Ángel está en mi dormitorio, vestido sólo con una camisa, y es de día. Las dos realidades de mi mundo se funden de pronto en una.
- ¿Has dormido bien? - me pregunta, cogiendo una manzana y mordiéndola, y hay algo en el tono burlón de su voz que me indica que el silencio es sólo una norma nocturna. Ahora es de día y de día somos niños, ese es el trato.
- Mucho mejor que tú, parece. Menuda cara tienes - contesto, socarrona.
- ¿Cómo iba a poder dormir? Menudos ronquidos pegas.
¡Será posible!
- ¡Yo no ronco!
- Uy que no. Pregúntaselo a cualquier vecino, ya verás lo que te dicen - vuelve a morder la manzana, y el movimiento de la mandíbula masticando me parece infinitamente sexy. Creo que estoy empezando a volverme loca.
- ¿Vecino? Recuerda que mi vecino me tiene ganas, no creo que se queje de mis ronquidos - digo, sacándole la lengua.
- Tu vecino empieza a mosquearme.
- Vaya, ¿celoso?
Mi corazón empieza a latir un poco más deprisa.
- ¿Celoso, yo? ¿De tu vecino? No me hagas reír.
- Estás celoso, estás celoso… - canturreo, para provocarle. Y parece funcionar, porque en un momento deja la manzana a medio comer en la bandeja y se abalanza sobre mí, haciéndome cosquillas en los costados y en el cuello. Son mis puntos débiles, lo reconozco. Me retuerzo en la cama, riéndome sin parar, intentando librarme de él, pero sin apenas esfuerzo me agarra de las dos muñecas con una sola mano para que no pueda defenderme. Y, justo entonces, cuando va a volver al ataque, sus ojos se encuentran con los míos. Y mi cuerpo vuelve a reclamar mi droga, como si no tuviera ya suficiente. Me lanzo contra sus labios, los muerdo suavemente, y antes de que se de cuenta, ya no lleva ni la camisa.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que mi pequeña aventura ya no es sólo una locura de cinco semanas, cuando me doy cuenta de que me he metido ya en problemas y cuando me doy cuenta de que Ángel ha empezado a significar mucho más para mí que un simple tío que me zumbo.
A partir de esa mañana cambiaron algunas cosas. Nuestro silencio nocturno siguió vigente, pero ahora es más una costumbre íntima que una regla. Si queremos romperlo, lo hacemos. Los días pasan sin que apenas me de cuenta. Cada mañana es igual que la anterior, y cada tarde igual que la siguiente. Sólo hay una cosa (bastante preocupante, además), que distingue el paso del tiempo: que cada día dedico más tiempo a pensar en Ángel.
No como si estuviera enamorada de él, desde luego. No son pensamientos estúpidos de quinceañera loca de amor. No son “hoy está muy guapo” ni “ay, qué sonrisa más bonita tiene”. Son más bien “hoy tiene ojeras, no debimos hacerlo la cuarta vez”, y “tiene cara de preocupado, ¿qué le pasará?”. No estoy enamorada. Pero ante todo es mi compañero de trabajo, y me preocupo por él como tal. Nada más lejos.
Ayer, cuando vino a mi camerino a ensayar el guión, parecía distraído. Se sentó en el sofá sin decir nada, con la vista perdida en algún lugar del espejo.
- ¿Estás bien? - le pregunté al final, sentándome en la banqueta que tengo frente al tocador.
- ¿Eh? Sí, sí, sólo un poco… ya sabes, en mi mundo.
- ¿Y cómo es tu mundo?
Sonrió, de la misma forma distraída.
- Muy desconcertante. En fin, vamos a empezar, rubia.
- Claro, enano - le respondí, poniendo énfasis en la última palabra.
- ¡Eh! Sólo puedes llamarme enano cuando te lo ponga en el guión. Si te quitas los tacones…
- Sigo siendo más mona que tú - le interrumpí, con una sonrisa encantadora y sarcástica.
- No me provoques… - me encanta el tono con el que dice siempre esa frase. Es el tono de “provócame”, o al menos así lo interpreto yo, porque tengo la inexplicable sospecha de que si le provoco, me gustará el castigo.
- ¿O qué? ¿Es eso una amenaza?
- Claro que sí. Recuerda que sé donde tienes cosquillas - me respondió, señalándome con el dedo.
- Y también soy más inteligente, ingeniosa y divertida que tú - seguí diciendo.
- Te apetecen esas cosquillas, ¿no?
- Lo que me apetece es… - y de repente, me interrumpieron sus labios, que estaban en mi cuello antes de que me diera cuenta. Me estaba dando besos tan ligeros que, de hecho, estaba haciéndome cosquillas. Empecé a reírme, pero el roce no tardó en pasar a ser más intenso, y su boca buscó la mía y me besó. Mis manos se enredaron en su pelo, en su nuca, y las suyas viajaron por debajo de mi camiseta para acariciar la piel de mi espalda. Era la primera vez que nos besábamos en el trabajo. Las fronteras de mis dos dimensiones personales eran cada vez más difusas.
Cuando se separó de mí, con la respiración agitada y las mejillas calientes, me miró a los ojos con intensidad. Vi en ellos frustración, luego impotencia y al final, tristeza. Y me dolió.
- No puedo - dijo al final. Me acarició la mejilla con los dedos durante un momento, y luego se marchó.
¿Qué coño le pasa ahora? No entiendo nada. ¿Qué no puede qué? Vamos a ver, si yo soy la otra. ¿No puede ponerle los cuernos a su novia porque se siente culpable? Ha tenido más de un mes para sentirse culpable, ¿por qué empezar ahora?
Todo esto me bulle en la cabeza mientras conduzco hacia el trabajo. Anoche no vino. Por primera vez desde la primera noche, no apareció. Creo que cualquier cosa que pudiéramos tener, ya se ha terminado. Y todo por mi maldita costumbre de hacerle de rabiar. Si me hubiera callado ayer y no le hubiera provocado, no me habría besado, y ahora no estaría pasando esto. Pero a mí me da igual, por supuesto. Él se lo pierde. Que no pueda dejar de pensar en ello no significa que me moleste.
Cuando aparco el coche, le veo apoyado en el capó del suyo, mirándome con expresión grave. Qué mal rollo.
Me bajo y me dirijo hacia él, inexpresiva como el hielo. Somos amigos, pero esta no es la situación más cómoda del mundo, creedme.
- Hola - saludo, con voz inocente.
- Patricia, tenemos que hablar.
- ¿Aquí?¿Ahora?
- No, no… Esta tarde, cuando terminemos el programa, iré a buscarte a tu camerino - de pronto, su expresión se suaviza, y esboza una sonrisa -. No pongas esa cara, no es para tanto.
- Ya, bueno… luego hablamos, entonces.
La intriga me recorre las venas. ¿Qué querrá decirme? Bueno, es obvio. Que tiene miedo de que alguien nos pille, que se ha dado cuenta de que está enamorado de su novia y que lo mejor es que nos limitemos a ser compañeros de trabajo.
Y, cuando me doy cuenta de que todo se ha terminado, el estómago se me hace un nudo. Le voy a echar de menos.
El resto de la mañana se me escapa entre la melancolía y la desesperación. Melancolía es lo que siente mi mente, mi corazón. Desesperación, lo que siente mi cuerpo.
Tamborileo con los dedos sobre la mesa, muevo los pies al ritmo de una música silenciosa, me muerdo las uñas. Estoy nerviosa. De hecho, pienso en un momento de lucidez, tengo los síntomas del síndrome de abstinencia. Sudoración, temblores… ¿Cómo voy a aguantar sin mi dosis?
Mi mente, en un intento algo triste de salvarme, se pregunta frenética qué es lo que tiene Ángel, qué es lo que me hace tanta falta de él. Qué me da. Y no logro explicarlo. No me da amor, así que mi dependencia no puede ser afectiva. No es por el sexo, porque por muy buen amante que sea, nunca he sido una ninfómana. No encuentro la respuesta. Pero se a ciencia cierta que necesito a Ángel.
Llego a la terrible conclusión de que tengo que convencerle para que no me deje. Qué patético.
Tengo que convencerle para que no me deje, al menos no mientras no sepa qué es lo que necesito tanto de él. Para poder sustituirlo. A poder ser por alguien sin novia.
Cuando termina el programa, espero en mi camerino, nerviosa. Ansiosa de veras. No tengo ni idea de qué voy a decirle, pero no le dejaré salir hasta estar segura de que por la noche volverá a mi casa.
La puerta se abre, sin llamar ni nada, y cuando la cierra tras él, me mira con esos ojos marrones que taladran.
- ¿Te has enamorado de mí?
La pregunta me pilla tan de sorpresa que no me sale contestarle automáticamente que obviamente no, no me he enamorado de él.
- ¿Cómo? - pregunto, para ganar tiempo.
- ¿Te has enamorado de mí, Patricia? Porque si lo has hecho, tenemos un problema.
Tengo un problema.
Así de puñetera es mi suerte: en el mismo momento en que descubro qué es lo que tanto necesito de Ángel, él me dice que no debería necesitarlo.
- ¿Qué te hace pensar que me he enamorado de ti? - pregunto, en tono irónico.
- Patricia, lo nuestro es algo sólo físico, lo sabes, ¿verdad? - dice, acercándose a mí con expresión de cautela. Pero, cuando está lo suficientemente cerca, apoya una de sus manos en mi cintura. Eso, en mi idioma, son señales contradictorias.
- Lo se - digo, asintiendo con la cabeza. Está lo bastante cerca como para saborear su aliento dulce sólo al respirar.
- Porque sabes tan bien como yo que estoy con Emma - añade, sin apartarse ni un milímetro.
- Y que la quieres - digo, terminando su frase. Siento como si una hoja de hielo se me clavara justo debajo de la garganta.
- Y que la quiero - repite él -. Así que si te estás enamorando de mí, dímelo y me alejaré de ti, porque no quiero hacerte daño.
Sus ojos son claros, concisos, y sin embargo yo encuentro una ternura nueva en ellos. O quizá estoy imaginándola.
- No puedes hacerme daño - miento, y saco mis dotes de actriz para sonreír de forma sugerente -. Estoy no es más que un juego. Cuando nos cansemos de jugar, a otra cosa.
- Exacto.
- Todo aclarado, entonces.
- Espérame esta noche despierta si te apetece jugar - y me lanza una sonrisa traviesa que me paraliza de arriba abajo, desliza sus labios hasta los míos y me da un corto beso antes de marcharse de mi camerino.
Estoy perdida.
No es el amor de Ángel lo que necesito, no es su cuerpo, no es ni siquiera su compañía. Es algo más que todo eso. Necesito conocerle.
Ángel siempre me ha intrigado. Llevo trabajando con él casi tres años, y mucho de él sigue siendo un absoluto misterio para mí. Es cierto que antes de todo esto éramos como hermanos, pero siempre he tenido la sensación de que se guardaba muchas cosas. De que podía hablar mucho sin decir nada. Quizá por eso me fascinaba tanto al principio. Un tipo ingenioso y divertido, con un carisma difícil de ignorar. Él nunca se ha dado cuenta, por supuesto, pero cuando te mira, cuando te clava esos ojos como arpones, que entran pero no salen, no puedes apartar la mirada así como así. Su voz atrapa, sus gestos hipnotizan. Incluso su forma de moverse es tan personal que acabarías echándola de menos. La primera vez que le vi, me abrumó. Me sentí como una niña delante de un profesor. Quería hacer las cosas bien para que él las viera. Quería que estuviera orgulloso de mí.
Las cosas cambiaron lentamente. A fuerza de trabajar con él, el roce hizo el cariño, y la admiración pasó de ser tan intensa a ser más profunda cuando empecé a conocerle. Ya no me impresiona, no me abruma. Pero ahora más que nunca le veo como al hombre arrebatador que fue el primer día. Con todas sus virtudes y todos sus defectos.
Pero incluso ahora, después de tanto tiempo, me intriga su forma de pensar. Por eso, ahora no que no comprendo lo que está haciendo, mi adicción me exige que intente averiguarlo. Para conocerle tanto como pueda.
Como me promete, no han pasado ni diez minutos desde que llego a casa del teatro hasta que oigo el timbre de la puerta sonar. Se me escapa una sonrisa, pero la reprimo con todas mis ganas antes de abrir.
Igual que cada noche, entra sin decir una palabra, cierra la puerta y me toma el rostro con ambas manos para besarme. Siento cierta urgencia en su beso. Está nervioso. Su cuerpo empuja el mío hasta la pared hasta que mi espalda choca con ella. Su pecho se pega al mío, sus manos se apoyan en la pared a cada lado de mi cuerpo. Sus labios rozan mi cuello antes de susurrarme al oído.
- Pregúntamelo.
Sé de sobra a qué se refiere.
- ¿Por qué lo haces?
- Porque no puedo no hacerlo. ¿Lo entiendes?
Por supuesto que no lo entiendo, pero sus dientes empiezan a morder suavemente la piel de mi garganta y a mí se me olvida cualquier atisbo de conversación. Eso tendrá que esperar a luego.
Y hoy, cuando despierto en mi cama vacía como siempre, hay algo nuevo. Hay una hoja de papel escrita sobre la almohada. Reconozco su letra al primer golpe de vista.
Buenos días, Bella Durmiente. Cuando llegues al estudio, búscame. No puedo esperar a esta noche.
Creo que no soy la única adicta. Pero, en vez de alegrarme que mi pequeño vicio sea correspondido, me pongo tensa. Una parte recóndita de mi mente había esperado con ilusión que él decidiera poner punto y final a esta aventura, porque yo no podría. Y sabía, muy en el fondo, que esto iba a acabar doliéndome. Cada día que pasaba los celos me atacaban más. Había empezado a salir menos con mis amigos, y cuando no estaba con Ángel estaba malhumorada e irritable. Ángel, como todas las drogas, es nocivo para mí. Mi mente racional me gritaba que me alejara de él antes de sufrir más. Pero yo no la escuchaba.
Y ahora, para acabar de hundir a mi sensatez en la miseria, me golpea esta nueva idea: él no va a dejarlo con su novia, y tampoco va a dejar de verme. Y yo no puedo hacer nada para evitarlo.
Ángel ha empezado un nuevo juego. Yo, que ya he asumido que estoy atrapada en esto como una mosca en una tela de araña, no tengo más remedio que resignarme y jugar con él.
Cada día, me encuentro una nota escrita a toda prisa por él, con un lugar y una hora. Y cada día, la nota está en un lugar distinto. El primer día me la encontré en la almohada de mi cama, pero el segundo fue en el sofá de mi camerino y el tercero fue un post-it pegado a uno de los espejos de maquillaje. La gente, que no sabe qué son esas notas, no les presta atención si se las encuentra por ahí.
Yo paso las mañanas buscando esas notas. Ya nos hemos encontrado a escondidas en el baño de los chicos, en un rincón escondido del almacén de material y en las cocinas de la cafetería. Cada día, los lugares son más extraños. Y ahora, esto.
La notita de hoy tiene algo nuevo.
Jardín Botánico, 19:30
¿Es que está loco? No entiendo nada de esto. ¿Es que no podemos ser amates como el resto de los amantes del mundo, follar de vez en cuando a escondidas y punto? No, Ángel Martín tiene que hacer de todo algo especial. Hasta el sexo.
Por un breve momento, me pregunto si se enfadaría en caso de que no apareciera. En caso de que diga basta y me olvide de esta chorrada que cada día me hace darle más vueltas a la cabeza. Pero pronto descarto la idea: siendo realistas, soy demasiado consciente de que no voy a decir basta. Aún no he tenido suficiente.
Al menos, como es lunes, no tengo teatro. Algo es algo.
Aparezco, muy a mi pesar, a las siete y veinte en la puerta del Jardín Botánico. La señora que cobra las entradas, una anciana miope, no da señales de reconocerme, lo cual es un alivio. Lo que me faltaba era que nos pillaran en un parque, vamos.
El jardín está desierto. A estas horas, no sólo es ya de noche, sino que el cielo está lo bastante nublado para que la poca claridad que pudiera quedar del atardecer se quede en nada. No hay ni un alma. Empiezo a caminar, con la extraña sensación de sentirme observada, y me adentro en el parque entre árboles enormes y estatuas de piedra.
De repente, una mano coge la mía y tira de mí hasta esconderme detrás de una secuoya gigante y yo ahogo un grito.
- ¿Estás loco? - digo, en un susurro furioso. Él me pone un dedo en los labios mientras una sonrisa se extiende por su cara.
- ¿No es perfecto? No hay nadie - responde, en el mismo tono susurrante.
- En mi casa tampoco.
- Es por salir un poco, mujer.
Cada vez estoy más irritada. Desde luego no ayuda que se lo tome a coña todo. Él tiene más que perder que yo si alguien nos pilla, y sin embargo se comporta como un adolescente de catorce años. Tampoco ayuda que me muera de ganas de besarle. Estoy furiosa con él por quitarle importancia a todo, con mi cuerpo por darle la razón y con el mundo entero por estar en mi contra. Porque si no está en mi contra, entonces no lo entiendo.
- No sé que clase de persona crees que soy - le digo, con un tono gélido y orgulloso -, pero tengo cosas mejores que hacer que venir a un parque a darme el lote con un crío.
Su cara pierde la sonrisa y de repente me siento fatal. Le he hecho daño. Se aparta lentamente de mí y es entonces cuando siento ganas de llorar. Por haberle provocado esa mueca de dolor, por sentir su piel lejos de la mía, porque aún no me ha besado. Y porque me muero de miedo de que tome en serio mis palabras.
Le tomo el rostro entre las manos, mirándole a los ojos.
- Lo siento, lo siento, de verdad, no… no se qué me pasa - murmullo. La voz se me quiebra. ¿Qué está haciendo Ángel conmigo? Me está rompiendo por dentro. Nuestros labios se acercan mientras yo no dejo de tartamudear disculpas y perdones.
- No quería decir eso…
- No importa, Patricia…
Y entonces le beso. Muy lentamente, atrapo su labio inferior entre los míos y lo beso con dulzura, con las manos aún apoyadas en sus mejillas.
- Perdóname…
- Te perdono…
El beso se hace más profundo, más desesperado y ansioso, pero esta vez es distinta. Me siento mal. El nudo de mi estómago no son solo nervios. Es miedo. Y el miedo me duele. Y el dolor se me condensa en los labios y puedo jurar que él lo nota, porque sus besos son tiernos.
Resbalamos hasta el suelo, abrazados, entre besos y dientes y lenguas, y sus manos recorren suavemente mi cintura y las mías buscan su espalda. A pesar de estar a mediados de noviembre al aire libre, la piel me arde, y me deshago de la chaqueta que llevaba para que sus manos tengan el camino más fácil. Mi boca se desliza por su cuello. Y entonces, cuando tiene al fin los labios libres, le oigo soltar primero un suspiro y luego una risa baja, y se separa lentamente de mí.
- Ven, quiero enseñarte algo - dice, volviendo a cogerme la mano.
- Qué oportuno eres… - refunfuño. Vaya forma de cortarme el rollo.
- No creerías en serio que hemos venido sólo para salir un poco, ¿no?
- Por supuesto que no - miento yo. Mira que le gusta marearme.
Así voy yo, sumergida en mis pensamientos irritados e indignados, mientras una parte de mi mente no deja de pensar que no me ha soltado la mano, cuando nos paramos delante del que, estoy convencida, es el árbol más grande del parque entero. Y ya es. Entonces Ángel me suelta y se pone a mirar la corteza del árbol detenidamente. Juraría que se ha vuelto loco, pero entonces me agarra de nuevo de la muñeca y tira de mí hasta ponerme a diez centímetros del tronco.
- ¿Lo ves?
- Pues teniendo en cuenta que está un poco oscuro…
Su dedo se dirige a la madera, impaciente, y entonces lo veo. Escrito de forma angulosa, veo el nombre de Ángel y poco más abajo un Dani igual de anguloso.
- Lo escribimos hace años… el día que Dani y yo llegamos a Madrid - me cuenta, sonriendo -. Llegamos a Atocha en el tren y dejamos las maletas en la consigna, porque nos apetecía dar una vuelta por el Retiro. Pero nos perdimos, nos equivocamos de parque y acabamos aquí. Desde entonces, me gusta venir de vez en cuando, cuando todo parece demasiado irreal y creo que voy a perderme de nuevo - su tono es cada vez más bajo, y adivino que ya no está hablando para mí sino para sí mismo. Su pecho, apoyado en mi espalda, me da calidez y a mí se me olvida de pronto cualquier muestra de irritación.
- ¿Va todo bien? - le pregunto en voz baja, preocupada por su tono de voz.
- ¿Tú me lo preguntas? Precisamente tú…
Me quedo en silencio, sin saber qué quiere decir, pero le lanzo una mirada interrogante por encima del hombro.
- Si estamos aquí los dos es porque las cosas no van bien. No debería ser así - añade, mirando el tronco del árbol. Entonces, saca las llaves del bolsillo y con una de ellas empieza a arañar la madera. Una P, una A, una T, una R, una I, una C, otra I y una enorme A. Ni siquiera para ahorrar letras me llama Patry. Cuando termina, se vuelve a guardar las llaves y me mira fijamente.
- Joder, ¿por qué lo has complicado todo? - masculla, y entonces me da un beso apresurado y furioso en la frente y echa a andar hacia la salida. Yo, confusa, no puedo hacer otra cosa que seguirle, con las rodillas temblando.
De vuelta a mi casa, a nuestros reconfortantes silencios.
Déjalo. No te merece la pena. Esto te está consumiendo por dentro.
Y cada mañana, en cuanto lo pienso, mi mente lo descarta.
No soy lo bastante fuerte para dejarlo. Soy una adicta.
Han pasado cinco semanas, aunque a mí me parezcan a ratos cinco días y a ratos cinco años. Cinco semanas, ni más ni menos. Todo comenzó una tarde de teatro, como tantas de mis tardes. Aquella en concreto, Ángel y su novia habían ido a verme, lo cual no era tan extraño. Ángel no había podido ir al estreno, y fue con su novia. Lo normal. Yo conocía a su novia desde hacía bastante tiempo ya, porque son una de esas parejas que llevan juntos desde siempre. Ángel y Emma.
Y hasta aquel momento, todo era perfecto. De verdad.
Llevaba más de dos años y medio trabajando en Sé lo que hicisteis, suficiente tiempo para que los cuatro gatos que nos habíamos conocido allí nos tuviéramos más que vistos. Conocía a las novias y novios de todo el que tenía pareja, a las madres y padres de más de uno, e incluso conocía al gato de Pilar, un minino con muy mala leche al que le pusieron el feliz nombre de Curro. Aquello era una familia grande, en la que todos éramos un poco como hermanos: no decidimos estar juntos pero es lo que nos toca y, en el fondo, nos queremos.
Y eso mismo había sido Ángel Martín para mí desde que lo había conocido, un hermano. Me hacía de rabiar, me quitaba los rotuladores rosas, nos gastábamos bromas y, muy de vez en cuando, él tenía un problema y me lo contaba, o yo estaba de bajón y acudía a él. No más que con el resto. Miki ha aguantado lloreras mías por chorradas, y Berta tuvo la mala suerte de cruzarse conmigo por el pasillo un día que estaba con un cabreo de tres pares y lo pagué con ella. Nos vemos todos tanto que es lo más normal.
Y aquella tarde en la que todo comenzó, aquella tarde de teatro, no tenía pinta de ser distinta de las demás. Ángel había venido a ver mi obra, eso era todo.
Cuando terminó, me acerqué a ellos para saludarles.
- Cojonuda, en serio. Me he muerto de la risa varias veces - dijo él. Por supuesto, yo ya sabía que le iba a encantar.
- Sí, es muy buena - me felicitó Emma, con una sonrisa.
Me invitaron a acompañarles para tomarnos algo, pero era tarde y decliné la oferta para dejarles solos. Un poco de intimidad para los tortolitos.
Yo no lo supe entonces, cuando me monté en el coche para marcharme a casa, pero en ese mismo instante la locura en la que llevo inmersa cinco semanas, explotó.
Explotó quizá sea una palabra demasiado exagerada. Más bien, diría que se deslizó. Con sutileza.
Llegué a mi casa aquella noche, como las demás, y me quité los zapatos de mala manera en cuanto entré por la puerta. Me senté en el sofá con un libro y apenas había avanzado capítulo y medio cuando toc, toc, mi puerta me reclamó. Fue más bien un molesto riiiiiing, pero da lo mismo.
Abrí la puerta, perezosa, y allí estaba él. No era la primera vez que venía a mi casa. Un día, antes del verano, me vino a buscar antes del trabajo porque a mi coche le había dado por averiarse la noche anterior, y le pedí que me llevara. Hasta cierto punto, no me extrañó verle allí.
- ¿Qué haces aquí? - le pregunté de todos modos, curiosa.
Y ahí se acabó la conversación.
Cerró con un portazo, se abalanzó sobre mí y cuando me quise dar cuenta, sus labios estaban sobre los míos. Me tenía agarrada, con las manos en mi espalda y si hubiera querido apartarme lo habría encontrado difícil, creo.
Nunca antes, lo juro, jamás de los jamases había yo pensado en Ángel de aquella manera. No al menos que yo sepa. Pero, ¿sabéis ese momento en el que tu mejor amigo de toda la vida, aquel del que ni siquiera te planteas que te guste porque sería casi incesto, se convierte de la noche a la mañana en alguien atractivo? Odio ese momento. Y, para mí, ese momento fue cuando Ángel Martín me besó. De repente, pasó de ser mi compañero de trabajo a ser el tío con el que quería acostarme.
No hice ni una sola pregunta. No parecía necesitar respuestas, al menos en ese momento. Sus manos se encargaron de mi ropa y mis dientes se encargaron de la suya, y lo siguiente que recuerdo claramente es despertarme desnuda a su lado.
Y de eso han pasado cinco semanas. Esa mañana nos despertamos, sin una palabra ni una explicación, y fuimos a trabajar, como todos los días. Pero por la noche, mi timbre molesto volvió a sonar y yo, antes de acercarme siquiera a la puerta, ya sabía que era él.
Se quedaba poco tiempo, dos o tres horas, y luego se iba. Sólo se quedó a dormir la primera noche. Yo nunca se lo he preguntado, pero tengo más que claro por qué no ha vuelto a quedarse.
Quizá porque su novia sospecharía.
Probablemente resulte extraño que en cinco largas semanas no hayamos hablado del tema. Sólo hubo una vez, hace un par de semanas, una breve mención.
- Patricia… - murmuró él, mientras yo me acurrucaba entre sus brazos. Era la primera vez que hablaba. Nunca hablábamos cuando lo hacíamos, ni antes ni después. Desde que yo abría la puerta hasta que él la cerraba al salir, no intercambiábamos ni una sola palabra. Por eso, oírle pronunciar mi nombre rompió un silencio tan profundo que me sorprendió -… debes pensar que soy alguien horrible.
- No, no lo pienso - le contesté, en voz muy baja -. Tú sabrás por qué haces lo que haces.
Y no volvimos a hablar.
Por las mañanas, por supuesto, las cosas eran distintas. Nos llevábamos mejor que nunca. Me hacía rabiar más que antes, me chinchaba más, y a veces pasábamos programas enteros pintándonos con los rotuladores entre vídeo y vídeo. Niños de día, amantes de noche.
Pero las miradas eran lo único que conectaba aquellas dos realidades paralelas, la del día y la de la noche. Me miraba igual cuando me tiraba del pelo que cuando me besaba la piel de los hombros, exactamente igual cuando repasábamos el guión que cuando hacíamos el amor.
De algún modo, este acuerdo tácito en el que ninguno de los dos hablaba por las noches, y ninguno de los dos hablaba de las noches por las mañanas, era sagrado. A veces, me preguntaba si no sería todo producto de mi imaginación enfermiza, y los tórridos encuentros nocturnos no eran más que ensoñaciones. Aunque ahí estaba siempre su mirada para confirmarme que estaba cuerda y que no eran en absoluto imaginaciones mías.
Nadie ha sabido nunca nada. Llevamos cinco semanas viéndonos todos y cada uno de los días, y aún nadie sabe nada. Es como si tuviéramos una burbuja alrededor.
Hasta aquí, todo perfecto, de nuevo. Raro, sí, pero perfecto. Jamás lo reconocería ante él (entre otras cosas porque no hablamos del tema) pero es un amante realmente bueno. Siempre sabe qué hacer, en qué momento y con qué intensidad. A menudo, me da la sensación de que es feliz solo con verme disfrutar. Jamás he estado tan compenetrada, sexualmente hablando, con nadie. Y, sinceramente, una vez acostumbrada, me encanta tener a un tío que me da sexo todos los días, y además del bueno. Un dulce no amarga a nadie.
Cinco semanas de locura, y justo ahora, cuando las cosas no están demasiado mal, mi cabeza empieza a torturarme.
La primera señal de que la catástrofe asomaba ya la cabeza fue hace una semana escasa. Él estaba vistiéndose en silencio, mientras me lanzaba miradas de vez en cuando. Yo, que seguía desnuda en la cama, le observaba. Y, justo entonces, cuando estaba a punto de mirarme por última vez y salir por la puerta, mi cuerpo se movió solo, me levanté e hice algo que no había hecho nunca hasta entonces: me acerqué y le besé, a modo de despedida. Él, sorprendido, tardo un poco en reaccionar, pero al final me devolvió el beso, algo reticente. Y después, me guiñó un ojo y se marchó.
Yo estaba muerta de miedo. Le había besado para despedirme. No había podido controlarlo. Aquello se me empezaba a ir de las manos.
Y así, día tras día, una nueva señal aparecía para meterme más miedo: hace seis días le eché de menos en cuanto salió por la puerta, hace cinco tuve que reprimir las ganas de besarle mientras repasábamos el guión y así sucesivamente hasta hoy.
Hoy ha sido el detonante.
Una simple frase en el guión. “Eso es Planeta Finito, pero en Sicilia”.
Esa frase me ha vuelto loca de celos. Su novia ha trabajado en Planeta Finito, y siempre que oigo el nombre del programa la recuerdo a ella. Yo he pensado poco en su novia durante estas cinco semanas, pero por poco que pensara en ella, siempre he tenido claro que mi amante no era alguien precisamente libre. Pero en ese momento, pensar en ella no me hizo sentir culpable, como hubiera sido normal. No. Me ha matado de celos.
Y eso me cabrea.
Yo no debería estar celosa.
No debería.
Todo era perfecto hasta ahora.
Mi mente no me deja en paz ni un minuto. Se dedica a pensar locuras. Yo las descarto todas, por supuesto. ¿Qué motivo podría tener yo para estar celosa? Ángel no es mi novio, ni mucho menos. A mí no me debe fidelidad. Ni yo la quiero. Ángel sólo es el tío al que me tiro. Al que me zumbo, ya puestos. Y nada más.
Ángel Martín no es nada más.
-
Me despierto pensando lo mismo que cada mañana. Que si esto va a empezar a suponer un problema para mí, sería mejor cortar por lo sano. Olvidarme de esta pequeña aventura sin sentido. Mejor ahora que después, cuando pueda dolerme, ¿no? Excepto, claro, que no podría dolerme jamás porque Ángel Martín no es nada más que el tío al que me zumbo.
Pero justo cuando pienso en eso, en cortar por lo sano, una quemazón dolorosa recorre mis venas y siento que mi cuerpo reacciona en contra. No puedo dejarlo. Estoy enganchada a él, como a una droga. Me pregunto si existen grupos de apoyo para dejar de ser adicta a Ángel.
El día pasa lentamente, y apenas me doy cuenta de que, siendo sábado, tengo el día prácticamente libre, para hacer lo que me de la gana. Hasta las ocho que empiece el teatro, nada. Pero las horas pasan una a una y yo no hago otra cosa que vagabundear por mi casa, como si esperara encontrar mi dosis de droga escondida en cualquier cajón. Sé que mi dosis esperará a las doce y pico para aparecer por mi puerta, y que tengo que ir al teatro, pero aún así son más de las siete y media cuando salgo de casa.
Cumplo con mi papel sin apenas notarlo. Las mismas frases que todos los días; puedo hacerlo durmiendo. Mi mente está demasiado lejos del escenario, está en la puerta de mi casa y en su timbre molesto.
Cuando Ángel llega, a las doce y media, casi se me olvida que no hablamos. Casi le digo que llega tarde, que si tiene que irse a la una y media como muy tarde apenas nos dará tiempo a nada. Pero me acuerdo a tiempo para cerrar la boca.
Mi piel recibe su dosis de caricias, y mi boca su ración de besos. En cuanto cerramos la puerta, se deshace de mi ropa y volvemos a empezar. Sus manos nunca han sido inseguras o torpes, ni sus gestos tímidos. Casi me da la impresión de que nada de esto le ha parecido extraño en ningún momento. A estas alturas, conoce tan bien mi cuerpo que sabe por donde empezar y por donde terminar, y lo hace con una precisión milimétrica. Como todas las noches, termino agotada.
Sólo entonces, cuando mi cabeza está apoyada en su pecho escuchando los latidos de su corazón, mis ojos se fijan en el despertador de mi mesilla. Son las tres y cuarto.
Alzo la cabeza y le miro. Tiene los ojos abiertos, y en cuanto se topa con mi mirada esboza una sonrisa.
- ¿No te vas? - le pregunto, y de nuevo, mi voz retumba en el silencio como el sonido de una apisonadora, aunque sólo he susurrado.
- No - contesta, simplemente.
Y entonces, como el instinto salvaje que dispara mi adicción ya está saciado, mi mente toma las riendas de mi cuerpo. Ahí es cuando empiezo a meter la pata, por supuesto.
- ¿Por qué? ¿Por qué te quedas?
- Nadie me espera hoy - murmura.
¿Qué quiere eso decir? ¿Y Emma?
- ¿Y…? - el final de la pregunta es más que obvio.
- Cree que estoy pasando la noche en casa de Dani, con unos amigos. Hoy tocaba fútbol.
Es la frase más larga que me ha dicho ninguna noche. Y es la primera vez que alguno de los dos reconoce la existencia de su novia.
- Ángel, yo… - mi estúpida cabeza, que tiene que hacerme hablar incluso cuando no hay nada que decir, sigue a lo suyo.
- ¿Quieres dejarlo? - me pregunta de pronto, en voz baja.
De repente, siento su mano acariciando mi pelo, sus dedos recorriendo mi nuca. Soy más consciente que nunca de la textura de su piel contra mi pecho, y mis labios recorren su mentón lentamente. Empieza a salirle barba, y me encanta. Y ni siquiera pienso en la respuesta.
- No.
Sus labios vuelven a buscar los míos y esta vez, cuando me besa, su lengua es más dulce aún si cabe.
Me despierta un roce suave contra la espalda. Abro los ojos y veo que Ángel está haciendo dibujos en ella con la punta de su dedo. La luz del sol se cuela por la ventana.
- Buenos días, Bella Durmiente.
- Aún estás aquí.
- Te dije que nadie me esperaba.
Veo que una bandeja descansa sobre mi mesilla, y que en ella hay un tazón lleno de cereales, una taza de café y un par de manzanas. Me incorporo en la cama, y de repente todo cobra un aire irreal. Ángel está en mi dormitorio, vestido sólo con una camisa, y es de día. Las dos realidades de mi mundo se funden de pronto en una.
- ¿Has dormido bien? - me pregunta, cogiendo una manzana y mordiéndola, y hay algo en el tono burlón de su voz que me indica que el silencio es sólo una norma nocturna. Ahora es de día y de día somos niños, ese es el trato.
- Mucho mejor que tú, parece. Menuda cara tienes - contesto, socarrona.
- ¿Cómo iba a poder dormir? Menudos ronquidos pegas.
¡Será posible!
- ¡Yo no ronco!
- Uy que no. Pregúntaselo a cualquier vecino, ya verás lo que te dicen - vuelve a morder la manzana, y el movimiento de la mandíbula masticando me parece infinitamente sexy. Creo que estoy empezando a volverme loca.
- ¿Vecino? Recuerda que mi vecino me tiene ganas, no creo que se queje de mis ronquidos - digo, sacándole la lengua.
- Tu vecino empieza a mosquearme.
- Vaya, ¿celoso?
Mi corazón empieza a latir un poco más deprisa.
- ¿Celoso, yo? ¿De tu vecino? No me hagas reír.
- Estás celoso, estás celoso… - canturreo, para provocarle. Y parece funcionar, porque en un momento deja la manzana a medio comer en la bandeja y se abalanza sobre mí, haciéndome cosquillas en los costados y en el cuello. Son mis puntos débiles, lo reconozco. Me retuerzo en la cama, riéndome sin parar, intentando librarme de él, pero sin apenas esfuerzo me agarra de las dos muñecas con una sola mano para que no pueda defenderme. Y, justo entonces, cuando va a volver al ataque, sus ojos se encuentran con los míos. Y mi cuerpo vuelve a reclamar mi droga, como si no tuviera ya suficiente. Me lanzo contra sus labios, los muerdo suavemente, y antes de que se de cuenta, ya no lleva ni la camisa.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que mi pequeña aventura ya no es sólo una locura de cinco semanas, cuando me doy cuenta de que me he metido ya en problemas y cuando me doy cuenta de que Ángel ha empezado a significar mucho más para mí que un simple tío que me zumbo.
A partir de esa mañana cambiaron algunas cosas. Nuestro silencio nocturno siguió vigente, pero ahora es más una costumbre íntima que una regla. Si queremos romperlo, lo hacemos. Los días pasan sin que apenas me de cuenta. Cada mañana es igual que la anterior, y cada tarde igual que la siguiente. Sólo hay una cosa (bastante preocupante, además), que distingue el paso del tiempo: que cada día dedico más tiempo a pensar en Ángel.
No como si estuviera enamorada de él, desde luego. No son pensamientos estúpidos de quinceañera loca de amor. No son “hoy está muy guapo” ni “ay, qué sonrisa más bonita tiene”. Son más bien “hoy tiene ojeras, no debimos hacerlo la cuarta vez”, y “tiene cara de preocupado, ¿qué le pasará?”. No estoy enamorada. Pero ante todo es mi compañero de trabajo, y me preocupo por él como tal. Nada más lejos.
Ayer, cuando vino a mi camerino a ensayar el guión, parecía distraído. Se sentó en el sofá sin decir nada, con la vista perdida en algún lugar del espejo.
- ¿Estás bien? - le pregunté al final, sentándome en la banqueta que tengo frente al tocador.
- ¿Eh? Sí, sí, sólo un poco… ya sabes, en mi mundo.
- ¿Y cómo es tu mundo?
Sonrió, de la misma forma distraída.
- Muy desconcertante. En fin, vamos a empezar, rubia.
- Claro, enano - le respondí, poniendo énfasis en la última palabra.
- ¡Eh! Sólo puedes llamarme enano cuando te lo ponga en el guión. Si te quitas los tacones…
- Sigo siendo más mona que tú - le interrumpí, con una sonrisa encantadora y sarcástica.
- No me provoques… - me encanta el tono con el que dice siempre esa frase. Es el tono de “provócame”, o al menos así lo interpreto yo, porque tengo la inexplicable sospecha de que si le provoco, me gustará el castigo.
- ¿O qué? ¿Es eso una amenaza?
- Claro que sí. Recuerda que sé donde tienes cosquillas - me respondió, señalándome con el dedo.
- Y también soy más inteligente, ingeniosa y divertida que tú - seguí diciendo.
- Te apetecen esas cosquillas, ¿no?
- Lo que me apetece es… - y de repente, me interrumpieron sus labios, que estaban en mi cuello antes de que me diera cuenta. Me estaba dando besos tan ligeros que, de hecho, estaba haciéndome cosquillas. Empecé a reírme, pero el roce no tardó en pasar a ser más intenso, y su boca buscó la mía y me besó. Mis manos se enredaron en su pelo, en su nuca, y las suyas viajaron por debajo de mi camiseta para acariciar la piel de mi espalda. Era la primera vez que nos besábamos en el trabajo. Las fronteras de mis dos dimensiones personales eran cada vez más difusas.
Cuando se separó de mí, con la respiración agitada y las mejillas calientes, me miró a los ojos con intensidad. Vi en ellos frustración, luego impotencia y al final, tristeza. Y me dolió.
- No puedo - dijo al final. Me acarició la mejilla con los dedos durante un momento, y luego se marchó.
¿Qué coño le pasa ahora? No entiendo nada. ¿Qué no puede qué? Vamos a ver, si yo soy la otra. ¿No puede ponerle los cuernos a su novia porque se siente culpable? Ha tenido más de un mes para sentirse culpable, ¿por qué empezar ahora?
Todo esto me bulle en la cabeza mientras conduzco hacia el trabajo. Anoche no vino. Por primera vez desde la primera noche, no apareció. Creo que cualquier cosa que pudiéramos tener, ya se ha terminado. Y todo por mi maldita costumbre de hacerle de rabiar. Si me hubiera callado ayer y no le hubiera provocado, no me habría besado, y ahora no estaría pasando esto. Pero a mí me da igual, por supuesto. Él se lo pierde. Que no pueda dejar de pensar en ello no significa que me moleste.
Cuando aparco el coche, le veo apoyado en el capó del suyo, mirándome con expresión grave. Qué mal rollo.
Me bajo y me dirijo hacia él, inexpresiva como el hielo. Somos amigos, pero esta no es la situación más cómoda del mundo, creedme.
- Hola - saludo, con voz inocente.
- Patricia, tenemos que hablar.
- ¿Aquí?¿Ahora?
- No, no… Esta tarde, cuando terminemos el programa, iré a buscarte a tu camerino - de pronto, su expresión se suaviza, y esboza una sonrisa -. No pongas esa cara, no es para tanto.
- Ya, bueno… luego hablamos, entonces.
La intriga me recorre las venas. ¿Qué querrá decirme? Bueno, es obvio. Que tiene miedo de que alguien nos pille, que se ha dado cuenta de que está enamorado de su novia y que lo mejor es que nos limitemos a ser compañeros de trabajo.
Y, cuando me doy cuenta de que todo se ha terminado, el estómago se me hace un nudo. Le voy a echar de menos.
El resto de la mañana se me escapa entre la melancolía y la desesperación. Melancolía es lo que siente mi mente, mi corazón. Desesperación, lo que siente mi cuerpo.
Tamborileo con los dedos sobre la mesa, muevo los pies al ritmo de una música silenciosa, me muerdo las uñas. Estoy nerviosa. De hecho, pienso en un momento de lucidez, tengo los síntomas del síndrome de abstinencia. Sudoración, temblores… ¿Cómo voy a aguantar sin mi dosis?
Mi mente, en un intento algo triste de salvarme, se pregunta frenética qué es lo que tiene Ángel, qué es lo que me hace tanta falta de él. Qué me da. Y no logro explicarlo. No me da amor, así que mi dependencia no puede ser afectiva. No es por el sexo, porque por muy buen amante que sea, nunca he sido una ninfómana. No encuentro la respuesta. Pero se a ciencia cierta que necesito a Ángel.
Llego a la terrible conclusión de que tengo que convencerle para que no me deje. Qué patético.
Tengo que convencerle para que no me deje, al menos no mientras no sepa qué es lo que necesito tanto de él. Para poder sustituirlo. A poder ser por alguien sin novia.
Cuando termina el programa, espero en mi camerino, nerviosa. Ansiosa de veras. No tengo ni idea de qué voy a decirle, pero no le dejaré salir hasta estar segura de que por la noche volverá a mi casa.
La puerta se abre, sin llamar ni nada, y cuando la cierra tras él, me mira con esos ojos marrones que taladran.
- ¿Te has enamorado de mí?
La pregunta me pilla tan de sorpresa que no me sale contestarle automáticamente que obviamente no, no me he enamorado de él.
- ¿Cómo? - pregunto, para ganar tiempo.
- ¿Te has enamorado de mí, Patricia? Porque si lo has hecho, tenemos un problema.
Tengo un problema.
Así de puñetera es mi suerte: en el mismo momento en que descubro qué es lo que tanto necesito de Ángel, él me dice que no debería necesitarlo.
- ¿Qué te hace pensar que me he enamorado de ti? - pregunto, en tono irónico.
- Patricia, lo nuestro es algo sólo físico, lo sabes, ¿verdad? - dice, acercándose a mí con expresión de cautela. Pero, cuando está lo suficientemente cerca, apoya una de sus manos en mi cintura. Eso, en mi idioma, son señales contradictorias.
- Lo se - digo, asintiendo con la cabeza. Está lo bastante cerca como para saborear su aliento dulce sólo al respirar.
- Porque sabes tan bien como yo que estoy con Emma - añade, sin apartarse ni un milímetro.
- Y que la quieres - digo, terminando su frase. Siento como si una hoja de hielo se me clavara justo debajo de la garganta.
- Y que la quiero - repite él -. Así que si te estás enamorando de mí, dímelo y me alejaré de ti, porque no quiero hacerte daño.
Sus ojos son claros, concisos, y sin embargo yo encuentro una ternura nueva en ellos. O quizá estoy imaginándola.
- No puedes hacerme daño - miento, y saco mis dotes de actriz para sonreír de forma sugerente -. Estoy no es más que un juego. Cuando nos cansemos de jugar, a otra cosa.
- Exacto.
- Todo aclarado, entonces.
- Espérame esta noche despierta si te apetece jugar - y me lanza una sonrisa traviesa que me paraliza de arriba abajo, desliza sus labios hasta los míos y me da un corto beso antes de marcharse de mi camerino.
Estoy perdida.
No es el amor de Ángel lo que necesito, no es su cuerpo, no es ni siquiera su compañía. Es algo más que todo eso. Necesito conocerle.
Ángel siempre me ha intrigado. Llevo trabajando con él casi tres años, y mucho de él sigue siendo un absoluto misterio para mí. Es cierto que antes de todo esto éramos como hermanos, pero siempre he tenido la sensación de que se guardaba muchas cosas. De que podía hablar mucho sin decir nada. Quizá por eso me fascinaba tanto al principio. Un tipo ingenioso y divertido, con un carisma difícil de ignorar. Él nunca se ha dado cuenta, por supuesto, pero cuando te mira, cuando te clava esos ojos como arpones, que entran pero no salen, no puedes apartar la mirada así como así. Su voz atrapa, sus gestos hipnotizan. Incluso su forma de moverse es tan personal que acabarías echándola de menos. La primera vez que le vi, me abrumó. Me sentí como una niña delante de un profesor. Quería hacer las cosas bien para que él las viera. Quería que estuviera orgulloso de mí.
Las cosas cambiaron lentamente. A fuerza de trabajar con él, el roce hizo el cariño, y la admiración pasó de ser tan intensa a ser más profunda cuando empecé a conocerle. Ya no me impresiona, no me abruma. Pero ahora más que nunca le veo como al hombre arrebatador que fue el primer día. Con todas sus virtudes y todos sus defectos.
Pero incluso ahora, después de tanto tiempo, me intriga su forma de pensar. Por eso, ahora no que no comprendo lo que está haciendo, mi adicción me exige que intente averiguarlo. Para conocerle tanto como pueda.
Como me promete, no han pasado ni diez minutos desde que llego a casa del teatro hasta que oigo el timbre de la puerta sonar. Se me escapa una sonrisa, pero la reprimo con todas mis ganas antes de abrir.
Igual que cada noche, entra sin decir una palabra, cierra la puerta y me toma el rostro con ambas manos para besarme. Siento cierta urgencia en su beso. Está nervioso. Su cuerpo empuja el mío hasta la pared hasta que mi espalda choca con ella. Su pecho se pega al mío, sus manos se apoyan en la pared a cada lado de mi cuerpo. Sus labios rozan mi cuello antes de susurrarme al oído.
- Pregúntamelo.
Sé de sobra a qué se refiere.
- ¿Por qué lo haces?
- Porque no puedo no hacerlo. ¿Lo entiendes?
Por supuesto que no lo entiendo, pero sus dientes empiezan a morder suavemente la piel de mi garganta y a mí se me olvida cualquier atisbo de conversación. Eso tendrá que esperar a luego.
Y hoy, cuando despierto en mi cama vacía como siempre, hay algo nuevo. Hay una hoja de papel escrita sobre la almohada. Reconozco su letra al primer golpe de vista.
Buenos días, Bella Durmiente. Cuando llegues al estudio, búscame. No puedo esperar a esta noche.
Creo que no soy la única adicta. Pero, en vez de alegrarme que mi pequeño vicio sea correspondido, me pongo tensa. Una parte recóndita de mi mente había esperado con ilusión que él decidiera poner punto y final a esta aventura, porque yo no podría. Y sabía, muy en el fondo, que esto iba a acabar doliéndome. Cada día que pasaba los celos me atacaban más. Había empezado a salir menos con mis amigos, y cuando no estaba con Ángel estaba malhumorada e irritable. Ángel, como todas las drogas, es nocivo para mí. Mi mente racional me gritaba que me alejara de él antes de sufrir más. Pero yo no la escuchaba.
Y ahora, para acabar de hundir a mi sensatez en la miseria, me golpea esta nueva idea: él no va a dejarlo con su novia, y tampoco va a dejar de verme. Y yo no puedo hacer nada para evitarlo.
Ángel ha empezado un nuevo juego. Yo, que ya he asumido que estoy atrapada en esto como una mosca en una tela de araña, no tengo más remedio que resignarme y jugar con él.
Cada día, me encuentro una nota escrita a toda prisa por él, con un lugar y una hora. Y cada día, la nota está en un lugar distinto. El primer día me la encontré en la almohada de mi cama, pero el segundo fue en el sofá de mi camerino y el tercero fue un post-it pegado a uno de los espejos de maquillaje. La gente, que no sabe qué son esas notas, no les presta atención si se las encuentra por ahí.
Yo paso las mañanas buscando esas notas. Ya nos hemos encontrado a escondidas en el baño de los chicos, en un rincón escondido del almacén de material y en las cocinas de la cafetería. Cada día, los lugares son más extraños. Y ahora, esto.
La notita de hoy tiene algo nuevo.
Jardín Botánico, 19:30
¿Es que está loco? No entiendo nada de esto. ¿Es que no podemos ser amates como el resto de los amantes del mundo, follar de vez en cuando a escondidas y punto? No, Ángel Martín tiene que hacer de todo algo especial. Hasta el sexo.
Por un breve momento, me pregunto si se enfadaría en caso de que no apareciera. En caso de que diga basta y me olvide de esta chorrada que cada día me hace darle más vueltas a la cabeza. Pero pronto descarto la idea: siendo realistas, soy demasiado consciente de que no voy a decir basta. Aún no he tenido suficiente.
Al menos, como es lunes, no tengo teatro. Algo es algo.
Aparezco, muy a mi pesar, a las siete y veinte en la puerta del Jardín Botánico. La señora que cobra las entradas, una anciana miope, no da señales de reconocerme, lo cual es un alivio. Lo que me faltaba era que nos pillaran en un parque, vamos.
El jardín está desierto. A estas horas, no sólo es ya de noche, sino que el cielo está lo bastante nublado para que la poca claridad que pudiera quedar del atardecer se quede en nada. No hay ni un alma. Empiezo a caminar, con la extraña sensación de sentirme observada, y me adentro en el parque entre árboles enormes y estatuas de piedra.
De repente, una mano coge la mía y tira de mí hasta esconderme detrás de una secuoya gigante y yo ahogo un grito.
- ¿Estás loco? - digo, en un susurro furioso. Él me pone un dedo en los labios mientras una sonrisa se extiende por su cara.
- ¿No es perfecto? No hay nadie - responde, en el mismo tono susurrante.
- En mi casa tampoco.
- Es por salir un poco, mujer.
Cada vez estoy más irritada. Desde luego no ayuda que se lo tome a coña todo. Él tiene más que perder que yo si alguien nos pilla, y sin embargo se comporta como un adolescente de catorce años. Tampoco ayuda que me muera de ganas de besarle. Estoy furiosa con él por quitarle importancia a todo, con mi cuerpo por darle la razón y con el mundo entero por estar en mi contra. Porque si no está en mi contra, entonces no lo entiendo.
- No sé que clase de persona crees que soy - le digo, con un tono gélido y orgulloso -, pero tengo cosas mejores que hacer que venir a un parque a darme el lote con un crío.
Su cara pierde la sonrisa y de repente me siento fatal. Le he hecho daño. Se aparta lentamente de mí y es entonces cuando siento ganas de llorar. Por haberle provocado esa mueca de dolor, por sentir su piel lejos de la mía, porque aún no me ha besado. Y porque me muero de miedo de que tome en serio mis palabras.
Le tomo el rostro entre las manos, mirándole a los ojos.
- Lo siento, lo siento, de verdad, no… no se qué me pasa - murmullo. La voz se me quiebra. ¿Qué está haciendo Ángel conmigo? Me está rompiendo por dentro. Nuestros labios se acercan mientras yo no dejo de tartamudear disculpas y perdones.
- No quería decir eso…
- No importa, Patricia…
Y entonces le beso. Muy lentamente, atrapo su labio inferior entre los míos y lo beso con dulzura, con las manos aún apoyadas en sus mejillas.
- Perdóname…
- Te perdono…
El beso se hace más profundo, más desesperado y ansioso, pero esta vez es distinta. Me siento mal. El nudo de mi estómago no son solo nervios. Es miedo. Y el miedo me duele. Y el dolor se me condensa en los labios y puedo jurar que él lo nota, porque sus besos son tiernos.
Resbalamos hasta el suelo, abrazados, entre besos y dientes y lenguas, y sus manos recorren suavemente mi cintura y las mías buscan su espalda. A pesar de estar a mediados de noviembre al aire libre, la piel me arde, y me deshago de la chaqueta que llevaba para que sus manos tengan el camino más fácil. Mi boca se desliza por su cuello. Y entonces, cuando tiene al fin los labios libres, le oigo soltar primero un suspiro y luego una risa baja, y se separa lentamente de mí.
- Ven, quiero enseñarte algo - dice, volviendo a cogerme la mano.
- Qué oportuno eres… - refunfuño. Vaya forma de cortarme el rollo.
- No creerías en serio que hemos venido sólo para salir un poco, ¿no?
- Por supuesto que no - miento yo. Mira que le gusta marearme.
Así voy yo, sumergida en mis pensamientos irritados e indignados, mientras una parte de mi mente no deja de pensar que no me ha soltado la mano, cuando nos paramos delante del que, estoy convencida, es el árbol más grande del parque entero. Y ya es. Entonces Ángel me suelta y se pone a mirar la corteza del árbol detenidamente. Juraría que se ha vuelto loco, pero entonces me agarra de nuevo de la muñeca y tira de mí hasta ponerme a diez centímetros del tronco.
- ¿Lo ves?
- Pues teniendo en cuenta que está un poco oscuro…
Su dedo se dirige a la madera, impaciente, y entonces lo veo. Escrito de forma angulosa, veo el nombre de Ángel y poco más abajo un Dani igual de anguloso.
- Lo escribimos hace años… el día que Dani y yo llegamos a Madrid - me cuenta, sonriendo -. Llegamos a Atocha en el tren y dejamos las maletas en la consigna, porque nos apetecía dar una vuelta por el Retiro. Pero nos perdimos, nos equivocamos de parque y acabamos aquí. Desde entonces, me gusta venir de vez en cuando, cuando todo parece demasiado irreal y creo que voy a perderme de nuevo - su tono es cada vez más bajo, y adivino que ya no está hablando para mí sino para sí mismo. Su pecho, apoyado en mi espalda, me da calidez y a mí se me olvida de pronto cualquier muestra de irritación.
- ¿Va todo bien? - le pregunto en voz baja, preocupada por su tono de voz.
- ¿Tú me lo preguntas? Precisamente tú…
Me quedo en silencio, sin saber qué quiere decir, pero le lanzo una mirada interrogante por encima del hombro.
- Si estamos aquí los dos es porque las cosas no van bien. No debería ser así - añade, mirando el tronco del árbol. Entonces, saca las llaves del bolsillo y con una de ellas empieza a arañar la madera. Una P, una A, una T, una R, una I, una C, otra I y una enorme A. Ni siquiera para ahorrar letras me llama Patry. Cuando termina, se vuelve a guardar las llaves y me mira fijamente.
- Joder, ¿por qué lo has complicado todo? - masculla, y entonces me da un beso apresurado y furioso en la frente y echa a andar hacia la salida. Yo, confusa, no puedo hacer otra cosa que seguirle, con las rodillas temblando.
De vuelta a mi casa, a nuestros reconfortantes silencios.
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
Aaaahhh ! En serio, te quiero
Me encantó el fic, y lo sigas como lo sigas seguro que estará genial
Me encantó el fic, y lo sigas como lo sigas seguro que estará genial
Re: Adictos (recuperación)
Cada mañana me repito lo mismo.
Déjalo. No te merece la pena. Esto te está consumiendo por dentro.
Y cada mañana, en cuanto lo pienso, mi mente lo descarta.
No soy lo bastante fuerte para dejarlo. Soy un adicto.
Han pasado dos meses. Aunque a mí, a veces me parecen dos días, y a veces dos años. Ni más ni menos que dos meses. Todo comenzó la tarde que fui a ver por primera vez la obra de teatro de Patricia, acompañado por mi novia, Emma. Había oído que la obra estaba genial, y me había dado pena perderme el estreno, pero ahí estaba yo para solucionarlo.
No se trataba de nada especial, lo juro. Si la obra de teatro hubiera sido de Miki, la hubiera ido a ver con el mismo entusiasmo. Patricia era como una hermana para mí, joder. Nada más que eso. Me encantaba hacerla de rabiar, esconderle los rotuladores fluorescentes, despeinarla justo cuando acababa de salir de peluquería (aunque me llevara mis buenas broncas por eso). Pero igual que bromeaba con los demás. Patricia no era nadie especial. Simplemente, la trataba con el cariño fraternal con el que nos tratamos todos en el programa. Estamos tan hartos de vernos las caras, que parecemos una familia enorme en navidades.
Y aquella tarde que todo comenzó, no tenía ninguna intención oculta. Nada planeado. Todo lo que pasó, me pilló a mí tan de sorpresa como a ella.
En cuanto salió, se acercó para saludarnos a mí y a Emma. Le felicitamos por lo bien que estaba la obra y le invité a que nos acompañara a tomar algo. Lo normal. Pero ella declinó la oferta y se fue. Hasta ahí, todo completamente normal.
Si no fuera porque, en cuanto su coche se perdió de vista, Emma murmuró entre dientes.
- Va un poco de diva, ¿no?
Fruncí el ceño, entre la risa y el desconcierto.
- ¿Cómo dices?
- Nada, olvídalo. Cualquiera dice nada…
¿Pero de qué coño estaba hablando?
- Patricia no va de diva, Emma - le dije, con paciencia -. La gente sólo lo dice por envidia.
- ¿Me estás llamando envidiosa?
Puse los ojos en blanco.
- Claro que no, cielo. No lo decía por ti…
Es cierto que había oído criticar a Patricia a mucha gente que no la conocía, y me repateaba mucho. Pero desde luego, no tenía intención de discutir con mi novia por una chorrada así.
El problema es que ella siguió, y la chorrada empezó a cobrar importancia.
- ¿No está muy delgada? Yo creo que tiene anorexia…
- No digas tonterías, la veo meterse para el cuerpo unos bocadillos de jamón del tamaño de un balón de rugby.
- Pues vomitará.
Me reí.
- ¿A qué viene esa obsesión ahora por buscarle defectos? ¿No te ha gustado la obra?
- Ahora que lo dices, parece que no sale del papel de rubia tonta.
Eso me cabreó. No entendía a qué venía tanto ataque.
- Es una actriz muy buena. Que se dedique al humor no significa que sea incapaz de hacer nada más. Mírame a mí.
- Sí, tal para cual… - masculló en voz baja.
Buenoooo, una escenita de celos, lo que me faltaba.
- Sí, justo tal para cual, tú lo has dicho. Es increíble lo mucho que la quiero, Emma. No lo sabes bien - aquella era mi técnica. Cuando Emma se ponía celosa por cualquier cosa, yo me dedicaba a ponerla aún más celosa hasta que se hartara.
- Sí, tú búrlate, pero tengo ojos en la cara.
- Pues úsalos para ver lo mucho que nos queremos… ¿no te has fijado en lo buena que está? Vamos, siempre he pensado que tenía un buen polvo… - seguí yo.
- Seguro que ella piensa lo mismo de ti.
- Sí, no lo dudes. Soy el hombre de su vida.
Como yo había previsto, Emma se hartó y se quedó callada. A mí estas escenas me hacían más gracia que otra cosa. Pero entonces, Emma dijo la frase. La frase que me cambiaría la vida.
- ¿Tonteáis en el programa para subir la audiencia? Siempre me lo he preguntado.
¿Cómo que si tonteamos en el programa para subir la audiencia? No tonteábamos en el programa.
- No tonteamos - respondí, frunciendo el ceño.
No se habló más del tema. Pero mi cabeza le daba vueltas a esa frase, una y otra vez. ¿Por qué me preguntaba eso? Era obvio que Patricia y yo no tonteábamos. Vamos, éramos como hermanos. ¿Cómo íbamos a tontear? ¿Acaso dábamos esa impresión? Y, en ese caso, ¿por qué coño dábamos esa impresión?
Sabía que tenía química con Patricia. Lo sabía, porque hay gente con la que tienes química y gente con la que no. No hay más. Y cuando estaba con Patricia, la electricidad cargaba el ambiente. Pero no era ni atracción, ni deseo, ni nada sexual ni morboso ni nada que se le parezca. Era, simplemente, que conectábamos. Coño, también conecto con Dani y nadie piensa que tontee con él. La gente es gilipollas, y punto.
Miré el reloj. Eran las once de la noche. Le dije a Emma que iba a dar una vuelta con el coche, que la noche estaba preciosa, y ella, que seguía mosqueada, pasó de mí y se fue a la cama.
Cuando me monté en el coche me pregunté qué estaba haciendo allí. ¿A dónde tenía intención de ir?
Iré a ver si le apetece tomar una caña, y así le comento más a fondo lo que me ha parecido la obra, que se ha ido tan rápido que no me ha dado tiempo.
Sonaba raro, incluso en mi cabeza. En el fondo, sabía a qué iba a verla. Sabía que lo que quería era comprobar lo que me había dicho Emma. Quería comprobar si tonteaba con Patricia o no. Porque, si lo hacía, tenía que corregirlo de inmediato. No vaya a ser que la gente malinterprete aún más las cosas. Que las malinterprete ella, por ejemplo.
Es como mi hermana pequeña.
Conduje hasta su casa, pensando en qué le diría cuando me abriera la puerta y me viera allí plantado casi a medianoche. Había decidido decirle la pura verdad cuando aparqué en su calle y entré en su portal. Subí las escaleras, pensando en contarle lo que me había dicho Emma, reírnos un poco de que la gente fuera tan malpensada, y decirle que sería mejor intentar disimular un poco la química que teníamos. Por si las moscas.
Juro que esa era mi intención cuando llamé a su timbre.
Me abrió, con el mismo vestido corto que llevaba por la tarde. Sus piernas, largas, terminaban en unos pies descalzos. Su pelo suelto, dorado, acariciaba sus brazos. Y todo esto era normal. Estaba acostumbrado a sus piernas, y a su melena, y a su mirada inocente y curiosa.
- ¿Qué haces aquí? - me preguntó, con una media sonrisa.
Y fue entonces cuando me volví loco.
Y fue entonces cuando me volví loco.
Sus labios parecieron de repente como la manzana del pecado en el jardín del Edén. Tentadores hasta la locura y prohibidos hasta el infierno. Sus mejillas rosadas parecían iluminadas por un fuego extraño, y sus ojos se transformaron de repente en dos gotas de agua de color en las que parecía hundirme sin remedio. Sentí que aquella mujer no era la Patricia que siempre había conocido, sino una diosa perdida que venía a buscarme para salvarme de mí mismo. Cada vez que la electricidad entre los dos había dado un calambre, cada vez que inconscientemente la había mirado más tiempo de lo normal, cada uno de esos recuerdos me vinieron a la mente. ¿Estaba volviéndome loco? Mis sentidos la reclamaban. Mis ojos estaban clavados en ella, mi nariz captó su delicioso aroma, en mis oídos retumbaba todavía el sonido de su voz… y el tacto y el gusto reclamaron su parte. Quería tocarla, saborearla, inundarme de ella. Y todo esto pasó por mi mente en un microsegundo. De pronto, Patricia Conde se había convertido en lo que más ansiaba en el mundo entero. Tardé mucho en saber cual fue el detonante de aquella bomba.
Me abalancé sobre ella. Cerré la puerta con fuerza, la acorralé contra la pared y junté mis labios con esa manzana prohibida por Dios. No me importaba lo más mínimo si ella me apartaba a empujones y me cruzaba la cara con el bofetón que, sin duda, me merecía. No me importaba, en aquel momento, si ella se enfadaba tanto conmigo que no volvía a hablarme. No decidí besarla. Simplemente, no pude evitarlo.
Mi mente no participó de nada de lo que hice aquella noche. Agazapada en un rincón, dejó paso a mi instinto. Y fue entonces cuando supe que llevaba muchísimo tiempo queriendo hacer aquello. Necesitándolo.
Ni siquiera me paré a extrañarme por el hecho de que ella no me apartara. No me paré a pensar en nada, para ser sincero, hasta que todo terminó y ella se quedó dormida entre mis brazos.
Medio rendido al sueño, sólo tuve tiempo para pensar una cosa antes de quedarme yo también dormido.
Ángel, eres un auténtico gilipollas.
Mi mente creó una barrera impermeable en torno a Patricia. Mi instinto me llevaba cada noche a su casa, sin excepción, pero mi cabeza se mantenía al margen. Por lo menos al principio. Yo sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, que era un tipo repulsivo y que mi actitud ante todo esto estaba siendo inmadura, pero no podía evitarlo. No quería dejar de verla. Pero tampoco podía pensar en ello.
No hablábamos, lo cual hacía que todo fuera mucho más fácil. Ella no me preguntó por qué, yo no le pregunté por qué no, y de algún modo los dos asumimos que esto era, simplemente, una rutina más. Una ineludible y terriblemente placentera, pero nada más.
Pero mi subconsciente no tardó en jugarme malas pasadas. Tenía este enorme secreto que ni yo mismo entendía guardado dentro, quemándome, y empecé a obsesionarme tanto que escuchaba la voz de Patricia a todas horas. Cuando iba por la calle, me la imaginaba llamándome entre la multitud, o cuando estábamos repasando el guión para el programa y creía oírla decir mi nombre. Y luego, la ví por todas partes. Si echaba un vistazo a las revistas en el dentista, ahí había un reportaje para aprender a maquillarte como Patricia Conde, y si me metía en internet, me encontraba irremisiblemente su cara en alguna página. Y, por otro lado, estaba Emma.
Evitaba a toda costa mencionar a Patricia en su presencia, algo que nunca había hecho. Y cuando ella, por lo que fuera, me preguntaba por ella, yo escurría el bulto lo mejor que podía. Tenía la acuciante sensación de que si decía su nombre en voz alta, cualquiera que me oyera sabría al instante que cada noche le hacía el amor.
Fue entonces cuando rompí por primera vez nuestro silencio.
- Patricia… - susurré, y aún así la palabra retumbó -… debes pensar que soy alguien horrible.
- No, no lo pienso - me respondió ella. La miré, y sólo pude ver en sus ojos la más pura verdad -. Tú sabrás por qué haces lo que haces.
Me callé. No podía decirle que no, que no tenía ni idea aún de por qué hacía lo que hacía. Por qué no podía dejar de hacerlo.
Empecé a enfadarme conmigo mismo. Esto era una chorrada. Estaba agrandando el sentimiento de culpa que tenía. Me sentía mal por serle infiel a Emma, y eso hacía que me volviera paranoico. Por eso veía a Patricia en todo, porque era mi tentación, mi pecado personal, y era la única que podría arruinarme la vida. Era mi punto débil, y por eso me obsesionaba. Pero esto estaba adquiriendo unas dimensiones ridículas.
Patricia era una de mis mejores amigas. Confiaba en ella, había pasado por muchas cosas con ella, y la admiraba. Y, además, resultaba que por las noches éramos amantes. El ambiente en el trabajo nunca había sido mejor, de verdad. Si no fuera por el minúsculo detalle de que la culpa me reconcomía por dentro, todo hubiera sido jodidamente perfecto.
Me di cuenta de que era perfecto el día que decidí dormir en su casa. Le dije a Emma que me iba a dormir a casa de Dani, a ver el fútbol y jugar a la play y beber cerveza. Era mi plan inicial, no es broma. Pero cuando estaba parado con el coche frente a un semáforo en rojo de camino a la casa de Dani, cogí el teléfono sin darme cuenta, le dije a Dani que no podía y giré en la siguiente rotonda para dirigirme a la casa de Patricia. Me cabreé con mi polla, por pensar por mí. A la mierda una noche de chicos.
Llegué tarde. Ella me abrió la puerta, sorprendida por la hora a la que llegaba, pero no le dejé preguntar. No había un ápice de duda en mí cuando estaba a su lado. Fui ansioso aquella noche.
- ¿No te vas? - dijo su voz, mientras mis dedos acariciaban su pelo.
Lo pensé sólo una milésima de segundo.
- No.
- ¿Por qué? ¿Por qué te quedas?
Yo me estaba haciendo la misma pregunta. Pero sabía que no era eso lo que ella quería saber.
- Nadie me espera hoy - murmuré, y tuve que reprimir una sonrisa. Me sentía extrañamente libre.
- ¿Y…?
- Cree que estoy pasando la noche en casa de Dani, con unos amigos. Hoy tocaba fútbol.
Me extrañó no sentirme más culpable cuando dije aquella frase. Pero, de nuevo, sólo estaba la libertad recorriendo mis venas. Y la ligera extrañeza que me producía estar hablando con Patricia, tumbados en su cama.
- Ángel, yo…
El tono de su voz fue inseguro, y me sentí de repente asustado, y la vi asustada a ella, y el estómago se me hizo una bola. ¿Patricia se siente mal? ¿La hago yo sentirse mal? Nunca me había parado a pensar que ella pudiera sufrir de algún modo con esto. Joder, Ángel, eres un puto egoísta.
- ¿Quieres dejarlo? - le pregunté con la voz ronca.
- No.
El miedo se fue, y yo volví a besarla.
La mañana siguiente le preparé el desayuno, por una de estas inercias que tiene la gente, y fue tan adorable ver su cara de sorpresa cuando me vio allí que casi me eché a reír. Me sentía nuevo, restaurado de mi culpa. Quizá porque aquella mañana, Patricia fue la Patricia de siempre, y yo fui el Ángel de siempre, y por primera vez la diosa perdida que venía a salvarme de mí mismo fue, absoluta y completamente, la amiga que siempre había sido. Y todo cobró un poco más de sentido.
Me conozco bastante bien. No soy mucho de autoengañarme. Si lo fuera, quizás, habría encontrado una buena explicación para estar pensando en ella buena parte del día, y también por haber pasado de excusas aleatorias (como el fútbol con los amigos o las cenas familiares) a decirle a Emma que por las noches me gustaba tanto pasear que lo había cogido por costumbre. Para ella, las dos o tres horas que pasaba al día en casa de Patricia, eran largos paseos por la ciudad en los que, por mucho que ella insistiera, yo no aceptaba compañía. Supongo que empezaba a sospechar. Es lo de menos.
Pero como no me gusta el autoengaño, sabía realmente que lo que pasaba era, simple y llanamente, que estaba cometiendo el mayor error de mi vida teniendo una aventura con Patricia, porque la quería mucho como amiga y además era mi amante, y si juntas esas dos cosas sólo puedes esperar… lo inevitable.
Yo lo sabía, sabía que en cualquier momento me descubriría suspirando por ella, y decidí que tenía que renunciar a nuestra pequeña aventura. ¿Acaso podía haber algo más nocivo para mí que encapricharme de Patricia Conde? No, nada. Lo supe el día que la besé en el camerino. El día que no pude contener mi propio cuerpo, una vez más, y mis labios estaban de repente haciéndole cosquillas en el cuello, y mis manos estaban en su espalda. Si ni siquiera podía contenerme en el trabajo, ¿cómo iba a dejarla? Me desesperé. Rompí el beso, impotente y enfadado con ella, por ser tan irresistible, porque pensar en dejar de verla me mataba, y me fui del camerino.
Tenía que buscar una solución, porque lo que al principio era una tentación, y luego una obsesión, y siempre había sido una adicción, empezaba a ser un problema muy grave. Estaba volviéndome loco de frustración.
Por eso, busqué excusas para alejarme de ella. Lo que fuera. Patricia empezó a hacer cosas raras. A besarme antes de que me fuera, a mirarme con esa mirada especial que brilla tanto y que, en realidad, es tan bonita. Y nos reíamos más que nunca y yo me acojoné.
¿Y si Patricia estuviera enamorándose de mí? Eso sería terrible. Vamos, para qué quiero más. Ya tenía yo bastante con mis propias ralladuras de cabeza como para saber que ella estaba dándole importancia a esto. Confiaba en que ella se cansara de mí y me dejara, lo deseaba de corazón. Así, todo sería más fácil. Si ella sintiera algo por mí…
Ángel, si siente algo por ti estás muerto.
Por eso, asustado como estaba, confuso, tenso, la mañana que le dije que quería hablar con ella, estaba decidido a hacer todo lo posible por dejarla. No podía ser tan difícil. Patricia, es mejor dejarlo, somos buenos amigos, ¿no? Dejémoslo ahí, porque me estas haciendo la vida imposible.
Pero cuando entré en su camerino, y la vi allí esperándome, ansiosa, expectante, intrigada, con esa mirada de perfecta inocencia que podía desmentir con tantos y tantos recuerdos de noches locas, cuando la vi allí tan hermosa que dolía mirarla, y sentí los irrefrenables deseos que siempre sentía de conquistar ese cuerpo y esos ojos y hacerlos míos para siempre, cuando la vi allí, no pude hacerlo. En cambio, mi voz salió de mi garganta, rasposa, con la pregunta que me quemaba.
- ¿Te has enamorado de mí?
- ¿Cómo?
- ¿Te has enamorado de mí, Patricia? Porque si lo has hecho, tenemos un problema.
- ¿Qué te hace pensar que me he enamorado de ti?
Joder, ¿por qué no me contesta ya de una puta vez que no? Necesito oírle decir que no.
- Patricia, lo nuestro es algo sólo físico, lo sabes, ¿verdad? - murmuré, obligándome a tener un tono frío y calculado. Controlé mi respiración lo suficiente como para relajarme, y me acerqué a ella para apoyar una mano en su cintura. Me vinieron a la mente los millones de anuncios de colonia de hombres en los que él es un seductor perfecto que las trae de calle sólo por el aire seguro que demuestran, y deseé fervientemente dar esa impresión en ese momento. La del James Bond que se tira a las tías porque es muy macho. Ese soy yo. El Señor Macho Ibérico, no te necesito nena, no te enamores de mí porque en cada puerto tengo una mujer. Adopté el papel con eficiencia y le lancé la mirada más sexy que puedo lanzar.
- Lo se - dijo ella.
- Porque sabes tan bien como yo que estoy con Emma - añadí, acercándome un poco más a ella. El papel de hombre tranquilo e irresistible empezó a calar y descubrí que se me daba bastante bien, a pesar de todo.
- Y que la quieres - dijo Patricia. Mi alter ego, el Señor Irresistible no se inmutaría por una frase así, así que yo tampoco lo hice.
- Y que la quiero - corroboré -. Así que si te estás enamorando de mí, dímelo y me alejaré de ti, porque no quiero hacerte daño.
La miré con seriedad, y me costó no acariciar la piel de su cara, a pesar de todo lo que acababa de decir. Intentaba no pensar en qué haría si me dijera que sí, que me alejara de ella.
- No puedes hacerme daño. Esto no es más que un juego - dijo, con una sonrisa provocadora y sensual -. Cuando nos cansemos de jugar, a otra cosa.
Esto no es más que un juego. La frase me dolió, sin saber por qué. ¿Acaso no era nada más que un jugador?
- Exacto - respondió el Señor Irresistible por mí.
- Todo aclarado, entonces.
- Espérame esta noche despierta si te apetece jugar - le dije, una vez pasada la tensión. Una vez que tuve claro que no iba a pedirme que me alejara de ella. Le dediqué una sonrisa juguetona, como las que intercambiábamos por las noches, y de pronto todo pareció más normal, más como siempre, y me sentí seguro de nuevo. Escondí al Señor Irresistible de anuncio de colonia, y deslicé mis labios hasta los suyos para besarlos antes de irme de allí.
Había ganado una batalla, pero sabía que acabaría perdiendo la guerra. Porque no había podido dejarla.
Pasé la tarde nervioso, preocupado, sin saber qué coño hacía con mi vida.
Mi novia era maravillosa, era divertida e inteligente, y me quería con locura, y yo la quería a ella y todo había sido perfecto. Y entonces había llegado Patricia, tan imperfecta y a la vez tan plena, tan viva, tan tentadora, y aquí estaba yo, sin poder dejar de pensar en ella y en los problemas que iba a causarme. Confuso, cambiante, parecía estar en la edad del pavo. Me sentía perdido. Podía pasar de la felicidad a la impotencia en cuestión de horas, sin ninguna clase de razón. Hubiera jurado que alguien me ponía hormonas en la comida.
Cuando por la noche llegué a su casa, aún nervioso, la besé con ardor, con prisas. La necesitaba más que nunca. En aquel momento, todas las cosas que me habían rondado por la cabeza y que me habían quitado el sueño durante las últimas semanas se me arremolinaban en la mente, y quería desahogarme, sacármelas de dentro. Y Patricia y yo habíamos llegado a ese punto, al punto en el que el sexo ya no es sólo sexo. Cuando hacía el amor con ella me sentía más calmado, menos confuso, menos impotente, y ahora la necesitaba para relajarme. Pero antes, tenía que decirle algo.
- Pregúntamelo.
Me conoce tanto que sabe de qué hablo al instante.
- ¿Por qué lo haces?
- Porque no puedo no hacerlo - porque te necesito como al aire que respiro, porque si no te beso los labios me arden y porque las horas que paso lejos de ti son más largas que los minutos que paso a tu lado, porque me estoy enamorando de ti -. ¿Lo entiendes?
Ella no me contestó, aunque yo me moría por escuchar una vez más su voz. Le hice el amor como si fuera la primera vez.
Acababa de perder la guerra.
Decidí no pensar en ello cuando empecé a dejarle notitas a Patricia. Decidí tomármelo como algo que hacía, sin más, porque sí, una pequeña costumbre sin importancia para darle algo de interés al día, nada especial. Porque si hubiera pensado fríamente que me dedicaba a dejarle mensajes en su neceser de Hello Kitty para poder meterle mano en el camerino, si lo hubiera pensado, me habría cortado los huevos como castigo. Por capullo.
Emma, obviamente, no es tonta, y cuando una noche me dijo que quería hablar conmigo yo supe que ella, si no lo sabía todo ya, al menos lo sospechaba.
- ¿Estás bien? Últimamente te noto raro… - empezó a decir, sentada en el sofá de nuestro salón.
- ¿Yo? Claro que estoy bien, cielo… sólo algo cansado, ya sabes.
- No se, es que me da la impresión de que te estás alejando de mí, Ángel. Estás ausente y llevamos unos días sin hablar apenas.
Yo la miré y me sentí fatal. Fatal de verdad. Aquella chica preciosa y brillante había decidido enamorarse de un fracasado como yo, ¿y cómo se lo agradecía? Poniéndole los cuernos. De pronto, tuve un miedo terrible a hacerle daño.
- Lo siento, mi vida, lo siento mucho - dije, acercándome para abrazarla -. Te prometo que a partir de ahora intentaré que todo vuelva a la normalidad. No estamos en nuestro mejor momento pero… - dejé de hablar, porque fingir que no tenía una aventura me hacía sentirme absolutamente cobarde y falso, y eso no mejoraba la situación. Emma se quedó abrazada a mí durante unos instantes más y luego me dijo, con la voz muy baja:
- ¿Sigues enamorado de mí? Porque si no es así, no tienes que…
- Te quiero, sabes que te quiero…
Hicimos el amor, por primera vez desde hacía más de un mes. Pero me aterró comprobar que, mientras estábamos en la cama, el único nombre que me venía a la cabeza… era el de Patricia.
A la mañana siguiente le dejé una nota a Patricia citándola en el Jardín Botánico. Necesitaba volver allí después de la última noche. Y necesitaba a Patricia. Necesitaba oír de sus labios que no estábamos haciendo nada malo, que sólo era algo inevitable y que no habría forma posible de dejarlo.
Aunque había quedado con ella a las siete y media, yo llegué allí a las seis. Aquel sitio me calmaba más que cualquier otro en toda la ciudad, y con el mal tiempo tuve la suerte de poder disfrutar del parque casi para mí solo.
Me senté en un banco de piedra, intentando no pensar. La culpa empezaba a hacer mella en mí. Emma era una mujer maravillosa y yo estaba haciéndole daño. Y, muy en el fondo de mi pecho, sabía que también estaba haciéndole daño a Patricia. Y eso me dolía más aún si cabe.
Sabía que estaba haciéndole daño porque, cuando llegaba al umbral de su puerta, siempre me recibía con la misma cara: una expresión que mezclaba la frustración, la ternura y el deseo. Sabía que no entendía lo que yo estaba haciendo, y eso cada vez la intrigaba más, pero en vez de sentirme con ganas de seguir manteniendo el misterio, quería confesarle todo lo que se me pasaba por la mente y que apenas me atrevía a pensar detenidamente. Quería sentirme comprendido por un momento. Sabía que ella no me juzgaría, pero no podía evitar juzgarme yo mismo. Era un hijo de puta, y punto.
Intenté averiguar por qué todo esto parecía tan irreal. Era una simple aventura, por el amor de Dios. Las han tenido millones de parejas de amantes. No era el fin del mundo. Podría, si todo fuera normal, dejarla, decirle a Patricia que había rectificado, porque rectificar es de sabios, y que prefería que sólo fuéramos amigos. Mi vida sería mucho más sencilla, no engañaría a Emma, y seguro que tampoco le complicaba las cosas a Patricia. Pero no podía, simplemente. No podía decirle que no. Porque, si imaginaba que al día siguiente no pudiera ir a su casa y desnudarla como cada noche, y no pudiera sentir en mis labios el roce de su lengua, si no pudiera mirarla a los ojos en el mismo instante en que el placer la desborda y las comisuras de sus labios se curvan y de su garganta escapa un suspiro húmedo y hondo, si no tuviera eso… nada tendría sentido.
Salí de mi ensimismamiento cuando una ráfaga de aire frío me golpeó, y al levantar la vista la vi. Mi reloj marcaba las siete y veintiocho minutos. Tenía la nariz y las orejas heladas, y mis manos no andaban mucho mejor. Patricia, en cambio, tenía las mejillas encendidas por el frío y yo pensé en ese instante que era simplemente adorable. Aún no me había visto.
Me acerqué en silencio y me quedé tras una secuoya enorme, y cuando pasó por delante le agarré la mano y tiré de ella hasta acorralarla contra el tronco. No pude evitar sonreír.
- ¿Estás loco? - sus palabras formaron vaho al salir de sus labios y aunque intentaba parecer furiosa yo la vi como a una niña enrabietada y sonreí aún más.
- ¿No es perfecto? No hay nadie - susurré.
- En mi casa tampoco.
- Es por salir un poco, mujer - bromeé. Toda la confusión que llevaba encima cinco minutos antes había desaparecido. De algún modo, Patricia conseguía hacerme olvidar cualquier problema. Quizá por eso estaba tan enganchado a ella. Porque a su lado todo esto no parecía más que un juego de niños, y no una infidelidad.
- No se qué clase de persona crees que soy, pero tengo cosas mejores que hacer que venir a un parque a darme el lote con un crío.
La niña enrabietada se desvaneció delante de mis ojos y en su lugar vi a una mujer ojerosa, cansada y harta que estaba de verdad enfadada conmigo, porque yo, que soy un gilipollas, no hago más que marearla y hacerle la vida más complicada, y ella no gana nada con esto, y yo en cambio puedo disfrutar de ella cada día y nunca se me había ocurrido ni darle las gracias.
Me volví a sentir fatal. Y esta vez, fue aún más fatal que con Emma. Me sentí desolado. El tono afilado de Patricia era más doloroso que cualquier otra cosa que yo hubiera sentido, y era aún peor saber que tenía razón. Aquella mujer tan perfecta tendría millones de cosas mejores que hacer que venir a un parque a darse el lote con este crío, y sin embargo había venido y yo aún no podía ni siquiera decirle que verla cada día era lo único que me mantenía cuerdo.
Me aparté de ella lentamente, con un nudo en la garganta, y juro que si en ese momento ella hubiera sido lista y se hubiera marchado, yo no la habría vuelto a molestar. La hubiera mirado cada día en el programa hasta desgastarla y la hubiera echado de menos hasta que me ardieran los huesos. Pero ella no se marchó. Apoyó cada una de sus manos en mis mejillas y me miró a los ojos.
- Lo siento, lo siento, de verdad, no… no sé qué me pasa… - empezó a balbucear, de nuevo como una niña a la que le hubieran pillado con un jarrón roto, pero infinitamente más bella y perversa y dulce, y mis labios se acercaron a los suyos.
- No quería decir eso…
- No importa, Patricia - susurré, con sinceridad. Ya la había perdonado. Siempre se lo perdonaría todo. Me besó, con ternura, con la misma desesperada necesidad que yo sentía.
- Perdóname…
- Te perdono…
El beso se profundizó, y yo podía sentir sus manos temblando. Parecía a punto de echarse a llorar. Mordía mis labios mientras me besaba, como si quisiera asegurarse de que se llevaba todo mi sabor con cada roce, como si el mundo fuera a acabarse. Yo no sabía por qué, pero estaba muerta de miedo.
Intenté calmarla, de la única forma que se me ocurría. La besé con suavidad, lentamente, y poco a poco el dolor pareció desaparecer para dejar paso a la lujuria. Cuando se lanzó a mi cuello solté una risa baja y me aparté.
- Ven, quiero enseñarte algo.
- Qué oportuno eres… - se quejó, pero me siguió, su mano caliente en la mía, que seguía helada.
- No creerías en serio que hemos venido sólo para salir un poco, ¿no?
- Por supuesto que no.
No le solté la mano hasta que llegamos a mi árbol. En cuanto estuvimos allí, busqué de nuevo mi nombre en la madera, y cuando lo encontré, se lo señalé a Patricia.
- ¿Lo ves?
- Pues teniendo en cuenta que está un poco oscuro…
Volví a señalárselo, impaciente, y al final ella lo vio.
- Lo escribimos hace años… el día que Dani y yo llegamos a Madrid. Llegamos a Atocha en tren y dejamos las maletas en la consigna, porque nos apetecía dar una vuelta por el Retiro. Pero nos perdimos, nos equivocamos de parque y acabamos aquí. Desde entonces, me gusta venir de vez en cuando, cuando todo parece demasiado irreal y creo que voy a perderme de nuevo - le conté. Era la primera vez que se lo contaba a alguien. Ni siquiera Dani sabía que aún iba allí. Me sorprendió a mí mismo contárselo. Me sorprendió darme cuenta de que ya no había barreras con ella. Podía contarle cualquier cosa. Era cómplice de mi más oscuro pecado.
Supe que no había nada que quisiera ocultarle.
- ¿Va todo bien? - preguntó, como Emma me había preguntado el día anterior. Sólo que en esta ocasión, estuve a punto de responderle la verdad.
- ¿Tú me lo preguntas? Precisamente tú…
Tú que vas a conseguir que tire mi vida por la borda. Tú, mi mayor problema y mi única solución. Mi diosa salvadora…
- Si estamos aquí los dos es porque las cosas no van bien - le dije al final, respondiendo a su mirada inquisitiva -. No debería ser así…
No debería tener miedo de ti. Pero lo tengo.
Saqué las llaves, inconscientemente, y empecé a escribir su nombre en el tronco del árbol, junto al mío. Por si algún día la perdía. Por si acaso se diera cuenta de que esto era una locura y decidiera pasar de mí. Porque, en ese caso, me sentiría tan perdido que la buscaría en todas partes, y terminaría en el Jardín Botánico. Y así podría encontrarla.
- Joder, ¿por qué lo has complicado todo? - murmuré, furioso conmigo mismo, pero sobre todo con ella. Porque me estaba enamorando, mierda, mierda, MIERDA, me estaba enamorando de ella y yo lo sabía y no podía hacer otra cosa que maldecir y enfurecerme.
Le di un rápido beso en la frente, deseando con toda mi alma poder marcharme de allí y no volver a verla. Pero, en vez de eso, me encaminé a la salida, esperando que me siguiera, hasta su casa y hasta su cama.
Déjalo. No te merece la pena. Esto te está consumiendo por dentro.
Y cada mañana, en cuanto lo pienso, mi mente lo descarta.
No soy lo bastante fuerte para dejarlo. Soy un adicto.
Han pasado dos meses. Aunque a mí, a veces me parecen dos días, y a veces dos años. Ni más ni menos que dos meses. Todo comenzó la tarde que fui a ver por primera vez la obra de teatro de Patricia, acompañado por mi novia, Emma. Había oído que la obra estaba genial, y me había dado pena perderme el estreno, pero ahí estaba yo para solucionarlo.
No se trataba de nada especial, lo juro. Si la obra de teatro hubiera sido de Miki, la hubiera ido a ver con el mismo entusiasmo. Patricia era como una hermana para mí, joder. Nada más que eso. Me encantaba hacerla de rabiar, esconderle los rotuladores fluorescentes, despeinarla justo cuando acababa de salir de peluquería (aunque me llevara mis buenas broncas por eso). Pero igual que bromeaba con los demás. Patricia no era nadie especial. Simplemente, la trataba con el cariño fraternal con el que nos tratamos todos en el programa. Estamos tan hartos de vernos las caras, que parecemos una familia enorme en navidades.
Y aquella tarde que todo comenzó, no tenía ninguna intención oculta. Nada planeado. Todo lo que pasó, me pilló a mí tan de sorpresa como a ella.
En cuanto salió, se acercó para saludarnos a mí y a Emma. Le felicitamos por lo bien que estaba la obra y le invité a que nos acompañara a tomar algo. Lo normal. Pero ella declinó la oferta y se fue. Hasta ahí, todo completamente normal.
Si no fuera porque, en cuanto su coche se perdió de vista, Emma murmuró entre dientes.
- Va un poco de diva, ¿no?
Fruncí el ceño, entre la risa y el desconcierto.
- ¿Cómo dices?
- Nada, olvídalo. Cualquiera dice nada…
¿Pero de qué coño estaba hablando?
- Patricia no va de diva, Emma - le dije, con paciencia -. La gente sólo lo dice por envidia.
- ¿Me estás llamando envidiosa?
Puse los ojos en blanco.
- Claro que no, cielo. No lo decía por ti…
Es cierto que había oído criticar a Patricia a mucha gente que no la conocía, y me repateaba mucho. Pero desde luego, no tenía intención de discutir con mi novia por una chorrada así.
El problema es que ella siguió, y la chorrada empezó a cobrar importancia.
- ¿No está muy delgada? Yo creo que tiene anorexia…
- No digas tonterías, la veo meterse para el cuerpo unos bocadillos de jamón del tamaño de un balón de rugby.
- Pues vomitará.
Me reí.
- ¿A qué viene esa obsesión ahora por buscarle defectos? ¿No te ha gustado la obra?
- Ahora que lo dices, parece que no sale del papel de rubia tonta.
Eso me cabreó. No entendía a qué venía tanto ataque.
- Es una actriz muy buena. Que se dedique al humor no significa que sea incapaz de hacer nada más. Mírame a mí.
- Sí, tal para cual… - masculló en voz baja.
Buenoooo, una escenita de celos, lo que me faltaba.
- Sí, justo tal para cual, tú lo has dicho. Es increíble lo mucho que la quiero, Emma. No lo sabes bien - aquella era mi técnica. Cuando Emma se ponía celosa por cualquier cosa, yo me dedicaba a ponerla aún más celosa hasta que se hartara.
- Sí, tú búrlate, pero tengo ojos en la cara.
- Pues úsalos para ver lo mucho que nos queremos… ¿no te has fijado en lo buena que está? Vamos, siempre he pensado que tenía un buen polvo… - seguí yo.
- Seguro que ella piensa lo mismo de ti.
- Sí, no lo dudes. Soy el hombre de su vida.
Como yo había previsto, Emma se hartó y se quedó callada. A mí estas escenas me hacían más gracia que otra cosa. Pero entonces, Emma dijo la frase. La frase que me cambiaría la vida.
- ¿Tonteáis en el programa para subir la audiencia? Siempre me lo he preguntado.
¿Cómo que si tonteamos en el programa para subir la audiencia? No tonteábamos en el programa.
- No tonteamos - respondí, frunciendo el ceño.
No se habló más del tema. Pero mi cabeza le daba vueltas a esa frase, una y otra vez. ¿Por qué me preguntaba eso? Era obvio que Patricia y yo no tonteábamos. Vamos, éramos como hermanos. ¿Cómo íbamos a tontear? ¿Acaso dábamos esa impresión? Y, en ese caso, ¿por qué coño dábamos esa impresión?
Sabía que tenía química con Patricia. Lo sabía, porque hay gente con la que tienes química y gente con la que no. No hay más. Y cuando estaba con Patricia, la electricidad cargaba el ambiente. Pero no era ni atracción, ni deseo, ni nada sexual ni morboso ni nada que se le parezca. Era, simplemente, que conectábamos. Coño, también conecto con Dani y nadie piensa que tontee con él. La gente es gilipollas, y punto.
Miré el reloj. Eran las once de la noche. Le dije a Emma que iba a dar una vuelta con el coche, que la noche estaba preciosa, y ella, que seguía mosqueada, pasó de mí y se fue a la cama.
Cuando me monté en el coche me pregunté qué estaba haciendo allí. ¿A dónde tenía intención de ir?
Iré a ver si le apetece tomar una caña, y así le comento más a fondo lo que me ha parecido la obra, que se ha ido tan rápido que no me ha dado tiempo.
Sonaba raro, incluso en mi cabeza. En el fondo, sabía a qué iba a verla. Sabía que lo que quería era comprobar lo que me había dicho Emma. Quería comprobar si tonteaba con Patricia o no. Porque, si lo hacía, tenía que corregirlo de inmediato. No vaya a ser que la gente malinterprete aún más las cosas. Que las malinterprete ella, por ejemplo.
Es como mi hermana pequeña.
Conduje hasta su casa, pensando en qué le diría cuando me abriera la puerta y me viera allí plantado casi a medianoche. Había decidido decirle la pura verdad cuando aparqué en su calle y entré en su portal. Subí las escaleras, pensando en contarle lo que me había dicho Emma, reírnos un poco de que la gente fuera tan malpensada, y decirle que sería mejor intentar disimular un poco la química que teníamos. Por si las moscas.
Juro que esa era mi intención cuando llamé a su timbre.
Me abrió, con el mismo vestido corto que llevaba por la tarde. Sus piernas, largas, terminaban en unos pies descalzos. Su pelo suelto, dorado, acariciaba sus brazos. Y todo esto era normal. Estaba acostumbrado a sus piernas, y a su melena, y a su mirada inocente y curiosa.
- ¿Qué haces aquí? - me preguntó, con una media sonrisa.
Y fue entonces cuando me volví loco.
Y fue entonces cuando me volví loco.
Sus labios parecieron de repente como la manzana del pecado en el jardín del Edén. Tentadores hasta la locura y prohibidos hasta el infierno. Sus mejillas rosadas parecían iluminadas por un fuego extraño, y sus ojos se transformaron de repente en dos gotas de agua de color en las que parecía hundirme sin remedio. Sentí que aquella mujer no era la Patricia que siempre había conocido, sino una diosa perdida que venía a buscarme para salvarme de mí mismo. Cada vez que la electricidad entre los dos había dado un calambre, cada vez que inconscientemente la había mirado más tiempo de lo normal, cada uno de esos recuerdos me vinieron a la mente. ¿Estaba volviéndome loco? Mis sentidos la reclamaban. Mis ojos estaban clavados en ella, mi nariz captó su delicioso aroma, en mis oídos retumbaba todavía el sonido de su voz… y el tacto y el gusto reclamaron su parte. Quería tocarla, saborearla, inundarme de ella. Y todo esto pasó por mi mente en un microsegundo. De pronto, Patricia Conde se había convertido en lo que más ansiaba en el mundo entero. Tardé mucho en saber cual fue el detonante de aquella bomba.
Me abalancé sobre ella. Cerré la puerta con fuerza, la acorralé contra la pared y junté mis labios con esa manzana prohibida por Dios. No me importaba lo más mínimo si ella me apartaba a empujones y me cruzaba la cara con el bofetón que, sin duda, me merecía. No me importaba, en aquel momento, si ella se enfadaba tanto conmigo que no volvía a hablarme. No decidí besarla. Simplemente, no pude evitarlo.
Mi mente no participó de nada de lo que hice aquella noche. Agazapada en un rincón, dejó paso a mi instinto. Y fue entonces cuando supe que llevaba muchísimo tiempo queriendo hacer aquello. Necesitándolo.
Ni siquiera me paré a extrañarme por el hecho de que ella no me apartara. No me paré a pensar en nada, para ser sincero, hasta que todo terminó y ella se quedó dormida entre mis brazos.
Medio rendido al sueño, sólo tuve tiempo para pensar una cosa antes de quedarme yo también dormido.
Ángel, eres un auténtico gilipollas.
Mi mente creó una barrera impermeable en torno a Patricia. Mi instinto me llevaba cada noche a su casa, sin excepción, pero mi cabeza se mantenía al margen. Por lo menos al principio. Yo sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, que era un tipo repulsivo y que mi actitud ante todo esto estaba siendo inmadura, pero no podía evitarlo. No quería dejar de verla. Pero tampoco podía pensar en ello.
No hablábamos, lo cual hacía que todo fuera mucho más fácil. Ella no me preguntó por qué, yo no le pregunté por qué no, y de algún modo los dos asumimos que esto era, simplemente, una rutina más. Una ineludible y terriblemente placentera, pero nada más.
Pero mi subconsciente no tardó en jugarme malas pasadas. Tenía este enorme secreto que ni yo mismo entendía guardado dentro, quemándome, y empecé a obsesionarme tanto que escuchaba la voz de Patricia a todas horas. Cuando iba por la calle, me la imaginaba llamándome entre la multitud, o cuando estábamos repasando el guión para el programa y creía oírla decir mi nombre. Y luego, la ví por todas partes. Si echaba un vistazo a las revistas en el dentista, ahí había un reportaje para aprender a maquillarte como Patricia Conde, y si me metía en internet, me encontraba irremisiblemente su cara en alguna página. Y, por otro lado, estaba Emma.
Evitaba a toda costa mencionar a Patricia en su presencia, algo que nunca había hecho. Y cuando ella, por lo que fuera, me preguntaba por ella, yo escurría el bulto lo mejor que podía. Tenía la acuciante sensación de que si decía su nombre en voz alta, cualquiera que me oyera sabría al instante que cada noche le hacía el amor.
Fue entonces cuando rompí por primera vez nuestro silencio.
- Patricia… - susurré, y aún así la palabra retumbó -… debes pensar que soy alguien horrible.
- No, no lo pienso - me respondió ella. La miré, y sólo pude ver en sus ojos la más pura verdad -. Tú sabrás por qué haces lo que haces.
Me callé. No podía decirle que no, que no tenía ni idea aún de por qué hacía lo que hacía. Por qué no podía dejar de hacerlo.
Empecé a enfadarme conmigo mismo. Esto era una chorrada. Estaba agrandando el sentimiento de culpa que tenía. Me sentía mal por serle infiel a Emma, y eso hacía que me volviera paranoico. Por eso veía a Patricia en todo, porque era mi tentación, mi pecado personal, y era la única que podría arruinarme la vida. Era mi punto débil, y por eso me obsesionaba. Pero esto estaba adquiriendo unas dimensiones ridículas.
Patricia era una de mis mejores amigas. Confiaba en ella, había pasado por muchas cosas con ella, y la admiraba. Y, además, resultaba que por las noches éramos amantes. El ambiente en el trabajo nunca había sido mejor, de verdad. Si no fuera por el minúsculo detalle de que la culpa me reconcomía por dentro, todo hubiera sido jodidamente perfecto.
Me di cuenta de que era perfecto el día que decidí dormir en su casa. Le dije a Emma que me iba a dormir a casa de Dani, a ver el fútbol y jugar a la play y beber cerveza. Era mi plan inicial, no es broma. Pero cuando estaba parado con el coche frente a un semáforo en rojo de camino a la casa de Dani, cogí el teléfono sin darme cuenta, le dije a Dani que no podía y giré en la siguiente rotonda para dirigirme a la casa de Patricia. Me cabreé con mi polla, por pensar por mí. A la mierda una noche de chicos.
Llegué tarde. Ella me abrió la puerta, sorprendida por la hora a la que llegaba, pero no le dejé preguntar. No había un ápice de duda en mí cuando estaba a su lado. Fui ansioso aquella noche.
- ¿No te vas? - dijo su voz, mientras mis dedos acariciaban su pelo.
Lo pensé sólo una milésima de segundo.
- No.
- ¿Por qué? ¿Por qué te quedas?
Yo me estaba haciendo la misma pregunta. Pero sabía que no era eso lo que ella quería saber.
- Nadie me espera hoy - murmuré, y tuve que reprimir una sonrisa. Me sentía extrañamente libre.
- ¿Y…?
- Cree que estoy pasando la noche en casa de Dani, con unos amigos. Hoy tocaba fútbol.
Me extrañó no sentirme más culpable cuando dije aquella frase. Pero, de nuevo, sólo estaba la libertad recorriendo mis venas. Y la ligera extrañeza que me producía estar hablando con Patricia, tumbados en su cama.
- Ángel, yo…
El tono de su voz fue inseguro, y me sentí de repente asustado, y la vi asustada a ella, y el estómago se me hizo una bola. ¿Patricia se siente mal? ¿La hago yo sentirse mal? Nunca me había parado a pensar que ella pudiera sufrir de algún modo con esto. Joder, Ángel, eres un puto egoísta.
- ¿Quieres dejarlo? - le pregunté con la voz ronca.
- No.
El miedo se fue, y yo volví a besarla.
La mañana siguiente le preparé el desayuno, por una de estas inercias que tiene la gente, y fue tan adorable ver su cara de sorpresa cuando me vio allí que casi me eché a reír. Me sentía nuevo, restaurado de mi culpa. Quizá porque aquella mañana, Patricia fue la Patricia de siempre, y yo fui el Ángel de siempre, y por primera vez la diosa perdida que venía a salvarme de mí mismo fue, absoluta y completamente, la amiga que siempre había sido. Y todo cobró un poco más de sentido.
Me conozco bastante bien. No soy mucho de autoengañarme. Si lo fuera, quizás, habría encontrado una buena explicación para estar pensando en ella buena parte del día, y también por haber pasado de excusas aleatorias (como el fútbol con los amigos o las cenas familiares) a decirle a Emma que por las noches me gustaba tanto pasear que lo había cogido por costumbre. Para ella, las dos o tres horas que pasaba al día en casa de Patricia, eran largos paseos por la ciudad en los que, por mucho que ella insistiera, yo no aceptaba compañía. Supongo que empezaba a sospechar. Es lo de menos.
Pero como no me gusta el autoengaño, sabía realmente que lo que pasaba era, simple y llanamente, que estaba cometiendo el mayor error de mi vida teniendo una aventura con Patricia, porque la quería mucho como amiga y además era mi amante, y si juntas esas dos cosas sólo puedes esperar… lo inevitable.
Yo lo sabía, sabía que en cualquier momento me descubriría suspirando por ella, y decidí que tenía que renunciar a nuestra pequeña aventura. ¿Acaso podía haber algo más nocivo para mí que encapricharme de Patricia Conde? No, nada. Lo supe el día que la besé en el camerino. El día que no pude contener mi propio cuerpo, una vez más, y mis labios estaban de repente haciéndole cosquillas en el cuello, y mis manos estaban en su espalda. Si ni siquiera podía contenerme en el trabajo, ¿cómo iba a dejarla? Me desesperé. Rompí el beso, impotente y enfadado con ella, por ser tan irresistible, porque pensar en dejar de verla me mataba, y me fui del camerino.
Tenía que buscar una solución, porque lo que al principio era una tentación, y luego una obsesión, y siempre había sido una adicción, empezaba a ser un problema muy grave. Estaba volviéndome loco de frustración.
Por eso, busqué excusas para alejarme de ella. Lo que fuera. Patricia empezó a hacer cosas raras. A besarme antes de que me fuera, a mirarme con esa mirada especial que brilla tanto y que, en realidad, es tan bonita. Y nos reíamos más que nunca y yo me acojoné.
¿Y si Patricia estuviera enamorándose de mí? Eso sería terrible. Vamos, para qué quiero más. Ya tenía yo bastante con mis propias ralladuras de cabeza como para saber que ella estaba dándole importancia a esto. Confiaba en que ella se cansara de mí y me dejara, lo deseaba de corazón. Así, todo sería más fácil. Si ella sintiera algo por mí…
Ángel, si siente algo por ti estás muerto.
Por eso, asustado como estaba, confuso, tenso, la mañana que le dije que quería hablar con ella, estaba decidido a hacer todo lo posible por dejarla. No podía ser tan difícil. Patricia, es mejor dejarlo, somos buenos amigos, ¿no? Dejémoslo ahí, porque me estas haciendo la vida imposible.
Pero cuando entré en su camerino, y la vi allí esperándome, ansiosa, expectante, intrigada, con esa mirada de perfecta inocencia que podía desmentir con tantos y tantos recuerdos de noches locas, cuando la vi allí tan hermosa que dolía mirarla, y sentí los irrefrenables deseos que siempre sentía de conquistar ese cuerpo y esos ojos y hacerlos míos para siempre, cuando la vi allí, no pude hacerlo. En cambio, mi voz salió de mi garganta, rasposa, con la pregunta que me quemaba.
- ¿Te has enamorado de mí?
- ¿Cómo?
- ¿Te has enamorado de mí, Patricia? Porque si lo has hecho, tenemos un problema.
- ¿Qué te hace pensar que me he enamorado de ti?
Joder, ¿por qué no me contesta ya de una puta vez que no? Necesito oírle decir que no.
- Patricia, lo nuestro es algo sólo físico, lo sabes, ¿verdad? - murmuré, obligándome a tener un tono frío y calculado. Controlé mi respiración lo suficiente como para relajarme, y me acerqué a ella para apoyar una mano en su cintura. Me vinieron a la mente los millones de anuncios de colonia de hombres en los que él es un seductor perfecto que las trae de calle sólo por el aire seguro que demuestran, y deseé fervientemente dar esa impresión en ese momento. La del James Bond que se tira a las tías porque es muy macho. Ese soy yo. El Señor Macho Ibérico, no te necesito nena, no te enamores de mí porque en cada puerto tengo una mujer. Adopté el papel con eficiencia y le lancé la mirada más sexy que puedo lanzar.
- Lo se - dijo ella.
- Porque sabes tan bien como yo que estoy con Emma - añadí, acercándome un poco más a ella. El papel de hombre tranquilo e irresistible empezó a calar y descubrí que se me daba bastante bien, a pesar de todo.
- Y que la quieres - dijo Patricia. Mi alter ego, el Señor Irresistible no se inmutaría por una frase así, así que yo tampoco lo hice.
- Y que la quiero - corroboré -. Así que si te estás enamorando de mí, dímelo y me alejaré de ti, porque no quiero hacerte daño.
La miré con seriedad, y me costó no acariciar la piel de su cara, a pesar de todo lo que acababa de decir. Intentaba no pensar en qué haría si me dijera que sí, que me alejara de ella.
- No puedes hacerme daño. Esto no es más que un juego - dijo, con una sonrisa provocadora y sensual -. Cuando nos cansemos de jugar, a otra cosa.
Esto no es más que un juego. La frase me dolió, sin saber por qué. ¿Acaso no era nada más que un jugador?
- Exacto - respondió el Señor Irresistible por mí.
- Todo aclarado, entonces.
- Espérame esta noche despierta si te apetece jugar - le dije, una vez pasada la tensión. Una vez que tuve claro que no iba a pedirme que me alejara de ella. Le dediqué una sonrisa juguetona, como las que intercambiábamos por las noches, y de pronto todo pareció más normal, más como siempre, y me sentí seguro de nuevo. Escondí al Señor Irresistible de anuncio de colonia, y deslicé mis labios hasta los suyos para besarlos antes de irme de allí.
Había ganado una batalla, pero sabía que acabaría perdiendo la guerra. Porque no había podido dejarla.
Pasé la tarde nervioso, preocupado, sin saber qué coño hacía con mi vida.
Mi novia era maravillosa, era divertida e inteligente, y me quería con locura, y yo la quería a ella y todo había sido perfecto. Y entonces había llegado Patricia, tan imperfecta y a la vez tan plena, tan viva, tan tentadora, y aquí estaba yo, sin poder dejar de pensar en ella y en los problemas que iba a causarme. Confuso, cambiante, parecía estar en la edad del pavo. Me sentía perdido. Podía pasar de la felicidad a la impotencia en cuestión de horas, sin ninguna clase de razón. Hubiera jurado que alguien me ponía hormonas en la comida.
Cuando por la noche llegué a su casa, aún nervioso, la besé con ardor, con prisas. La necesitaba más que nunca. En aquel momento, todas las cosas que me habían rondado por la cabeza y que me habían quitado el sueño durante las últimas semanas se me arremolinaban en la mente, y quería desahogarme, sacármelas de dentro. Y Patricia y yo habíamos llegado a ese punto, al punto en el que el sexo ya no es sólo sexo. Cuando hacía el amor con ella me sentía más calmado, menos confuso, menos impotente, y ahora la necesitaba para relajarme. Pero antes, tenía que decirle algo.
- Pregúntamelo.
Me conoce tanto que sabe de qué hablo al instante.
- ¿Por qué lo haces?
- Porque no puedo no hacerlo - porque te necesito como al aire que respiro, porque si no te beso los labios me arden y porque las horas que paso lejos de ti son más largas que los minutos que paso a tu lado, porque me estoy enamorando de ti -. ¿Lo entiendes?
Ella no me contestó, aunque yo me moría por escuchar una vez más su voz. Le hice el amor como si fuera la primera vez.
Acababa de perder la guerra.
Decidí no pensar en ello cuando empecé a dejarle notitas a Patricia. Decidí tomármelo como algo que hacía, sin más, porque sí, una pequeña costumbre sin importancia para darle algo de interés al día, nada especial. Porque si hubiera pensado fríamente que me dedicaba a dejarle mensajes en su neceser de Hello Kitty para poder meterle mano en el camerino, si lo hubiera pensado, me habría cortado los huevos como castigo. Por capullo.
Emma, obviamente, no es tonta, y cuando una noche me dijo que quería hablar conmigo yo supe que ella, si no lo sabía todo ya, al menos lo sospechaba.
- ¿Estás bien? Últimamente te noto raro… - empezó a decir, sentada en el sofá de nuestro salón.
- ¿Yo? Claro que estoy bien, cielo… sólo algo cansado, ya sabes.
- No se, es que me da la impresión de que te estás alejando de mí, Ángel. Estás ausente y llevamos unos días sin hablar apenas.
Yo la miré y me sentí fatal. Fatal de verdad. Aquella chica preciosa y brillante había decidido enamorarse de un fracasado como yo, ¿y cómo se lo agradecía? Poniéndole los cuernos. De pronto, tuve un miedo terrible a hacerle daño.
- Lo siento, mi vida, lo siento mucho - dije, acercándome para abrazarla -. Te prometo que a partir de ahora intentaré que todo vuelva a la normalidad. No estamos en nuestro mejor momento pero… - dejé de hablar, porque fingir que no tenía una aventura me hacía sentirme absolutamente cobarde y falso, y eso no mejoraba la situación. Emma se quedó abrazada a mí durante unos instantes más y luego me dijo, con la voz muy baja:
- ¿Sigues enamorado de mí? Porque si no es así, no tienes que…
- Te quiero, sabes que te quiero…
Hicimos el amor, por primera vez desde hacía más de un mes. Pero me aterró comprobar que, mientras estábamos en la cama, el único nombre que me venía a la cabeza… era el de Patricia.
A la mañana siguiente le dejé una nota a Patricia citándola en el Jardín Botánico. Necesitaba volver allí después de la última noche. Y necesitaba a Patricia. Necesitaba oír de sus labios que no estábamos haciendo nada malo, que sólo era algo inevitable y que no habría forma posible de dejarlo.
Aunque había quedado con ella a las siete y media, yo llegué allí a las seis. Aquel sitio me calmaba más que cualquier otro en toda la ciudad, y con el mal tiempo tuve la suerte de poder disfrutar del parque casi para mí solo.
Me senté en un banco de piedra, intentando no pensar. La culpa empezaba a hacer mella en mí. Emma era una mujer maravillosa y yo estaba haciéndole daño. Y, muy en el fondo de mi pecho, sabía que también estaba haciéndole daño a Patricia. Y eso me dolía más aún si cabe.
Sabía que estaba haciéndole daño porque, cuando llegaba al umbral de su puerta, siempre me recibía con la misma cara: una expresión que mezclaba la frustración, la ternura y el deseo. Sabía que no entendía lo que yo estaba haciendo, y eso cada vez la intrigaba más, pero en vez de sentirme con ganas de seguir manteniendo el misterio, quería confesarle todo lo que se me pasaba por la mente y que apenas me atrevía a pensar detenidamente. Quería sentirme comprendido por un momento. Sabía que ella no me juzgaría, pero no podía evitar juzgarme yo mismo. Era un hijo de puta, y punto.
Intenté averiguar por qué todo esto parecía tan irreal. Era una simple aventura, por el amor de Dios. Las han tenido millones de parejas de amantes. No era el fin del mundo. Podría, si todo fuera normal, dejarla, decirle a Patricia que había rectificado, porque rectificar es de sabios, y que prefería que sólo fuéramos amigos. Mi vida sería mucho más sencilla, no engañaría a Emma, y seguro que tampoco le complicaba las cosas a Patricia. Pero no podía, simplemente. No podía decirle que no. Porque, si imaginaba que al día siguiente no pudiera ir a su casa y desnudarla como cada noche, y no pudiera sentir en mis labios el roce de su lengua, si no pudiera mirarla a los ojos en el mismo instante en que el placer la desborda y las comisuras de sus labios se curvan y de su garganta escapa un suspiro húmedo y hondo, si no tuviera eso… nada tendría sentido.
Salí de mi ensimismamiento cuando una ráfaga de aire frío me golpeó, y al levantar la vista la vi. Mi reloj marcaba las siete y veintiocho minutos. Tenía la nariz y las orejas heladas, y mis manos no andaban mucho mejor. Patricia, en cambio, tenía las mejillas encendidas por el frío y yo pensé en ese instante que era simplemente adorable. Aún no me había visto.
Me acerqué en silencio y me quedé tras una secuoya enorme, y cuando pasó por delante le agarré la mano y tiré de ella hasta acorralarla contra el tronco. No pude evitar sonreír.
- ¿Estás loco? - sus palabras formaron vaho al salir de sus labios y aunque intentaba parecer furiosa yo la vi como a una niña enrabietada y sonreí aún más.
- ¿No es perfecto? No hay nadie - susurré.
- En mi casa tampoco.
- Es por salir un poco, mujer - bromeé. Toda la confusión que llevaba encima cinco minutos antes había desaparecido. De algún modo, Patricia conseguía hacerme olvidar cualquier problema. Quizá por eso estaba tan enganchado a ella. Porque a su lado todo esto no parecía más que un juego de niños, y no una infidelidad.
- No se qué clase de persona crees que soy, pero tengo cosas mejores que hacer que venir a un parque a darme el lote con un crío.
La niña enrabietada se desvaneció delante de mis ojos y en su lugar vi a una mujer ojerosa, cansada y harta que estaba de verdad enfadada conmigo, porque yo, que soy un gilipollas, no hago más que marearla y hacerle la vida más complicada, y ella no gana nada con esto, y yo en cambio puedo disfrutar de ella cada día y nunca se me había ocurrido ni darle las gracias.
Me volví a sentir fatal. Y esta vez, fue aún más fatal que con Emma. Me sentí desolado. El tono afilado de Patricia era más doloroso que cualquier otra cosa que yo hubiera sentido, y era aún peor saber que tenía razón. Aquella mujer tan perfecta tendría millones de cosas mejores que hacer que venir a un parque a darse el lote con este crío, y sin embargo había venido y yo aún no podía ni siquiera decirle que verla cada día era lo único que me mantenía cuerdo.
Me aparté de ella lentamente, con un nudo en la garganta, y juro que si en ese momento ella hubiera sido lista y se hubiera marchado, yo no la habría vuelto a molestar. La hubiera mirado cada día en el programa hasta desgastarla y la hubiera echado de menos hasta que me ardieran los huesos. Pero ella no se marchó. Apoyó cada una de sus manos en mis mejillas y me miró a los ojos.
- Lo siento, lo siento, de verdad, no… no sé qué me pasa… - empezó a balbucear, de nuevo como una niña a la que le hubieran pillado con un jarrón roto, pero infinitamente más bella y perversa y dulce, y mis labios se acercaron a los suyos.
- No quería decir eso…
- No importa, Patricia - susurré, con sinceridad. Ya la había perdonado. Siempre se lo perdonaría todo. Me besó, con ternura, con la misma desesperada necesidad que yo sentía.
- Perdóname…
- Te perdono…
El beso se profundizó, y yo podía sentir sus manos temblando. Parecía a punto de echarse a llorar. Mordía mis labios mientras me besaba, como si quisiera asegurarse de que se llevaba todo mi sabor con cada roce, como si el mundo fuera a acabarse. Yo no sabía por qué, pero estaba muerta de miedo.
Intenté calmarla, de la única forma que se me ocurría. La besé con suavidad, lentamente, y poco a poco el dolor pareció desaparecer para dejar paso a la lujuria. Cuando se lanzó a mi cuello solté una risa baja y me aparté.
- Ven, quiero enseñarte algo.
- Qué oportuno eres… - se quejó, pero me siguió, su mano caliente en la mía, que seguía helada.
- No creerías en serio que hemos venido sólo para salir un poco, ¿no?
- Por supuesto que no.
No le solté la mano hasta que llegamos a mi árbol. En cuanto estuvimos allí, busqué de nuevo mi nombre en la madera, y cuando lo encontré, se lo señalé a Patricia.
- ¿Lo ves?
- Pues teniendo en cuenta que está un poco oscuro…
Volví a señalárselo, impaciente, y al final ella lo vio.
- Lo escribimos hace años… el día que Dani y yo llegamos a Madrid. Llegamos a Atocha en tren y dejamos las maletas en la consigna, porque nos apetecía dar una vuelta por el Retiro. Pero nos perdimos, nos equivocamos de parque y acabamos aquí. Desde entonces, me gusta venir de vez en cuando, cuando todo parece demasiado irreal y creo que voy a perderme de nuevo - le conté. Era la primera vez que se lo contaba a alguien. Ni siquiera Dani sabía que aún iba allí. Me sorprendió a mí mismo contárselo. Me sorprendió darme cuenta de que ya no había barreras con ella. Podía contarle cualquier cosa. Era cómplice de mi más oscuro pecado.
Supe que no había nada que quisiera ocultarle.
- ¿Va todo bien? - preguntó, como Emma me había preguntado el día anterior. Sólo que en esta ocasión, estuve a punto de responderle la verdad.
- ¿Tú me lo preguntas? Precisamente tú…
Tú que vas a conseguir que tire mi vida por la borda. Tú, mi mayor problema y mi única solución. Mi diosa salvadora…
- Si estamos aquí los dos es porque las cosas no van bien - le dije al final, respondiendo a su mirada inquisitiva -. No debería ser así…
No debería tener miedo de ti. Pero lo tengo.
Saqué las llaves, inconscientemente, y empecé a escribir su nombre en el tronco del árbol, junto al mío. Por si algún día la perdía. Por si acaso se diera cuenta de que esto era una locura y decidiera pasar de mí. Porque, en ese caso, me sentiría tan perdido que la buscaría en todas partes, y terminaría en el Jardín Botánico. Y así podría encontrarla.
- Joder, ¿por qué lo has complicado todo? - murmuré, furioso conmigo mismo, pero sobre todo con ella. Porque me estaba enamorando, mierda, mierda, MIERDA, me estaba enamorando de ella y yo lo sabía y no podía hacer otra cosa que maldecir y enfurecerme.
Le di un rápido beso en la frente, deseando con toda mi alma poder marcharme de allí y no volver a verla. Pero, en vez de eso, me encaminé a la salida, esperando que me siguiera, hasta su casa y hasta su cama.
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
El teléfono suena, y en el instante inconsciente que sigue pienso que es Ángel. Pero, por supuesto, no es él.
- ¿Diga? - respondo.
- Patri… Patri, soy yo…
Oh. Dios. Mío. Dani, mi ex. Lo que me faltaba.
No tengo ni idea de qué sucede exactamente, qué me dice Dani para convencerme, pero acabo en su casa. Por teléfono parecía realmente desesperado. Y yo no soy de hielo. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Supongo que, en el fondo, ya se lo que me iba a decir. Conozco a Dani lo suficiente como para predecirlo. Pero aún así, voy. Necesito que alguien aparte de Ángel me de quebraderos de cabeza.
- Gracias por venir… - murmura Dani cuando me abre la puerta.
- De nada - contesto yo, algo incómoda. Lo cierto es que desde que lo dejamos no hemos tenido mucho contacto, por eso de enfriar las cosas, y ahora todo resulta algo forzado. Para mí, al menos.
- Escucha… - me lleva hasta el salón y me invita a sentarme en el sofá -. Sé que ahora estás muy tranquila… y lo último que quiero es calentarte la cabeza… Pero… bueno. Creo que sabes de sobra lo que voy a decirte.
No debería haber venido.
- No hace falta, Dani. De verdad.
- Sí… sí, yo necesito decírtelo. Te he echado muchísimo de menos, Patri. Sé que no me he portado como el novio modelo, pero… bueno, sólo quería pedirte que me dieras una segunda oportunidad.
Joder, así, a bocajarro, sin preliminares, sin charlar sobre cómo nos van las cosas, sin protocolo. Dani me mira con expectación. Yo reprimo las ganas de reír.
- No es el mejor momento para una segunda oportunidad - digo, intentando poner todo el tacto del mundo en la frase.
- ¿Hay alguien más? ¿Estás… estás con alguien?
Empiezo a arrepentirme de mi compasión. Decididamente, no debería estar aquí.
- No estoy con nadie - respondo, hermética -. Pero estoy muy bien ahora. Necesitaba ser independiente.
- ¿Podemos… podemos al menos ser amigos?
Yo no le recordaba tan tartamudo, en serio.
- Sí, claro, somos amigos.
Después de prometerle que nos veremos más a menudo y que quedaremos pronto para comer, me dirijo de nuevo a la puerta, preguntándome qué buscaba exactamente al venir pero segura de que no lo he encontrado.
- Bueno, entonces nos vemos pronto. Y… piénsatelo.
- Sí… - contesto a lo primero. A lo segundo no digo nada.
Y es entonces cuando Dani la caga estrepitosamente. ¿Que qué hace? Pues no se le ocurre otra cosa que lanzárseme y darme un beso.
Me resulta profundamente desagradable desde el primer contacto. Es como si estuviera contaminando algo. Mis labios ahora sólo pertenecían a…
Me separo bruscamente de él, y aún me da tiempo a ver la decepción en su rostro antes de que la oculte.
- Lo siento.
Inspira, espira.
- No pasa nada - fuerzo una sonrisa y salgo de allí tan pronto como puedo. Con un nudo en el estómago.
Me siento culpable. Como si le hubiera sido infiel a alguien. Alguien en quien, desde luego, prefiero no pensar. Me siento como si algo se me hubiera vaciado por dentro en el mismo momento en que Dani me besaba.
Y, sin ton ni son, sin entenderlo muy bien, empiezo a llorar. En plena calle, camino a mi coche, me siento en un banco llorando y escondiendo la cara entre las manos.
Me siento mal. Me siento vacía. Y me doy cuenta de que no he dejado de pensar en Ángel ni una sola vez desde que se marchó anoche de mi cama. Me siento como una muñeca inerte, como si todo lo que hago pendiera de los hilos que Ángel mueve, como si no tuviera voluntad. Como si él se la hubiera llevado toda.
Y descubro que estoy llorando porque le echo de menos. Porque desearía que estuviera conmigo ahora, que fuera él quien me acabara de besar. Pero sobre todo… porque desearía que fuera él quien me mirara con la mirada que me había dedicado Dani. Que fuera él quien me pidiera la primera oportunidad, y luego la segunda, y luego la tercera. Porque tendría todas las oportunidades del mundo.
Y jamás me atrevería a decir que estoy enamorada, por supuesto, pero estoy llorando porque su piel es tan cálida que me quema incluso en el recuerdo. Y estoy llorando porque le quiero tanto que no lo soporto. Y lloro por el brillo de sus ojos y por sus movimientos y porque es tan especial que jamás me cansaría de estar a su lado. Lloro sin parar.
Sigo siendo adicta a Ángel. Pero ya no es sólo mi cuerpo el que anhela su cuerpo. Ahora lo quiero todo de él. Y cuando llego a esa desoladora conclusión, me levanto como una autómata del banco y me dirijo a mi coche. Necesito olvidarme de todo.
- ¿Diga? - respondo.
- Patri… Patri, soy yo…
Oh. Dios. Mío. Dani, mi ex. Lo que me faltaba.
No tengo ni idea de qué sucede exactamente, qué me dice Dani para convencerme, pero acabo en su casa. Por teléfono parecía realmente desesperado. Y yo no soy de hielo. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Supongo que, en el fondo, ya se lo que me iba a decir. Conozco a Dani lo suficiente como para predecirlo. Pero aún así, voy. Necesito que alguien aparte de Ángel me de quebraderos de cabeza.
- Gracias por venir… - murmura Dani cuando me abre la puerta.
- De nada - contesto yo, algo incómoda. Lo cierto es que desde que lo dejamos no hemos tenido mucho contacto, por eso de enfriar las cosas, y ahora todo resulta algo forzado. Para mí, al menos.
- Escucha… - me lleva hasta el salón y me invita a sentarme en el sofá -. Sé que ahora estás muy tranquila… y lo último que quiero es calentarte la cabeza… Pero… bueno. Creo que sabes de sobra lo que voy a decirte.
No debería haber venido.
- No hace falta, Dani. De verdad.
- Sí… sí, yo necesito decírtelo. Te he echado muchísimo de menos, Patri. Sé que no me he portado como el novio modelo, pero… bueno, sólo quería pedirte que me dieras una segunda oportunidad.
Joder, así, a bocajarro, sin preliminares, sin charlar sobre cómo nos van las cosas, sin protocolo. Dani me mira con expectación. Yo reprimo las ganas de reír.
- No es el mejor momento para una segunda oportunidad - digo, intentando poner todo el tacto del mundo en la frase.
- ¿Hay alguien más? ¿Estás… estás con alguien?
Empiezo a arrepentirme de mi compasión. Decididamente, no debería estar aquí.
- No estoy con nadie - respondo, hermética -. Pero estoy muy bien ahora. Necesitaba ser independiente.
- ¿Podemos… podemos al menos ser amigos?
Yo no le recordaba tan tartamudo, en serio.
- Sí, claro, somos amigos.
Después de prometerle que nos veremos más a menudo y que quedaremos pronto para comer, me dirijo de nuevo a la puerta, preguntándome qué buscaba exactamente al venir pero segura de que no lo he encontrado.
- Bueno, entonces nos vemos pronto. Y… piénsatelo.
- Sí… - contesto a lo primero. A lo segundo no digo nada.
Y es entonces cuando Dani la caga estrepitosamente. ¿Que qué hace? Pues no se le ocurre otra cosa que lanzárseme y darme un beso.
Me resulta profundamente desagradable desde el primer contacto. Es como si estuviera contaminando algo. Mis labios ahora sólo pertenecían a…
Me separo bruscamente de él, y aún me da tiempo a ver la decepción en su rostro antes de que la oculte.
- Lo siento.
Inspira, espira.
- No pasa nada - fuerzo una sonrisa y salgo de allí tan pronto como puedo. Con un nudo en el estómago.
Me siento culpable. Como si le hubiera sido infiel a alguien. Alguien en quien, desde luego, prefiero no pensar. Me siento como si algo se me hubiera vaciado por dentro en el mismo momento en que Dani me besaba.
Y, sin ton ni son, sin entenderlo muy bien, empiezo a llorar. En plena calle, camino a mi coche, me siento en un banco llorando y escondiendo la cara entre las manos.
Me siento mal. Me siento vacía. Y me doy cuenta de que no he dejado de pensar en Ángel ni una sola vez desde que se marchó anoche de mi cama. Me siento como una muñeca inerte, como si todo lo que hago pendiera de los hilos que Ángel mueve, como si no tuviera voluntad. Como si él se la hubiera llevado toda.
Y descubro que estoy llorando porque le echo de menos. Porque desearía que estuviera conmigo ahora, que fuera él quien me acabara de besar. Pero sobre todo… porque desearía que fuera él quien me mirara con la mirada que me había dedicado Dani. Que fuera él quien me pidiera la primera oportunidad, y luego la segunda, y luego la tercera. Porque tendría todas las oportunidades del mundo.
Y jamás me atrevería a decir que estoy enamorada, por supuesto, pero estoy llorando porque su piel es tan cálida que me quema incluso en el recuerdo. Y estoy llorando porque le quiero tanto que no lo soporto. Y lloro por el brillo de sus ojos y por sus movimientos y porque es tan especial que jamás me cansaría de estar a su lado. Lloro sin parar.
Sigo siendo adicta a Ángel. Pero ya no es sólo mi cuerpo el que anhela su cuerpo. Ahora lo quiero todo de él. Y cuando llego a esa desoladora conclusión, me levanto como una autómata del banco y me dirijo a mi coche. Necesito olvidarme de todo.
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
Recuerdo aquella noche como si fuera la de ayer. Menuda nochecita.
Estaba en casa, tranquilamente, viendo no se qué peli (¿Zoolander?), con mi novia, vamos, lo normal una noche de martes. Entonces, empezó a sonar mi móvil. Nada fuera de lo común. Lo cogí algo irritado, porque no me gusta que me interrumpan cuando estoy viendo una película, pero la irritación pasó completamente cuando vi que era Patricia la que me llamaba. Salí del salón y me encerré en la cocina, diciéndole a Emma que así podría seguir viendo la película sin que la molestara. Como excusa es cojonuda, hay que reconocerlo.
- ¿Diga? - contesté, intrigado. Normalmente no nos llamábamos. De hecho, tenia pensado ir a verla cuando terminara la película. Quiero decir, a dar un paseo nocturno de tres horas.
- ¿Sabes qué opino yo de todo esto? Creo que todos los tíos sois unos cerdos… sí, pero algunos con barba y otros… otros sin barba… ¿llevas barba hoy?
- ¿Patricia? ¿Estás bien?
- Aaaah, sí, sí, Ángel… eres tú… ¿qué quieres?
- Pero si me has llamado tú…
- ¿Yo? ¡¿Yo?! Vamos… yo no te llamo nunca, Ángel… has debido equivocarte… pero te perdono.
Estalló en una carcajada histérica y entonces no me quedó ninguna duda. Estaba borracha.
- ¿Dónde estas?
- En casa de mi vecino.
- Va, Patricia, en serio…
- Vaaaale, vale, aguafiestas… ¿sabes que si quisiera follarme a mi vecino podría hacerlo y tú no podrías decirme nada? Nada de nada de nada de nada… porque soy libre como un pájaro… Liiiiiibreeeeee… como el sol cuando amaneceeeee…
Me llevé una mano a la cabeza.
- Patricia, escucha, ¿estás en tu casa?
- No.
- ¿Entonces, dónde estas?
- ¿Quieres que vaya a verte? Sé donde vives.
Joder.
- No, no, no, escucha, en vez de venir a buscarme, voy a ir yo a buscarte a ti. Pero para eso tienes que decirme donde estás.
- Estoy… quería entrar a mi casa, pero no encuentro las llaves - fue entonces cuando oí que su voz se quebraba y empezaba a sollozar -. No encuentro las llaves, Ángel. Necesito las llaves para entrar y no…
Sé que hay chicas que lloran cuando se emborrachan. Lo sé. Pero aún sabiéndolo, me partió el alma escucharla llorar. Aunque fuera por sus llaves.
- ¿Estás en el portal de tu casa?
- Hace frío Ángel… ¿vas a venir? Te echo de menos…
- No te muevas de allí, no te muevas en absoluto, ¿me oyes? Llego enseguida.
- ¡No me cuelgues!
- No, no te cuelgo… pero espera un momento que salgo de casa.
Salí de la cocina, cagándome en todo, cogí la chaqueta y, con el teléfono escondido en el bolsillo, le dije a Emma:
- Dani se ha cogido un pedo del quince. Tengo que ir a buscarle, no puede coger el coche así. Estaré aquí lo más pronto posible, pero ya sabes cómo es Dani… si estás cansada vete a dormir, no te despertaré cuando vuelva.
Ella, que ya había oído alguna historia similar (pero cierta), no se sorprendió y se limitó a sonreírme con resignación. Yo salí de casa pitando.
Durante todo el trayecto tuve a Patricia al teléfono. Conseguí que dejara de llorar un rato, pero luego se acordó (Dios sabe por qué) de la muerte de un periquito que tenía con ocho años y se volvió a echar a llorar. Me pregunté qué había bebido y cuanto. Y por qué.
Cuando llegué a su calle y aparqué, salí del coche disparado. Ella estaba muerta de frío, pegada al teléfono como a un salvavidas, con la cara surcada de lágrimas.
Quise llorar sólo de verla. Colgué el teléfono y corrí hacia ella.
- Has tardado demasiado…
Yo no le respondí. Sólo la abracé con fuerza, intentando transmitirle calor.
- ¿Estás bien? Me has dado un susto de muerte…
- Ahora estoy bien.
Seguí abrazado a ella, y la sentí tan vulnerable entre mis brazos que me dio pánico pensar en qué hubiera pasado si no me hubiese llamado.
- Estás calentito - dijo ella, como ronroneando. Yo sonreí brevemente y luego me sumergí en su bolso en busca de las llaves de su casa. Estaban en uno de los bolsillos laterales.
- Mira, las tenías aquí, tonta, anda que si no llega a ser por mí… - ahora que la tenía a mi lado era más fácil bromear.
La llevé hasta su casa, que era para mí ya como la mía propia, y le saqué un jersey de lana y una chaqueta para que entrara en calor. Esperaba que los efectos del alcohol no tardaran en pasársele. Pero en cuanto me metí en la cocina para prepararle un chocolate caliente oí la puerta principal abrirse y tuve que ir corriendo para evitar que se escapara.
- ¡¿Dónde vas ahora?!
- Tengo muuuuuuucho calor. Quiero tomar el aire.
Suspiré. Si no podía contrariarla cuando era razonable, ¿qué sentido tenía intentarlo cuando no lo era?
- Vale, daremos una vuelta. ¿Hay algún parque por aquí cerca?
- Hay uno… hay uno en el que a veces hay palomas… y un señor les da de comer, creo - susurró, riéndose entre dientes. Se le estaba pasando, pero aún le quedaba algo. Lo que yo decía, menuda nochecita. Cogí su bufanda rosa del perchero antes de cerrar la puerta y guardarme las llaves en el bolsillo.
Sólo esperaba que el hombre que daba de comer a las palomas no estuviera allí a la una de la madrugada
El parque resultó ser una explanada de césped laberíntica, llena de arbustos a media cintura y de bancos de madera. Un puñado de árboles dispersos adornaban aquí y allá la hierba, y en el centro del todo, invisible desde fuera del parque, una fuente de agua quieta. Patricia tiró de mi mano hasta que llegamos a la fuente. Murmuraba continuamente algo sobre el calor y el verano, pero eran frases inconexas que yo no conseguía comprender. Estaba demasiado concentrado en memorizar el camino hasta su casa, por si a ella se le olvidaba luego.
- Menos mal - suspiró Patricia cuando llegamos. Más que un suspiro, fue un resoplido exagerado, realmente -. Ya era hora de quitar la calefacción - añadió entre risitas. Yo alcé las cejas, preguntándome quién me metería en estos jardines, nunca mejor dicho.
- Patricia, vamos a sentarnos un rato… y así te calmas - la segunda parte de la frase la dije más para mí mismo que para ella.
- ¡Tengo una idea mejor!
Miré mi reloj. Llevaba con ella media hora. ¿Cuánto más iba a durarle la tontería? Pero al mirarla, con las mejillas rojas y la cara ilusionada de una niña, no pude menos que reír.
- ¿Qué idea?
- Vamos a jugar al escondite - dijo, con solemnidad. Dejé de reirme al momento.
- No creo que sea tan buena idea. Está oscuro, tú no sabes dar dos pasos sin caerte, no conviene que te pierda de vista…
- Oh, vamos. Sin salir del parque - canturreó, para convencerme.
Y, no tengo ni idea de cómo (probablemente esa mirada inocente tuviera algo que ver) me convenció.
- Está bien, pero sólo un poco. Anda, ve a esconderte - me resigné. ¿Acaso estaba gilipollas? Patricia borracha, y yo en vez de cuidar de ella y obligarla a permanecer bajo una manta en su casa, le concedía cada estúpido capricho y me tapaba los ojos para que ella pudiera esconderse -. Uno, dos, tres… - sí, definitivamente, como amigo era una mierda. Debería imponerme un poco, por el amor de Dios -… noventa y nueve, ¡cien!
Conté más rápido de lo normal. Tampoco es que sepa cuanto es lo normal, no me dedico a jugar al escondite con mis amigos, pero ya me entiendo yo solo.
Escuché el sonido de un arbusto moverse a unos diez metros de la fuente. Puse los ojos en blanco. Qué predecible era…
- A ver, a ver… dónde estará Patricia… - dije en voz alta, mientras me acercaba al arbusto. Y cuando estuve a medio metro, exclamé -.¡Te pillé!
Aparté el arbusto, pero allí no había nada. Sólo una piedra como mi mano de grande. Y en ese momento unas manos me taparon los ojos desde detrás, unas manos que ardían. Sentí su pecho contra mi espalda y sus labios en mi oreja.
- Te he engañaaaadooo - susurró ella -. Tiré una piedra para que pensaras que estaba allí - añadió, como si fuera la idea del siglo. Cogí sus manos con las mías y las aparté de mi cara, para darme la vuelta. Sus ojos estaban brillantes bajo la luz de la luna. Podía ver los restos del alcohol desatando una parte de ella que me era muy familiar. Patricia, la loca, la impulsiva, la infantil… la Patricia que yo escribía cada día. Sonreí a mi pesar.
- Me has engañado - le concedí. Era tan fácil reconocer debilidades delante de ella…
- Ángel… ¿sabes a qué quiero jugar ahora? - me preguntó, aún pegada a mí. Podía oler el aroma del alcohol en su aliento.
- ¿A qué? - fue lo único que supe contestar.
- A Beso, Atrevimiento o Verdad.
Tragué saliva.
- Empiezo yo… - continuó diciendo ella, ahora mirándome a los ojos, con seriedad. Había desaparecido la risa de su garganta -. ¿Qué eliges?
Beso… lo más sencillo, probablemente. Atrevimiento… el valor no era mi fuerte. Verdad… nunca.
- Atrevimiento - susurré, con la vista clavada en sus ojos de chocolate.
- Métete conmigo en la fuente.
Esta mujer estaba loca, e iba a ser mi perdición. Y además me iba a costar una pulmonía.
- Como quieras - dije, sin embargo. Ella, sin pensárselo dos veces, volvió a coger mi mano y a tirar de ella hasta la fuente. Luego, se metió y soltó un grito ahogado. El agua le llegaba más allá de la cintura.
Estás trastornado, Ángel.
Y me metí tras ella. El agua estaba helada y yo también tuve que ahogar una exclamación. Patricia se acercó de nuevo a mí y volvió a mirarme con esa cara de niña mala, y yo casi me olvidé de respirar. Aunque lo de respirar podría tener algo que ver con que el agua estaba a cero grados.
- Me toca - dijo, con una sonrisa pícara -. Y yo elijo beso.
Y sin esperar, tomó mi cara entre sus manos mojadas y frías y recorrió mis labios con su lengua, que en contraste me ardía. No pude contenerme más y rodeé su cintura con los brazos, profundizando el beso. Pero ella se limitó a reírse de nuevo y se apartó de mí.
- No seas abusón, que era mi prueba. ¿Qué elijes tú ahora? ¿Verdad o Beso?
- Beso - dije, sin dudar. El beso era demasiado tentador, la verdad me daba demasiado miedo.
Y de nuevo nos enredamos, manos, lengua, y el sabor dulce de sus labios me supo a ron, pero me dio igual. La estreché con más fuerza entre mis brazos y dirigí mis labios hasta su mentón, y luego los deslicé por su mejilla, que era más suave que la seda. Sentí un escalofrío, y ella también se estremeció.
- Yo elijo Verdad - la oí susurrar en mi oído -. Voy a contarte la verdad, aunque tú no quieras oírla. Esta mañana, cuando te vi entrar en la cafetería, quise levantarme y desnudarte y hacer el amor contigo allí mismo, y en vez de eso suspiré. Y sé que estoy borracha y que luego me arrepentiré de decirte esto. ¿Por qué lo has hecho todo tan difícil? Antes de conocerte, yo no era nada, no era nadie, y ahora soy menos aún. Cuando Dani se fue, me sentí morir. Creí que jamás volvería a querer a nadie como le quise a él. Y tú llegaste, y ni siquiera recuerdo el primer beso que te di. Uno, y después otro, y después otro más, y el primer abrazo, y la primera caricia, y sin darme cuenta estábamos haciendo el amor. Y ahora te necesito a mi lado. Y toda esta tontería de que esto es una aventura, que tienes novia y yo puedo salir con quien quiera… Yo no he querido volver a besar a nadie desde que te conocí. Y odio que tú si quieras hacerlo. Odio que tengas alguien esperándote en casa y que ese alguien no sea yo. Odio cuando te separas de mí. Odio caer rendida ante tus palabras. Y no sabes cuanto odio darme cuenta de que no eres uno más. Me estoy enamorando de ti, Ángel, y me siento impotente y frustrada. No puedo hacer nada por evitarlo, y lo peor es que no quiero evitarlo. Quiero que me sonrías y me digas que me quieres, quiero besarte hasta desgastarte la lengua, quiero hacerte el amor una y otra vez, mirándote a los ojos. Y quiero pasar horas a tu lado, y noches enteras, y quiero dormir contigo y sentir tu respiración en mi piel. Quiero oír tu voz y tu risa y tu llanto. Quiero que confíes en mi, que me necesites, que me desees. Creo que ya no puedo vivir sin ti. Creo que ya me he enamorado de ti. Lo siento.
Terminó su magnífica alocución y yo seguía sin aliento. Noté algo húmedo recorrer mi mejilla y me di cuenta de que Patricia estaba llorando y de que sus lágrimas estaban rodando por mi piel.
Las piernas me temblaban. No sabía qué decir. No sabía ni siquiera qué sentir.
Patricia empezó a temblar entre mis brazos y yo sonreí. Me sentía calmado por primera vez en semanas.
- Vamos a casa, enana. Necesitas dormir.
- Necesito saber qué piensas. Dormir puede esperar.
Se separó de mi y me miró a los ojos, y yo apenas pude creer todo lo que le había oído decir. ¿Ella, enamorada de mí? No era físicamente posible.
- ¿Quieres saber lo que pienso? Elijo Verdad. Voy a contarte la verdad. Tengo más ganas que nunca de besarte. Me encantaría poder decir que no siento nada por ti, pero mentiría. Me encantaría poder soltar un discurso la mitad de perfecto que el tuyo, y me encantaría poder expresar de algún modo cómo me siento a tu lado, pero no puedo. Lo único que se es que me sentiría fatal si mañana despertaras enferma por estar aquí metida conmigo, así que si eres tan amable, acompáñame a tu casa, y déjame prepararte ese chocolate caliente, y déjame dormir contigo, y si mañana cuando te despiertes aún recuerdas lo que me has dicho, te contaré el resto de la Verdad.
- Me conformo con eso… por ahora - dijo, con una sonrisa breve.
Recorrimos el camino de vuelta a su casa en silencio. Íbamos dejando huellas de agua en el suelo. Ella seguía perfecta bajo la luz de la luna, tanto que hubiera deseado que no saliera el sol. Y, mientras la contemplaba, intentaba averiguar la forma de decirle que el resto de la Verdad era, ni más ni menos, que ella era mi diosa salvadora. Y aquella noche me había salvado.
Me desperté como si fuera yo el que tuviera la resaca. Con la boca pastosa, los ojos resecos y aturdido. Las sábanas de raso de Patricia tapaban mi cuerpo. Y el suyo, a mi lado.
Estaba tranquila. Me miraba con sus enormes ojos, sin una sonrisa, como si llevara horas esperando que me despertase. Supe que probablemente había estado mirando como dormía un buen rato y me sentí inexplicablemente avergonzado.
- Buenos días - susurró con su voz de ángel -. Lo recuerdo todo, punto por punto.
- ¿Sí? - no se me ocurrió otra respuesta. Sus ojos me estaban dejando muy claro que se refería a la última frase de la noche. Mi promesa. El resto de la Verdad.
Patricia se rió suavemente y a mí me acometió una súbita sospecha.
- No estabas borracha, ¿verdad?
Ella se rió con más ganas y se mordió la punta de un dedo, como decidiendo si decir la verdad o seguir jugando conmigo.
- Estaba borracha. Pero no tanto como tú creíste.
Sacudí la cabeza, confuso, y ella pareció aún más divertida, hasta que de repente su risa se cortó y me miró con la misma seriedad que al principio.
- Sabía lo que hacía. Sin el alcohol no lo hubiera hecho, probablemente, pero como sabía… que no me atrevería a decírtelo todo sin una buena dosis de ron… aproveché que en ese momento nada me daba vergüenza.
- ¿Por qué? - pregunté, sin saber exactamente cómo debería tomarme aquello.
- Porque necesitaba decírtelo, y así… tendría una excusa si me hubieras mirado con asco. Podría haber fingido no recordar nada y punto.
- Te acabas de quedar sin excusa, ¿lo sabes?
- He decidido que no la necesito.
Se quedó mirándome un rato en silencio, y al final, muy lentamente, acercó sus labios a los míos y me besó. Le hubiera devuelto el beso en condiciones normales. Pero no estábamos en condiciones normales.
No se me iba de la cabeza la idea de que yo tenía novia. Será una chorrada, pero joder, NOVIA, con todas las letras, una chica que me quería con locura. Y en la definición de novia no dice en ningún sitio “chica que te espera en casa mientras tú te acuestas con otra”. No podía dejar de pensar en que estaría preocupada por mí, que no había llamado para avisar que no iba a dormir… Por Dios, estaría hasta preocupada por Dani, por si la borrachera había sido muy catastrófica.
Ángel, eres un auténtico hijo de puta. No te mereces ni a tu novia ni a tu amante.
Miré a Patricia, que no parecía comprender nada de aquello. Intenté apartarme, levantarme de la cama. Me vestiría en aquel momento, saldría por la puerta y no volvería a molestar a Patricia. Sería lo mejor.
Pero, sentado en el colchón, de espaldas a Patricia, noté las yemas de sus dedos recorrer mi espalda y luego mis hombros, y su voz retumbó en mi memoria: “Me estoy enamorando de ti, Ángel…” . Me pregunté por qué aquellas palabras me habían hecho sentir tan bien apenas siete horas antes. En aquel momento cada una de ellas me parecía un puñal.
- Ángel, sé que me quieres - murmuró su voz, detrás de mí. No me giré para mirarla -. Lo se. Te conozco. ¿Cuánto vas a tardar en darte cuenta?
- Lo de ayer fue un error - dije, con voz estrangulada -. Todo esto es un error. No debería haber dejado que te enamoraras de mí.
Me invadió la angustia cuando me di cuenta de la certeza de mis palabras. Todo esto era un error. Nunca debería haber empezado. Me vestí en silencio y al final, cuando creí que podría mirar a la cara a Patricia, me giré y vi su mirada confusa y aturdida. Luego, la ira empezó a sustituir a la confusión.
- No… ¿no estás enamorado de mí? ¿Y qué coño era todo eso de ayer, lo de que no sabías decir cómo te sientes a mi lado y todas esas mierdas? - le espetó Patricia, con la voz cada vez más alta. Se puso de pie y encaró a Ángel, con la furia chispeando en sus ojos.
- No importa lo que dijera ayer. La vida no son fuentes de agua ni árboles escritos, la vida no es bonita, Patricia. Las cosas no son así. Olvida lo que dije ayer, y escúchame. Esto nunca debería haber ocurrido. Lo siento.
El miedo empezaba a atenazarme la garganta. ¿Cómo había podido dejar que las cosas llegaran a este extremo?
- ¿Lo sientes? ¡¿Qué lo sientes?! Eres un cabrón - dijo ella, con rabia -. No puedes ir jugando con los sentimientos de la gente.
- Soy un cabrón - coincidí, mientras cogía mis cosas y me acercaba a la puerta. Ella me siguió, y cuando abrí la puerta, se coló delante de mí y me bloqueó la salida, de pie en el umbral.
- Quiero el resto de la Verdad. Me lo prometiste.
Suspiré.
- No hay más verdad. Tú misma lo has dicho. No puedo ir jugando con los sentimientos de la gente. Perdóname.
Le di un beso en la sien y la aparté a un lado con suavidad. Aún pude ver su mirada dolida antes de desaparecer escaleras abajo.
Me metí en el coche y apoyé las manos en el volante, intentando calmarme. ¿Qué había pasado ahí arriba? Intenté poner mis pensamientos en orden.
Me sentía agobiado, tenso, frustrado, y sobre todo, muy, muy culpable. Me sentía como si tuviera a un pequeño Ángel vestido de blanco en mi hombro derecho, reprochándome todo lo reprochable.
Que tenía que recuperar mi vida, que tenía que dejar de comportarme como un niño caprichoso, que la vida no son fuentes de agua helada, que el amor no son noches de sexo, que la felicidad no consiste en besar a Patricia Conde. Que mi vida era muy cómoda hasta entonces. Que tenía a una novia que me quería, a la que yo quería, con la que vivía, que tenía unos amigos estupendos y un trabajo con el que estaba más que satisfecho, y que en eso consiste la felicidad. En una vida estable. Que había sido un loco por poner en riesgo esa estabilidad por un par de ojos de chocolate. Que algún día lo pensaría con claridad y me daría cuenta de que había hecho lo mejor. Que no estaba huyendo sino enfrentándome a la realidad.
Y mi realidad en ese momento no incluía a Patricia. Ella sólo había formado parte de mis sueños. Y ya era hora de despertar.
Estaba en casa, tranquilamente, viendo no se qué peli (¿Zoolander?), con mi novia, vamos, lo normal una noche de martes. Entonces, empezó a sonar mi móvil. Nada fuera de lo común. Lo cogí algo irritado, porque no me gusta que me interrumpan cuando estoy viendo una película, pero la irritación pasó completamente cuando vi que era Patricia la que me llamaba. Salí del salón y me encerré en la cocina, diciéndole a Emma que así podría seguir viendo la película sin que la molestara. Como excusa es cojonuda, hay que reconocerlo.
- ¿Diga? - contesté, intrigado. Normalmente no nos llamábamos. De hecho, tenia pensado ir a verla cuando terminara la película. Quiero decir, a dar un paseo nocturno de tres horas.
- ¿Sabes qué opino yo de todo esto? Creo que todos los tíos sois unos cerdos… sí, pero algunos con barba y otros… otros sin barba… ¿llevas barba hoy?
- ¿Patricia? ¿Estás bien?
- Aaaah, sí, sí, Ángel… eres tú… ¿qué quieres?
- Pero si me has llamado tú…
- ¿Yo? ¡¿Yo?! Vamos… yo no te llamo nunca, Ángel… has debido equivocarte… pero te perdono.
Estalló en una carcajada histérica y entonces no me quedó ninguna duda. Estaba borracha.
- ¿Dónde estas?
- En casa de mi vecino.
- Va, Patricia, en serio…
- Vaaaale, vale, aguafiestas… ¿sabes que si quisiera follarme a mi vecino podría hacerlo y tú no podrías decirme nada? Nada de nada de nada de nada… porque soy libre como un pájaro… Liiiiiibreeeeee… como el sol cuando amaneceeeee…
Me llevé una mano a la cabeza.
- Patricia, escucha, ¿estás en tu casa?
- No.
- ¿Entonces, dónde estas?
- ¿Quieres que vaya a verte? Sé donde vives.
Joder.
- No, no, no, escucha, en vez de venir a buscarme, voy a ir yo a buscarte a ti. Pero para eso tienes que decirme donde estás.
- Estoy… quería entrar a mi casa, pero no encuentro las llaves - fue entonces cuando oí que su voz se quebraba y empezaba a sollozar -. No encuentro las llaves, Ángel. Necesito las llaves para entrar y no…
Sé que hay chicas que lloran cuando se emborrachan. Lo sé. Pero aún sabiéndolo, me partió el alma escucharla llorar. Aunque fuera por sus llaves.
- ¿Estás en el portal de tu casa?
- Hace frío Ángel… ¿vas a venir? Te echo de menos…
- No te muevas de allí, no te muevas en absoluto, ¿me oyes? Llego enseguida.
- ¡No me cuelgues!
- No, no te cuelgo… pero espera un momento que salgo de casa.
Salí de la cocina, cagándome en todo, cogí la chaqueta y, con el teléfono escondido en el bolsillo, le dije a Emma:
- Dani se ha cogido un pedo del quince. Tengo que ir a buscarle, no puede coger el coche así. Estaré aquí lo más pronto posible, pero ya sabes cómo es Dani… si estás cansada vete a dormir, no te despertaré cuando vuelva.
Ella, que ya había oído alguna historia similar (pero cierta), no se sorprendió y se limitó a sonreírme con resignación. Yo salí de casa pitando.
Durante todo el trayecto tuve a Patricia al teléfono. Conseguí que dejara de llorar un rato, pero luego se acordó (Dios sabe por qué) de la muerte de un periquito que tenía con ocho años y se volvió a echar a llorar. Me pregunté qué había bebido y cuanto. Y por qué.
Cuando llegué a su calle y aparqué, salí del coche disparado. Ella estaba muerta de frío, pegada al teléfono como a un salvavidas, con la cara surcada de lágrimas.
Quise llorar sólo de verla. Colgué el teléfono y corrí hacia ella.
- Has tardado demasiado…
Yo no le respondí. Sólo la abracé con fuerza, intentando transmitirle calor.
- ¿Estás bien? Me has dado un susto de muerte…
- Ahora estoy bien.
Seguí abrazado a ella, y la sentí tan vulnerable entre mis brazos que me dio pánico pensar en qué hubiera pasado si no me hubiese llamado.
- Estás calentito - dijo ella, como ronroneando. Yo sonreí brevemente y luego me sumergí en su bolso en busca de las llaves de su casa. Estaban en uno de los bolsillos laterales.
- Mira, las tenías aquí, tonta, anda que si no llega a ser por mí… - ahora que la tenía a mi lado era más fácil bromear.
La llevé hasta su casa, que era para mí ya como la mía propia, y le saqué un jersey de lana y una chaqueta para que entrara en calor. Esperaba que los efectos del alcohol no tardaran en pasársele. Pero en cuanto me metí en la cocina para prepararle un chocolate caliente oí la puerta principal abrirse y tuve que ir corriendo para evitar que se escapara.
- ¡¿Dónde vas ahora?!
- Tengo muuuuuuucho calor. Quiero tomar el aire.
Suspiré. Si no podía contrariarla cuando era razonable, ¿qué sentido tenía intentarlo cuando no lo era?
- Vale, daremos una vuelta. ¿Hay algún parque por aquí cerca?
- Hay uno… hay uno en el que a veces hay palomas… y un señor les da de comer, creo - susurró, riéndose entre dientes. Se le estaba pasando, pero aún le quedaba algo. Lo que yo decía, menuda nochecita. Cogí su bufanda rosa del perchero antes de cerrar la puerta y guardarme las llaves en el bolsillo.
Sólo esperaba que el hombre que daba de comer a las palomas no estuviera allí a la una de la madrugada
El parque resultó ser una explanada de césped laberíntica, llena de arbustos a media cintura y de bancos de madera. Un puñado de árboles dispersos adornaban aquí y allá la hierba, y en el centro del todo, invisible desde fuera del parque, una fuente de agua quieta. Patricia tiró de mi mano hasta que llegamos a la fuente. Murmuraba continuamente algo sobre el calor y el verano, pero eran frases inconexas que yo no conseguía comprender. Estaba demasiado concentrado en memorizar el camino hasta su casa, por si a ella se le olvidaba luego.
- Menos mal - suspiró Patricia cuando llegamos. Más que un suspiro, fue un resoplido exagerado, realmente -. Ya era hora de quitar la calefacción - añadió entre risitas. Yo alcé las cejas, preguntándome quién me metería en estos jardines, nunca mejor dicho.
- Patricia, vamos a sentarnos un rato… y así te calmas - la segunda parte de la frase la dije más para mí mismo que para ella.
- ¡Tengo una idea mejor!
Miré mi reloj. Llevaba con ella media hora. ¿Cuánto más iba a durarle la tontería? Pero al mirarla, con las mejillas rojas y la cara ilusionada de una niña, no pude menos que reír.
- ¿Qué idea?
- Vamos a jugar al escondite - dijo, con solemnidad. Dejé de reirme al momento.
- No creo que sea tan buena idea. Está oscuro, tú no sabes dar dos pasos sin caerte, no conviene que te pierda de vista…
- Oh, vamos. Sin salir del parque - canturreó, para convencerme.
Y, no tengo ni idea de cómo (probablemente esa mirada inocente tuviera algo que ver) me convenció.
- Está bien, pero sólo un poco. Anda, ve a esconderte - me resigné. ¿Acaso estaba gilipollas? Patricia borracha, y yo en vez de cuidar de ella y obligarla a permanecer bajo una manta en su casa, le concedía cada estúpido capricho y me tapaba los ojos para que ella pudiera esconderse -. Uno, dos, tres… - sí, definitivamente, como amigo era una mierda. Debería imponerme un poco, por el amor de Dios -… noventa y nueve, ¡cien!
Conté más rápido de lo normal. Tampoco es que sepa cuanto es lo normal, no me dedico a jugar al escondite con mis amigos, pero ya me entiendo yo solo.
Escuché el sonido de un arbusto moverse a unos diez metros de la fuente. Puse los ojos en blanco. Qué predecible era…
- A ver, a ver… dónde estará Patricia… - dije en voz alta, mientras me acercaba al arbusto. Y cuando estuve a medio metro, exclamé -.¡Te pillé!
Aparté el arbusto, pero allí no había nada. Sólo una piedra como mi mano de grande. Y en ese momento unas manos me taparon los ojos desde detrás, unas manos que ardían. Sentí su pecho contra mi espalda y sus labios en mi oreja.
- Te he engañaaaadooo - susurró ella -. Tiré una piedra para que pensaras que estaba allí - añadió, como si fuera la idea del siglo. Cogí sus manos con las mías y las aparté de mi cara, para darme la vuelta. Sus ojos estaban brillantes bajo la luz de la luna. Podía ver los restos del alcohol desatando una parte de ella que me era muy familiar. Patricia, la loca, la impulsiva, la infantil… la Patricia que yo escribía cada día. Sonreí a mi pesar.
- Me has engañado - le concedí. Era tan fácil reconocer debilidades delante de ella…
- Ángel… ¿sabes a qué quiero jugar ahora? - me preguntó, aún pegada a mí. Podía oler el aroma del alcohol en su aliento.
- ¿A qué? - fue lo único que supe contestar.
- A Beso, Atrevimiento o Verdad.
Tragué saliva.
- Empiezo yo… - continuó diciendo ella, ahora mirándome a los ojos, con seriedad. Había desaparecido la risa de su garganta -. ¿Qué eliges?
Beso… lo más sencillo, probablemente. Atrevimiento… el valor no era mi fuerte. Verdad… nunca.
- Atrevimiento - susurré, con la vista clavada en sus ojos de chocolate.
- Métete conmigo en la fuente.
Esta mujer estaba loca, e iba a ser mi perdición. Y además me iba a costar una pulmonía.
- Como quieras - dije, sin embargo. Ella, sin pensárselo dos veces, volvió a coger mi mano y a tirar de ella hasta la fuente. Luego, se metió y soltó un grito ahogado. El agua le llegaba más allá de la cintura.
Estás trastornado, Ángel.
Y me metí tras ella. El agua estaba helada y yo también tuve que ahogar una exclamación. Patricia se acercó de nuevo a mí y volvió a mirarme con esa cara de niña mala, y yo casi me olvidé de respirar. Aunque lo de respirar podría tener algo que ver con que el agua estaba a cero grados.
- Me toca - dijo, con una sonrisa pícara -. Y yo elijo beso.
Y sin esperar, tomó mi cara entre sus manos mojadas y frías y recorrió mis labios con su lengua, que en contraste me ardía. No pude contenerme más y rodeé su cintura con los brazos, profundizando el beso. Pero ella se limitó a reírse de nuevo y se apartó de mí.
- No seas abusón, que era mi prueba. ¿Qué elijes tú ahora? ¿Verdad o Beso?
- Beso - dije, sin dudar. El beso era demasiado tentador, la verdad me daba demasiado miedo.
Y de nuevo nos enredamos, manos, lengua, y el sabor dulce de sus labios me supo a ron, pero me dio igual. La estreché con más fuerza entre mis brazos y dirigí mis labios hasta su mentón, y luego los deslicé por su mejilla, que era más suave que la seda. Sentí un escalofrío, y ella también se estremeció.
- Yo elijo Verdad - la oí susurrar en mi oído -. Voy a contarte la verdad, aunque tú no quieras oírla. Esta mañana, cuando te vi entrar en la cafetería, quise levantarme y desnudarte y hacer el amor contigo allí mismo, y en vez de eso suspiré. Y sé que estoy borracha y que luego me arrepentiré de decirte esto. ¿Por qué lo has hecho todo tan difícil? Antes de conocerte, yo no era nada, no era nadie, y ahora soy menos aún. Cuando Dani se fue, me sentí morir. Creí que jamás volvería a querer a nadie como le quise a él. Y tú llegaste, y ni siquiera recuerdo el primer beso que te di. Uno, y después otro, y después otro más, y el primer abrazo, y la primera caricia, y sin darme cuenta estábamos haciendo el amor. Y ahora te necesito a mi lado. Y toda esta tontería de que esto es una aventura, que tienes novia y yo puedo salir con quien quiera… Yo no he querido volver a besar a nadie desde que te conocí. Y odio que tú si quieras hacerlo. Odio que tengas alguien esperándote en casa y que ese alguien no sea yo. Odio cuando te separas de mí. Odio caer rendida ante tus palabras. Y no sabes cuanto odio darme cuenta de que no eres uno más. Me estoy enamorando de ti, Ángel, y me siento impotente y frustrada. No puedo hacer nada por evitarlo, y lo peor es que no quiero evitarlo. Quiero que me sonrías y me digas que me quieres, quiero besarte hasta desgastarte la lengua, quiero hacerte el amor una y otra vez, mirándote a los ojos. Y quiero pasar horas a tu lado, y noches enteras, y quiero dormir contigo y sentir tu respiración en mi piel. Quiero oír tu voz y tu risa y tu llanto. Quiero que confíes en mi, que me necesites, que me desees. Creo que ya no puedo vivir sin ti. Creo que ya me he enamorado de ti. Lo siento.
Terminó su magnífica alocución y yo seguía sin aliento. Noté algo húmedo recorrer mi mejilla y me di cuenta de que Patricia estaba llorando y de que sus lágrimas estaban rodando por mi piel.
Las piernas me temblaban. No sabía qué decir. No sabía ni siquiera qué sentir.
Patricia empezó a temblar entre mis brazos y yo sonreí. Me sentía calmado por primera vez en semanas.
- Vamos a casa, enana. Necesitas dormir.
- Necesito saber qué piensas. Dormir puede esperar.
Se separó de mi y me miró a los ojos, y yo apenas pude creer todo lo que le había oído decir. ¿Ella, enamorada de mí? No era físicamente posible.
- ¿Quieres saber lo que pienso? Elijo Verdad. Voy a contarte la verdad. Tengo más ganas que nunca de besarte. Me encantaría poder decir que no siento nada por ti, pero mentiría. Me encantaría poder soltar un discurso la mitad de perfecto que el tuyo, y me encantaría poder expresar de algún modo cómo me siento a tu lado, pero no puedo. Lo único que se es que me sentiría fatal si mañana despertaras enferma por estar aquí metida conmigo, así que si eres tan amable, acompáñame a tu casa, y déjame prepararte ese chocolate caliente, y déjame dormir contigo, y si mañana cuando te despiertes aún recuerdas lo que me has dicho, te contaré el resto de la Verdad.
- Me conformo con eso… por ahora - dijo, con una sonrisa breve.
Recorrimos el camino de vuelta a su casa en silencio. Íbamos dejando huellas de agua en el suelo. Ella seguía perfecta bajo la luz de la luna, tanto que hubiera deseado que no saliera el sol. Y, mientras la contemplaba, intentaba averiguar la forma de decirle que el resto de la Verdad era, ni más ni menos, que ella era mi diosa salvadora. Y aquella noche me había salvado.
Me desperté como si fuera yo el que tuviera la resaca. Con la boca pastosa, los ojos resecos y aturdido. Las sábanas de raso de Patricia tapaban mi cuerpo. Y el suyo, a mi lado.
Estaba tranquila. Me miraba con sus enormes ojos, sin una sonrisa, como si llevara horas esperando que me despertase. Supe que probablemente había estado mirando como dormía un buen rato y me sentí inexplicablemente avergonzado.
- Buenos días - susurró con su voz de ángel -. Lo recuerdo todo, punto por punto.
- ¿Sí? - no se me ocurrió otra respuesta. Sus ojos me estaban dejando muy claro que se refería a la última frase de la noche. Mi promesa. El resto de la Verdad.
Patricia se rió suavemente y a mí me acometió una súbita sospecha.
- No estabas borracha, ¿verdad?
Ella se rió con más ganas y se mordió la punta de un dedo, como decidiendo si decir la verdad o seguir jugando conmigo.
- Estaba borracha. Pero no tanto como tú creíste.
Sacudí la cabeza, confuso, y ella pareció aún más divertida, hasta que de repente su risa se cortó y me miró con la misma seriedad que al principio.
- Sabía lo que hacía. Sin el alcohol no lo hubiera hecho, probablemente, pero como sabía… que no me atrevería a decírtelo todo sin una buena dosis de ron… aproveché que en ese momento nada me daba vergüenza.
- ¿Por qué? - pregunté, sin saber exactamente cómo debería tomarme aquello.
- Porque necesitaba decírtelo, y así… tendría una excusa si me hubieras mirado con asco. Podría haber fingido no recordar nada y punto.
- Te acabas de quedar sin excusa, ¿lo sabes?
- He decidido que no la necesito.
Se quedó mirándome un rato en silencio, y al final, muy lentamente, acercó sus labios a los míos y me besó. Le hubiera devuelto el beso en condiciones normales. Pero no estábamos en condiciones normales.
No se me iba de la cabeza la idea de que yo tenía novia. Será una chorrada, pero joder, NOVIA, con todas las letras, una chica que me quería con locura. Y en la definición de novia no dice en ningún sitio “chica que te espera en casa mientras tú te acuestas con otra”. No podía dejar de pensar en que estaría preocupada por mí, que no había llamado para avisar que no iba a dormir… Por Dios, estaría hasta preocupada por Dani, por si la borrachera había sido muy catastrófica.
Ángel, eres un auténtico hijo de puta. No te mereces ni a tu novia ni a tu amante.
Miré a Patricia, que no parecía comprender nada de aquello. Intenté apartarme, levantarme de la cama. Me vestiría en aquel momento, saldría por la puerta y no volvería a molestar a Patricia. Sería lo mejor.
Pero, sentado en el colchón, de espaldas a Patricia, noté las yemas de sus dedos recorrer mi espalda y luego mis hombros, y su voz retumbó en mi memoria: “Me estoy enamorando de ti, Ángel…” . Me pregunté por qué aquellas palabras me habían hecho sentir tan bien apenas siete horas antes. En aquel momento cada una de ellas me parecía un puñal.
- Ángel, sé que me quieres - murmuró su voz, detrás de mí. No me giré para mirarla -. Lo se. Te conozco. ¿Cuánto vas a tardar en darte cuenta?
- Lo de ayer fue un error - dije, con voz estrangulada -. Todo esto es un error. No debería haber dejado que te enamoraras de mí.
Me invadió la angustia cuando me di cuenta de la certeza de mis palabras. Todo esto era un error. Nunca debería haber empezado. Me vestí en silencio y al final, cuando creí que podría mirar a la cara a Patricia, me giré y vi su mirada confusa y aturdida. Luego, la ira empezó a sustituir a la confusión.
- No… ¿no estás enamorado de mí? ¿Y qué coño era todo eso de ayer, lo de que no sabías decir cómo te sientes a mi lado y todas esas mierdas? - le espetó Patricia, con la voz cada vez más alta. Se puso de pie y encaró a Ángel, con la furia chispeando en sus ojos.
- No importa lo que dijera ayer. La vida no son fuentes de agua ni árboles escritos, la vida no es bonita, Patricia. Las cosas no son así. Olvida lo que dije ayer, y escúchame. Esto nunca debería haber ocurrido. Lo siento.
El miedo empezaba a atenazarme la garganta. ¿Cómo había podido dejar que las cosas llegaran a este extremo?
- ¿Lo sientes? ¡¿Qué lo sientes?! Eres un cabrón - dijo ella, con rabia -. No puedes ir jugando con los sentimientos de la gente.
- Soy un cabrón - coincidí, mientras cogía mis cosas y me acercaba a la puerta. Ella me siguió, y cuando abrí la puerta, se coló delante de mí y me bloqueó la salida, de pie en el umbral.
- Quiero el resto de la Verdad. Me lo prometiste.
Suspiré.
- No hay más verdad. Tú misma lo has dicho. No puedo ir jugando con los sentimientos de la gente. Perdóname.
Le di un beso en la sien y la aparté a un lado con suavidad. Aún pude ver su mirada dolida antes de desaparecer escaleras abajo.
Me metí en el coche y apoyé las manos en el volante, intentando calmarme. ¿Qué había pasado ahí arriba? Intenté poner mis pensamientos en orden.
Me sentía agobiado, tenso, frustrado, y sobre todo, muy, muy culpable. Me sentía como si tuviera a un pequeño Ángel vestido de blanco en mi hombro derecho, reprochándome todo lo reprochable.
Que tenía que recuperar mi vida, que tenía que dejar de comportarme como un niño caprichoso, que la vida no son fuentes de agua helada, que el amor no son noches de sexo, que la felicidad no consiste en besar a Patricia Conde. Que mi vida era muy cómoda hasta entonces. Que tenía a una novia que me quería, a la que yo quería, con la que vivía, que tenía unos amigos estupendos y un trabajo con el que estaba más que satisfecho, y que en eso consiste la felicidad. En una vida estable. Que había sido un loco por poner en riesgo esa estabilidad por un par de ojos de chocolate. Que algún día lo pensaría con claridad y me daría cuenta de que había hecho lo mejor. Que no estaba huyendo sino enfrentándome a la realidad.
Y mi realidad en ese momento no incluía a Patricia. Ella sólo había formado parte de mis sueños. Y ya era hora de despertar.
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
En cuanto la puerta se cierra, me siento perdida en mi propia casa. Me duele la cabeza. No entiendo nada de lo que ha pasado.
Ayer, después de hablar con Dani sobre segundas oportunidades, había empezado a pensar en Ángel. En Ángel y en primeras oportunidades. Había llegado a la conclusión más obvia: que estaba siendo una kamikaze, porque era evidente que yo para Ángel sólo era un polvo cada noche y una compañera cada día. Una amiga, incluso. Pero nada más.
La conclusión me había dolido. Mucho. De lo que deduje que estaba irremediablemente enamorada de él. Por eso empecé a beber.
Yo no suelo beber, que conste. La de ayer fue probablemente la segunda o tercera borrachera de mi vida, y tengo veintinueve años. Pero cada trago que bebía me hacía olvidarme un poco más de Dani, y de Ángel y de que en el fondo yo estaba sola, por mucho ex novio, mucho amante o mucho amigo que tuviera. Y fue en ese estado de máxima inhibición, cuando el dolor ya estaba empañado por la risa, cuando decidí llamar a Ángel. Recuerdo el resto de la noche de forma algo borrosa, pero sí que recuerdo el momento en el que me metí en la fuente y el agua fría empezó a aclararme la cabeza. Recuerdo haber sentido la adrenalina corriendo por mis venas, y recuerdo que tenía a Ángel enfrente y que parecía más que nunca que sus ojos brillaran al mirarme. Recuerdo que pensé… “¿y si me quiere? ¿No sería bonito poder estar juntos? ¿Y si no me lo dice porque teme que yo no le quiera?”. Y recuerdo también que pensé que si había un momento bueno para decirle que estaba enamorándome de él, era ese, sin duda. Porque el alcohol había ahogado los nervios.
Recuerdo todo eso porque estaba lo bastante borracha como para confesar, pero no lo suficiente como para no ser consciente de mis actos.
Por eso, recuerdo perfectamente su mirada cuando le dije que estaba enamorada de él. Supe, de forma inmediata, que él tenía algo parecido guardado dentro, y que le estaba matando, como a mí. Lo supe con certeza.
Por eso, ahora, tumbada en la cama que aún huele a él, no entiendo nada y los ojos me arden. ¿Qué ha podido cambiar en una noche? Llevamos meses con esta aventura. Meses. Me he acostumbrado tanto al tacto de sus labios… a las arrugas que se forman en sus ojos cuando ríe…
Me doy cuenta de que no estoy segura al cien por cien de poder seguir adelante sin él. Me siento humillada al descubrir lo mucho que dependo de verle, de escucharle, de tocarle. Lo mucho que dependo de su cariño.
Cierro los ojos. La soledad parece una manta que me cubra poco a poco, centímetro a centímetro, hasta sepultarme bajo el mundo. Y en ese momento echo de menos a Ángel tanto que no puedo evitar que las lágrimas empiecen a rodar por mis mejillas.
Resulta violento encontrarme a Ángel en el estudio cuando llego, apenas unas horas después. Aunque debería haber estado preparada, mi mente se había negado en redondo a pensar en él durante el trayecto en coche. Prefería pensar en las muy merecidas vacaciones de navidad que teníamos en un par de semanas, y gracias a las cuales podría desintoxicarme de aquel parásito que tenía adherido al pecho. Amor, o lo que fuera. Una mierda, en cualquier caso.
Me le encuentro en la redacción, con los ojos centrados en la pantalla de su ordenador, y no levanta la mirada cuando saludo al resto de los presentes. Reprimo las ganas de acercarme y cruzarle la cara del bofetón que se merece y salgo de allí.
Paso la mañana lo más lejos de él que puedo. Tengo ese estado de humor que la gente que me conoce bien teme, y que los que no me conocen califican como “el día divertido de Patricia Conde”. Quizá porque cuando me enfado todos y cada uno de mis comentarios son irónicos y sarcásticos, y hay gente a la que le hace gracia. A los demás, a los que saben qué significa eso, sólo les pongo de los nervios.
- Buenos días - me saluda Dani, el pesado de Dani, el moscardón de Dani, que siempre que lo necesitas desaparece y que cuando más molesta no se quita de en medio.
- ¿Buenos? Está lloviendo, Mateo. Un buen día tiene que tener sol y playa. Lejos de aquí, si puede ser.
¿He mencionado ya que el sarcasmo furioso no suele ser sutil?
- Vaya, ¿tienes la regla, rubia?
Respiro hondo para no soltarle una sarta de improperios al imbécil este.
- Sí, me acaba de bajar. ¿Me prestas un tampón?
- Mira que estás insoportable algunos días.
Bufo, decido ignorarle y me voy a mi camerino.
Una vez dentro, me entretengo leyéndome entero el último número del Cosmopólitan. Empiezo a pensar que me he pasado tres pueblos con Dani, y que lo suyo sería ir a disculparme, cuando alguien llama a mi puerta.
- Adelante - digo automáticamente. Ángel entra, con cara de mala leche, y me tiende el guión.
- Luego vengo a repasar. Ah, y te agradecería que cambiaras esa cara larga. O al menos que no la tomes con quien no debes, porque te recuerdo que el problema lo tienes conmigo.
Dani debía de haberle contado lo amable que había estado con él. Chivato. Noto como la cara se me empieza a enrojecer de vergüenza, pero le mantengo la mirada.
- ¿Y qué te hace pensar que estoy de mal humor por tu culpa? Mira que eres egocéntrico.
Ángel se ríe, de mí presumiblemente.
- Nos conocemos.
- No nos conocemos una mierda. Y te agradecería que salieras de aquí.
Deja de reírse, pero se acerca a mí y me mira con una expresión indescifrable.
- No me pongas esto más difícil. Me gustaría que pudiéramos ser amigos, al menos.
- Mis amigos no me hacen sentir engañada - le reprocho, en voz baja. Sé que está rompiendo mis defensas, y eso me enfurece, pero no puedo evitarlo.
- Lo se. Y lo siento. No era mi intención. Pero necesito que esto no afecte a nuestro trabajo. Primero, porque me gusta trabajar aquí. Y segundo… porque me gusta trabajar contigo.
Me muerdo el labio inferior y al final, asiento con la cabeza. Se me pasa por la cabeza decirle que le echo de menos, pero sé que no debo decirlo. Y por otro lado, no quedaría muy digno confesar algo así cuando hace apenas tres horas que hemos roto. Si es que romper es la expresión correcta, que lo dudo.
- Luego vendré a repasar el guión - repite, acercándose de nuevo a la puerta -. Sonríe, anda.
No sonrío, pero en cuanto cierra la puerta, el enfado se me ha pasado y me siento cansada. Gasto demasiadas energías en estar mal. Suspiro y sin echar ni siquiera un vistazo al guión, salgo en busca de Dani. El pobre se merece una disculpa.
Puedo soportar que Ángel falte en mi cama. Siempre y cuando no falte en mi vida.
Ayer, después de hablar con Dani sobre segundas oportunidades, había empezado a pensar en Ángel. En Ángel y en primeras oportunidades. Había llegado a la conclusión más obvia: que estaba siendo una kamikaze, porque era evidente que yo para Ángel sólo era un polvo cada noche y una compañera cada día. Una amiga, incluso. Pero nada más.
La conclusión me había dolido. Mucho. De lo que deduje que estaba irremediablemente enamorada de él. Por eso empecé a beber.
Yo no suelo beber, que conste. La de ayer fue probablemente la segunda o tercera borrachera de mi vida, y tengo veintinueve años. Pero cada trago que bebía me hacía olvidarme un poco más de Dani, y de Ángel y de que en el fondo yo estaba sola, por mucho ex novio, mucho amante o mucho amigo que tuviera. Y fue en ese estado de máxima inhibición, cuando el dolor ya estaba empañado por la risa, cuando decidí llamar a Ángel. Recuerdo el resto de la noche de forma algo borrosa, pero sí que recuerdo el momento en el que me metí en la fuente y el agua fría empezó a aclararme la cabeza. Recuerdo haber sentido la adrenalina corriendo por mis venas, y recuerdo que tenía a Ángel enfrente y que parecía más que nunca que sus ojos brillaran al mirarme. Recuerdo que pensé… “¿y si me quiere? ¿No sería bonito poder estar juntos? ¿Y si no me lo dice porque teme que yo no le quiera?”. Y recuerdo también que pensé que si había un momento bueno para decirle que estaba enamorándome de él, era ese, sin duda. Porque el alcohol había ahogado los nervios.
Recuerdo todo eso porque estaba lo bastante borracha como para confesar, pero no lo suficiente como para no ser consciente de mis actos.
Por eso, recuerdo perfectamente su mirada cuando le dije que estaba enamorada de él. Supe, de forma inmediata, que él tenía algo parecido guardado dentro, y que le estaba matando, como a mí. Lo supe con certeza.
Por eso, ahora, tumbada en la cama que aún huele a él, no entiendo nada y los ojos me arden. ¿Qué ha podido cambiar en una noche? Llevamos meses con esta aventura. Meses. Me he acostumbrado tanto al tacto de sus labios… a las arrugas que se forman en sus ojos cuando ríe…
Me doy cuenta de que no estoy segura al cien por cien de poder seguir adelante sin él. Me siento humillada al descubrir lo mucho que dependo de verle, de escucharle, de tocarle. Lo mucho que dependo de su cariño.
Cierro los ojos. La soledad parece una manta que me cubra poco a poco, centímetro a centímetro, hasta sepultarme bajo el mundo. Y en ese momento echo de menos a Ángel tanto que no puedo evitar que las lágrimas empiecen a rodar por mis mejillas.
Resulta violento encontrarme a Ángel en el estudio cuando llego, apenas unas horas después. Aunque debería haber estado preparada, mi mente se había negado en redondo a pensar en él durante el trayecto en coche. Prefería pensar en las muy merecidas vacaciones de navidad que teníamos en un par de semanas, y gracias a las cuales podría desintoxicarme de aquel parásito que tenía adherido al pecho. Amor, o lo que fuera. Una mierda, en cualquier caso.
Me le encuentro en la redacción, con los ojos centrados en la pantalla de su ordenador, y no levanta la mirada cuando saludo al resto de los presentes. Reprimo las ganas de acercarme y cruzarle la cara del bofetón que se merece y salgo de allí.
Paso la mañana lo más lejos de él que puedo. Tengo ese estado de humor que la gente que me conoce bien teme, y que los que no me conocen califican como “el día divertido de Patricia Conde”. Quizá porque cuando me enfado todos y cada uno de mis comentarios son irónicos y sarcásticos, y hay gente a la que le hace gracia. A los demás, a los que saben qué significa eso, sólo les pongo de los nervios.
- Buenos días - me saluda Dani, el pesado de Dani, el moscardón de Dani, que siempre que lo necesitas desaparece y que cuando más molesta no se quita de en medio.
- ¿Buenos? Está lloviendo, Mateo. Un buen día tiene que tener sol y playa. Lejos de aquí, si puede ser.
¿He mencionado ya que el sarcasmo furioso no suele ser sutil?
- Vaya, ¿tienes la regla, rubia?
Respiro hondo para no soltarle una sarta de improperios al imbécil este.
- Sí, me acaba de bajar. ¿Me prestas un tampón?
- Mira que estás insoportable algunos días.
Bufo, decido ignorarle y me voy a mi camerino.
Una vez dentro, me entretengo leyéndome entero el último número del Cosmopólitan. Empiezo a pensar que me he pasado tres pueblos con Dani, y que lo suyo sería ir a disculparme, cuando alguien llama a mi puerta.
- Adelante - digo automáticamente. Ángel entra, con cara de mala leche, y me tiende el guión.
- Luego vengo a repasar. Ah, y te agradecería que cambiaras esa cara larga. O al menos que no la tomes con quien no debes, porque te recuerdo que el problema lo tienes conmigo.
Dani debía de haberle contado lo amable que había estado con él. Chivato. Noto como la cara se me empieza a enrojecer de vergüenza, pero le mantengo la mirada.
- ¿Y qué te hace pensar que estoy de mal humor por tu culpa? Mira que eres egocéntrico.
Ángel se ríe, de mí presumiblemente.
- Nos conocemos.
- No nos conocemos una mierda. Y te agradecería que salieras de aquí.
Deja de reírse, pero se acerca a mí y me mira con una expresión indescifrable.
- No me pongas esto más difícil. Me gustaría que pudiéramos ser amigos, al menos.
- Mis amigos no me hacen sentir engañada - le reprocho, en voz baja. Sé que está rompiendo mis defensas, y eso me enfurece, pero no puedo evitarlo.
- Lo se. Y lo siento. No era mi intención. Pero necesito que esto no afecte a nuestro trabajo. Primero, porque me gusta trabajar aquí. Y segundo… porque me gusta trabajar contigo.
Me muerdo el labio inferior y al final, asiento con la cabeza. Se me pasa por la cabeza decirle que le echo de menos, pero sé que no debo decirlo. Y por otro lado, no quedaría muy digno confesar algo así cuando hace apenas tres horas que hemos roto. Si es que romper es la expresión correcta, que lo dudo.
- Luego vendré a repasar el guión - repite, acercándose de nuevo a la puerta -. Sonríe, anda.
No sonrío, pero en cuanto cierra la puerta, el enfado se me ha pasado y me siento cansada. Gasto demasiadas energías en estar mal. Suspiro y sin echar ni siquiera un vistazo al guión, salgo en busca de Dani. El pobre se merece una disculpa.
Puedo soportar que Ángel falte en mi cama. Siempre y cuando no falte en mi vida.
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
El tiempo ha pasado.
Día 524.
Esto es cada vez más duro. Cada vez es más difícil. Verla cada día y fingir que nunca ha pasado nada. Llegué a acostumbrarme. ¿Por qué ya no puedo hacerlo? Preferiría que volviera a darme munición para odiarla.
Han pasado 525 días desde que me acosté con ella por última vez. Hace justo 525 días que nos metimos en aquella fuente y me dijo que me quería. Y al día siguiente, hace 524 días, yo le dije que lo nuestro era un error y que debíamos dejarlo. Hace 524 días que ella me odia, y yo lo entiendo.
Intenté que las cosas fueran bien, pero verla cada día y no poder tocarla de nuevo me enfermaba. Hubo un tiempo, unas semanas, en que pude controlarme y las cosas, aunque enrarecidas, fueron como casi siempre. Pero en realidad mi vida se estaba desmoronando. Empecé a enfadarme con el mundo por no dejarme ser feliz, y con ella porque era más tentadora que nunca y yo no dejaba de llamarme gilipollas a mí mismo por haber renunciado a caer en la tentación.
Había días en que me sentía orgulloso de mí mismo, y otros días en que conducía hasta su misma calle y tenía que dar media vuelta a toda prisa antes de cometer una locura. Mi obsesión por ella no pasó porque ya no la tuviera. Mi piel la echaba de menos, mi boca la añoraba, y lo que es peor, sentía un vacío en el pecho por no seguir viendo su sonrisa. Es cierto que la veía a veces, pero no era yo quien la provocaba, así que en el fondo, eso era incluso peor.
Ella me odiaba, estoy seguro. Al principio me buscó, trató de hacerme caer de nuevo, incluso me dejó notitas con lugares y horas, citas a las que nunca acudí. Luego se distanció. Y después empecé a recibir respuestas cortantes y secas y supe que ya la había perdido, incluso como amiga, porque lo que le había hecho había sido demasiado como para perdonármelo.
Y pasó más tiempo y su odio empezó a tomar formas distintas y nuevas, y descubrí que decía cosas malas de mí, que comenzó a contar secretos, incluso, cosas que nadie más que ella sabía. Y me enfadé, me enfadé como no me había enfadado nunca con ella. Por todo, por su falta de lealtad, porque se estaba comportando de forma infantil, porque aún así la echaba de menos, porque no la tenía conmigo y porque me había puesto la vida patas arriba en cuestión de semanas, y yo ya no sabía que hacer para arreglar el caos que ella había dejado a su paso. Me enfadé, la odié, deseé no haberla conocido nunca. Me planteé incluso dejar el programa, pero me dije que aquello habría sido darle una importancia que no tenía, o al menos eso es lo que me decía a mí mismo. Así que enmascaré toda aquella furia con indiferencia, y ella hizo lo mismo, y el tiempo pasó. El tiempo siempre pasa.
Ni nos mirábamos. Ni me dignaba reconocer su presencia, a menos que hubiera una cámara enfocándonos. Durante meses nos evitamos, en la cafetería, en la redacción… No podía verla sin recordar todo lo que había pasado, y no podía recordarlo sin echarla tanto de menos que me crujiera el alma y quisiera dejar de odiarla y dejar de quererla y dejar de ser indiferente, todo a la vez.
El verano se me hizo más corto sin ella, como si no tenerla alrededor me despejara la cabeza, aunque intentaba no pensar en cuanto tiempo me quedaba para volver a verla. Y cuando pasó el verano ella ya no me odiaba tanto y yo ya la había perdonado todo, y al menos podía volver a mirarla sin sentir aquel amasijo de sensaciones. Solo quedaba un poso en el fondo, agridulce. Nuestras miradas dejaron de ser odio puro y eran más melancolía que otra cosa.
Y el tiempo pasó.
Y hoy hace 524 días desde que Patricia no es mi amante. Sigo contando los días como si cada uno fuera una pequeña victoria. Durante los últimos meses hemos recuperado una sombra de lo que teníamos, volvemos a hablar con cierta normalidad, volvemos incluso a reírnos juntos y por extraño que parezca esto solo hace las cosas más complicadas. Porque ella ya me ha olvidado, y yo no podré olvidarla jamás.
Estamos a 30 de Abril de 2010 y hace 524 días que el tiempo no ha dejado de pasar.
Día 524.
Esto es cada vez más duro. Cada vez es más difícil. Verla cada día y fingir que nunca ha pasado nada. Llegué a acostumbrarme. ¿Por qué ya no puedo hacerlo? Preferiría que volviera a darme munición para odiarla.
Han pasado 525 días desde que me acosté con ella por última vez. Hace justo 525 días que nos metimos en aquella fuente y me dijo que me quería. Y al día siguiente, hace 524 días, yo le dije que lo nuestro era un error y que debíamos dejarlo. Hace 524 días que ella me odia, y yo lo entiendo.
Intenté que las cosas fueran bien, pero verla cada día y no poder tocarla de nuevo me enfermaba. Hubo un tiempo, unas semanas, en que pude controlarme y las cosas, aunque enrarecidas, fueron como casi siempre. Pero en realidad mi vida se estaba desmoronando. Empecé a enfadarme con el mundo por no dejarme ser feliz, y con ella porque era más tentadora que nunca y yo no dejaba de llamarme gilipollas a mí mismo por haber renunciado a caer en la tentación.
Había días en que me sentía orgulloso de mí mismo, y otros días en que conducía hasta su misma calle y tenía que dar media vuelta a toda prisa antes de cometer una locura. Mi obsesión por ella no pasó porque ya no la tuviera. Mi piel la echaba de menos, mi boca la añoraba, y lo que es peor, sentía un vacío en el pecho por no seguir viendo su sonrisa. Es cierto que la veía a veces, pero no era yo quien la provocaba, así que en el fondo, eso era incluso peor.
Ella me odiaba, estoy seguro. Al principio me buscó, trató de hacerme caer de nuevo, incluso me dejó notitas con lugares y horas, citas a las que nunca acudí. Luego se distanció. Y después empecé a recibir respuestas cortantes y secas y supe que ya la había perdido, incluso como amiga, porque lo que le había hecho había sido demasiado como para perdonármelo.
Y pasó más tiempo y su odio empezó a tomar formas distintas y nuevas, y descubrí que decía cosas malas de mí, que comenzó a contar secretos, incluso, cosas que nadie más que ella sabía. Y me enfadé, me enfadé como no me había enfadado nunca con ella. Por todo, por su falta de lealtad, porque se estaba comportando de forma infantil, porque aún así la echaba de menos, porque no la tenía conmigo y porque me había puesto la vida patas arriba en cuestión de semanas, y yo ya no sabía que hacer para arreglar el caos que ella había dejado a su paso. Me enfadé, la odié, deseé no haberla conocido nunca. Me planteé incluso dejar el programa, pero me dije que aquello habría sido darle una importancia que no tenía, o al menos eso es lo que me decía a mí mismo. Así que enmascaré toda aquella furia con indiferencia, y ella hizo lo mismo, y el tiempo pasó. El tiempo siempre pasa.
Ni nos mirábamos. Ni me dignaba reconocer su presencia, a menos que hubiera una cámara enfocándonos. Durante meses nos evitamos, en la cafetería, en la redacción… No podía verla sin recordar todo lo que había pasado, y no podía recordarlo sin echarla tanto de menos que me crujiera el alma y quisiera dejar de odiarla y dejar de quererla y dejar de ser indiferente, todo a la vez.
El verano se me hizo más corto sin ella, como si no tenerla alrededor me despejara la cabeza, aunque intentaba no pensar en cuanto tiempo me quedaba para volver a verla. Y cuando pasó el verano ella ya no me odiaba tanto y yo ya la había perdonado todo, y al menos podía volver a mirarla sin sentir aquel amasijo de sensaciones. Solo quedaba un poso en el fondo, agridulce. Nuestras miradas dejaron de ser odio puro y eran más melancolía que otra cosa.
Y el tiempo pasó.
Y hoy hace 524 días desde que Patricia no es mi amante. Sigo contando los días como si cada uno fuera una pequeña victoria. Durante los últimos meses hemos recuperado una sombra de lo que teníamos, volvemos a hablar con cierta normalidad, volvemos incluso a reírnos juntos y por extraño que parezca esto solo hace las cosas más complicadas. Porque ella ya me ha olvidado, y yo no podré olvidarla jamás.
Estamos a 30 de Abril de 2010 y hace 524 días que el tiempo no ha dejado de pasar.
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
Releí el fic hace un par de días, cuando me comentaste tus intenciones de continuarlo. Me habría gustado ir destacando cosillas para poder comentártelo ahora, pero lo leí sobre el papel, así que sólo te diré que me encantó en su día, y me ha seguido encantando todas las veces que lo he releído. Hace año y pico, cuando lo leí por primera vez, me cagué en todo cuando vi que lo habías dejado a medias. Se me hace súper raro que hayas vuelto y lo vayas a continuar. Es genial
En su día dijiste que tenías claro cómo seguirlo, pero veo que has cambiado la idea para poder llevarlo a la actualidad y que no se quede obsoleto. Encima te ha quedado una teoría que encaja perfectamente. O sea que no sólo es una historia apasionante y genialmente escrita, sino también realista. Fantástico.
“Hubo un tiempo, unas semanas, en que pude controlarme y las cosas, aunque enrarecidas, fueron como casi siempre. Pero en realidad mi vida se estaba desmoronando.”
“Al principio me buscó, trató de hacerme caer de nuevo, incluso me dejó notitas con lugares y horas, citas a las que nunca acudí.”
Qué nostalgia.
“Y pasó más tiempo y su odio empezó a tomar formas distintas y nuevas, y descubrí que decía cosas malas de mí, que comenzó a contar secretos, incluso, cosas que nadie más que ella sabía. Y me enfadé, me enfadé como no me había enfadado nunca con ella. Por todo, por su falta de lealtad, porque se estaba comportando de forma infantil, porque aún así la echaba de menos”
“volvemos a hablar con cierta normalidad, volvemos incluso a reírnos juntos y por extraño que parezca esto solo hace las cosas más complicadas. Porque ella ya me ha olvidado, y yo no podré olvidarla jamás.”
Me encanta la explicación de su enfado y cómo cuadras las fechas.
En su día dijiste que tenías claro cómo seguirlo, pero veo que has cambiado la idea para poder llevarlo a la actualidad y que no se quede obsoleto. Encima te ha quedado una teoría que encaja perfectamente. O sea que no sólo es una historia apasionante y genialmente escrita, sino también realista. Fantástico.
“Hubo un tiempo, unas semanas, en que pude controlarme y las cosas, aunque enrarecidas, fueron como casi siempre. Pero en realidad mi vida se estaba desmoronando.”
“Al principio me buscó, trató de hacerme caer de nuevo, incluso me dejó notitas con lugares y horas, citas a las que nunca acudí.”
Qué nostalgia.
“Y pasó más tiempo y su odio empezó a tomar formas distintas y nuevas, y descubrí que decía cosas malas de mí, que comenzó a contar secretos, incluso, cosas que nadie más que ella sabía. Y me enfadé, me enfadé como no me había enfadado nunca con ella. Por todo, por su falta de lealtad, porque se estaba comportando de forma infantil, porque aún así la echaba de menos”
“volvemos a hablar con cierta normalidad, volvemos incluso a reírnos juntos y por extraño que parezca esto solo hace las cosas más complicadas. Porque ella ya me ha olvidado, y yo no podré olvidarla jamás.”
Me encanta la explicación de su enfado y cómo cuadras las fechas.
Legna- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Re: Adictos (recuperación)
Me encanta, o sea, me encanta. Es lo siguiente de genial. Una obra de arte... así que, sino le importa, me gustaría pedirle que siga cuando pueda. Puede usted continuar, gran diosa?
no me ves, pero estoy haciendo la ola!
no me ves, pero estoy haciendo la ola!
cLau-90- Mensajes : 625
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Localización : -
Re: Adictos (recuperación)
exacto, toda una obra de arte, dios, me lo he vuelto a releer todo y solo puedo decir eso, que me encanta y que me alegro que lo hayas decidido continuar, que estoy deseando saber como lo sigues todo, parece todo tan real...
Re: Adictos (recuperación)
J-O-D-E-R
Obra de arte es poco...
Antes me preguntaba Legna si recordaba el fic y le dije que primero iba a releer un poco para tenerlo más fresco antes de leer la continuación. Pues bien, cuando me he puesto a leer los primeros me he dado cuenta de que SÍ que me acordaba... y mucho... así que lo he leído todo por encima y creo que no hace mucho que me lo había ventilado enterito, porque con la memoria que tengo no es normal que lo recuerde todo... o sí, porque es perfecto.
Y el capi nuevo que has escrito... JARL... Me encanta cómo has cuadrado las fechas... Y NECESITO que sigas!!!
OH... DIOSA DE LOS FIIICS (estrellita, Kela, Clau, etc...) ustedes son mis... plátanos de Canarias... NO SE PIQUENN) xD
Obra de arte es poco...
Antes me preguntaba Legna si recordaba el fic y le dije que primero iba a releer un poco para tenerlo más fresco antes de leer la continuación. Pues bien, cuando me he puesto a leer los primeros me he dado cuenta de que SÍ que me acordaba... y mucho... así que lo he leído todo por encima y creo que no hace mucho que me lo había ventilado enterito, porque con la memoria que tengo no es normal que lo recuerde todo... o sí, porque es perfecto.
Y el capi nuevo que has escrito... JARL... Me encanta cómo has cuadrado las fechas... Y NECESITO que sigas!!!
OH... DIOSA DE LOS FIIICS (estrellita, Kela, Clau, etc...) ustedes son mis... plátanos de Canarias... NO SE PIQUENN) xD
p.a.t.r.ii- Mensajes : 440
Fecha de inscripción : 01/10/2009
Re: Adictos (recuperación)
he muerto de amor! me encantaa!!!!!!
he dicho ya que me encanta? pues eso
he dicho ya que me encanta? pues eso
anaGO92- Mensajes : 115
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Edad : 32
Re: Adictos (recuperación)
:O:O En serioo..está GENIAL! Me lo he leido todo del tiron y me ha encantado! Escribes muy muy bien!
NuuKa- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 24/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
DIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOSSSSSS
Nunca pensé que este fic iba a tener continuación, había perdido ya la esperanza...
pero HAS VUELTO! y va a ser por mucho tiempo verdad? eh? eh? verdad? eh? eh?
Siguelo cuando usted pueda, genia
"Había días en que me sentía orgulloso de mí mismo, y otros días en que conducía hasta su misma calle y tenía que dar media vuelta a toda prisa antes de cometer una locura"
Nunca pensé que este fic iba a tener continuación, había perdido ya la esperanza...
pero HAS VUELTO! y va a ser por mucho tiempo verdad? eh? eh? verdad? eh? eh?
Siguelo cuando usted pueda, genia
"Había días en que me sentía orgulloso de mí mismo, y otros días en que conducía hasta su misma calle y tenía que dar media vuelta a toda prisa antes de cometer una locura"
Vic- Mensajes : 81
Fecha de inscripción : 14/12/2009
Edad : 32
Re: Adictos (recuperación)
Me lo leí en su día (en el otro foro) y me cabreé contigo x dejarlo a medias, porque me volví adicta a tu fic (qué chispa tengo) Legna hace poco me dijo que lo querías retomarlo y me hizo una ilusión tremenda y me desenfadé contigo jij, hoy me lo he leído tdo seguido, lo recordaba bastante bien pero no me ha importado volver a leérmelo, la continuación, como lo cuadras, lo que siente Ángel por Patricia(los distintos sentimientos que le provoca), lo que hace ella por recuperarlo..aish me ha parecido muy realista y maravilloso. Me gusta mucho como escribes, espero que sigas escribiendo prontito que me tienes otra vez enganchadísima. Un besoo.
copito- Mensajes : 136
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Re: Adictos (recuperación)
Pufff flipo con este fic, de verdad.
Ya flipé en su momento con noche tras noche y con este. Maldije tu nombre por no continuarlo, pero ahora ya no te maldigo, te aprecio y te beso los pies si hace falta.
Me ha encantado esa forma que tienes de contar las cosas, de mostrar los sentimientos de los personajes... y sobre todo, que contigo el pangel de este foro ha aumentado. Que entre lo que tú cuentas y las teorías de Legna... es imposible no daros la razón jajaja
Síguelo pronto o causarás suicidios colectivos. Y muerte y caos y destrución...
Solo te digo eso!
Ya flipé en su momento con noche tras noche y con este. Maldije tu nombre por no continuarlo, pero ahora ya no te maldigo, te aprecio y te beso los pies si hace falta.
Me ha encantado esa forma que tienes de contar las cosas, de mostrar los sentimientos de los personajes... y sobre todo, que contigo el pangel de este foro ha aumentado. Que entre lo que tú cuentas y las teorías de Legna... es imposible no daros la razón jajaja
Síguelo pronto o causarás suicidios colectivos. Y muerte y caos y destrución...
Solo te digo eso!
guanchitos- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 26/02/2010
Re: Adictos (recuperación)
MADRE MIA QUE PEDAZO DE FIC
solo puedo decir una cosa
ESA TREQUANDA COMO MOLA SE MERECE UNA OLAAA!!
me ha encantadoo eres una artistaaa
sigue porfavoor
solo puedo decir una cosa
ESA TREQUANDA COMO MOLA SE MERECE UNA OLAAA!!
me ha encantadoo eres una artistaaa
sigue porfavoor
pangel_94_love- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 29/05/2010
Edad : 30
Re: Adictos (recuperación)
Vi que habías recuperado el fic y habías decidido seguirlo esta semana y maldije a mi universidad por ponerme un examen del que tenía que estudiar si quería quitarme la asquerosa asignatura de encima.
He tenido que esperar para poder encontrar un hueco para leerlo otra vez y a medida que leía lo iba recordando todo.
Es una obra de arte, de verdad. Me encanta como expresas todos los sentimientos que tienen y como lo has hilado para llegar a la situación actual y que después de tanto tiempo, la historia siga pareciendo realista. Y, en algún momento de la historia me he emocionado mucho, cosa que la primera vez que leí no me llegó tanto (tengo que reflexionar el porque de ese cambio, porque la historia es la misma... jajaja)
Espero que puedas seguir pronto y que esta vez, la termines. Sino, te vamos a odiar muchísimo.
He tenido que esperar para poder encontrar un hueco para leerlo otra vez y a medida que leía lo iba recordando todo.
Es una obra de arte, de verdad. Me encanta como expresas todos los sentimientos que tienen y como lo has hilado para llegar a la situación actual y que después de tanto tiempo, la historia siga pareciendo realista. Y, en algún momento de la historia me he emocionado mucho, cosa que la primera vez que leí no me llegó tanto (tengo que reflexionar el porque de ese cambio, porque la historia es la misma... jajaja)
Espero que puedas seguir pronto y que esta vez, la termines. Sino, te vamos a odiar muchísimo.
Albeta- Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Edad : 34
Re: Adictos (recuperación)
Aquí va oficialmente el peor capítulo del fic . A mí no me gusta, pero Legna leyó el principio y sí que le gustaba, así que yo lo subo porque de aquí no me va a salir nada mejor. Solo quería llegar a donde llego hoy.
Creo que últimamente tengo menos cuidado del normal. Creo que la miro demasiado. Creo que se nota que ya no trato desesperadamente de alejarme de ella. Quizá tenga que controlarme mejor, llevo un año y medio haciéndolo y a estas alturas debería resultarme sencillo, ¿no?
Pero ella colabora cada vez menos. Al principio resultaba fácil mantenerme alejado de ella, aunque aún sintiera esas ganas casi irrefrenables de ir a su casa y de encerrarme con ella en cualquier armario del estudio. Ella cumplió su parte más que mejor. Pero parece ser que se ha aburrido de ignorarme, o algo así, porque hace un tiempo que me vuelve a prestar atención. Y eso no es bueno. Eso lo complica todo.
He descubierto que vuelvo a pensar en ella más de lo normal. No es que nunca la haya olvidado, ni mucho menos, pero solía ser apenas el trasfondo amargo de mi vida entera, y había días que ni pensaba en ella de forma consciente. Era solo un eco resonando en mi cabeza, un fantasma que reverberaba en todos los poros de mi piel pero al que apenas notaba más que una ráfaga de brisa. Sólo era el primer pensamiento de cada día, y el último de cada noche. Apenas un susurro.
Y de repente un día me mira y sonríe, y la sonrisa le llega a los ojos y le brillan y yo me paso media tarde distraído y no puedo evitarlo.
Pero ya no sé como seguir evitándola. Me he quedado sin armas. No puedo ser indiferente con ella si vuelve a ser ella misma conmigo.
Soy yo el que escribe los guiones, pero ella los interpreta. ¿Cómo voy a saber yo lo nervioso que puedo ponerme al oir el tono juguetón con que me reta a jugar un simple partido de baloncesto? No contaba con recordar de repente que era el mismo tono que usaba para chantajearme cuando consideraba que había pasado demasiado poco tiempo besándola en el camerino, por ejemplo. No contaba con tener que preguntarle a qué hora haremos el partido el lunes y que cuando me responda yo me imagine perfectamente que a esa hora estaríamos en un lugar muy distinto de una cancha. No contaba con que para cerrar el trato decidiera escupirse de verdad en la mano y yo tuviera que tocar su saliva y me diera de todo menos asco. No contaba con todas esas cosas, porque antes estaba demasiado lejos y no me pasaba.
Cuando llego el lunes al estudio voy decidido a que me de igual todo. Lo cierto es que el programa ha ido subiendo la calidad desde que Patricia está mejor conmigo y yo no puedo evitar estar mejor con ella, así que decido darle una oportunidad y soltarme un poco para ver si puedo controlarlo. En realidad no se por qué decido arriesgarme, quizá porque así ella se achantará y no volverá a complicarme tanto las cosas. Quizá porque la echo de menos y esto es solo una excusa.
El resultado es que hacía un año y medio que no estaba tan cómodo con ella. La complicidad flota entre nosotros como una red y no entiendo como coño nadie más la ve. No entiendo como la gente no se da cuenta de que le he hecho el amor decenas de veces solo por el modo en que nos miramos. No es posible conocer tanto a alguien si no has llegado a ciertos límites, y el modo en que estamos hoy me asusta porque me recuerda que no fue todo un sueño. Que sucedió y que ella lo recuerda tan bien como yo.
Y en esto estoy pensando cuando Dani me da un codazo en las costillas la mañana siguiente.
- Eh, que te duermes. ¿Qué te pasa, que estás atontado?
- He dormido mal – le digo, aprovechando que me salía un bostezo para exagerarlo y dar énfasis a mi mentira.
- ¿Cómo llevas el guión? ¿Te echo una mano?
El pobre, desde que no tiene sección en mesa hay ratos que se aburre como una ostra.
- ¿Vais a hablar de penes? Pero si te ha preguntado por el tamaño del tuyo como quince veces – se ríe. Es cierto que es algo recurrente, cuando no sabemos que poner, Patricia me pregunta por el tamaño del mío. Como si no lo supiera ya de sobra.
- Ya, pero nunca le contesto, si te das cuenta.
- Seguro que es porque la tienes pequeña.
Y dale.
- O porque no quiero decirle a toda España el tamaño de mi pene – le contesto, pero al final acabo riéndome. En realidad me pregunto si cuando Patricia me lo diga voy a poder contener la imagen mental de ella averiguando el tamaño justo de mi pene con sus manos… o con su boca… o…
Sacudo la cabeza, tratando de que no parezca que pensaba en cosas poco decentes.
- Estais mejor, ¿no? – me suelta Dani a bocajarro.
- ¿Perdona?
- Tú y Patri.
Me planteo poner cara de inocencia y decirle que nunca hemos estado mal, pero Dani no se tragaría eso. Miro alrededor y me doy cuenta de que el más cercano es Jose y está a unos diez metros de nosotros, así que bajo un poco la voz.
- Sí, bueno. Sí, estamos mejor que antes.
Tanto Dani como el resto del equipo del programa se dio cuenta de que nos pasaba algo. En realidad no pareció algo muy personal, ya que yo estaba enfadado con todo el mundo en general, pero creo que la gente notó que entre Patricia y yo la tensión era mayor que con los demás. Nadie nos preguntó nada, o por lo menos no me lo preguntaron a mí, simplemente se dio por hecho que habíamos tenido algún problema entre nosotros. Pero Dani no es un compañero de trabajo, Dani me conoce y sabe que es muy difícil que yo esté con alguien como estaba con Patricia. Nunca me preguntó porque sabía que si yo hubiera querido contárselo, lo hubiera hecho. Pero ahora no puedo hacer como si fuera tonto.
- No se, estamos normales… como antes de que discutiéramos y todo eso.
- Me alegro de que las cosas vuelvan a la normalidad, empezabais a asustarme – me dice, con una sonrisa de las suyas.
- Ya bueno, es Patricia. ¿Quién puede librarse de ella? – bromeo, aunque la pregunta se repite en mi cabeza con un tono mucho más grave. ¿Acaso puedo librarme de ella? ¿De su recuerdo?
Los días pasan y yo cada vez censuro menos mis guiones. No se en qué momento llego a la conclusión de que no me importa lo que ella piense, ni lo que piensen el resto de nuestros compañeros de trabajo, ni lo que piense mi novia. Es curioso porque me doy cuenta de que empiezo a comportarme como cuando éramos amantes: obligándome a no pensar por qué hago las cosas para no tener que enfrentarme a la respuesta.
Lo hago todo por el programa, sin duda.
Y pasan más días en los que ya no me pongo tan nervioso cuando estoy cerca de ella, porque empieza a parecer algo natural. Como si en realidad mi instinto solo me pidiera acercarme, como si estuviera programado para ella. Y si ella no me devolviera las sonrisas ni me hablara con ese tono tan suyo ni me recordara contínuamente que la he tenido entre mis brazos solo por el brillo de sus ojos todo sería más sencillo, pero no puedo resistirme si ella me lo pone tan fácil.
De modo que un jueves, cuando estoy dirigiéndome a su camerino para darle el guión y repasarlo, no puedo evitar que se me escape una sonrisa cuando me abre la puerta.
- ¿Ya? Habéis sido rápidos hoy - me dice en tono burlón -. Seguro que os ha salido un guión pésimo.
- Habló Doña Guionista - le contesto, imitando su vocecita aguda mientras entro. Ella cierra la puerta detrás de mí y de repente tengo que concentrar todas mis energías en no pensar en que estamos solos por primera vez en un año y medio. Hasta ahora siempre había una tercera persona, en ensayos, en sketches, incluso si venía a verme cuando hago monólogos… Nunca nos habíamos quedado a solas. Y recuerdo perfectamente lo que pasó en este camerino cuando nos quedamos solos la última vez. Entonces me mira y a mí se me pasan millones de ideas locas por la cabeza, que va a besarme, que me va a violar aquí mismo, que se me va a declarar de nuevo, que va a proponernos que cojamos un vuelo a Indonesia de incógnito y nadie sepa nunca nada más de nosotros. Pero en vez de todo eso, ella empieza a reirse a carcajadas.
- ¿Qué te pasa? Te noto tenso - me dice con una sonrisa enorme.
- ¿Tenso, yo? No, no, para nada… Quiero decir, ¿por qué iba a estar tenso? - vale, lo reconozco, estoy un poquito tenso. Ella pone los ojos en blanco, como exasperada.
- Que poquita memoria tienes… anda, déjame echarle un vistazo al guión.
Yo me quedo a cuadros. Es la primera vez que alguno de los dos hace la más mínima referencia a lo que pasó entre nosotros. Aprieto las mandíbulas y se me pasa por la cabeza salir corriendo del camerino.
Pero no.
No hago eso.
En vez de salir corriendo, hago algo muchísimo peor.
Es corto y malo, pero prometo compensaros de alguna forma
Creo que últimamente tengo menos cuidado del normal. Creo que la miro demasiado. Creo que se nota que ya no trato desesperadamente de alejarme de ella. Quizá tenga que controlarme mejor, llevo un año y medio haciéndolo y a estas alturas debería resultarme sencillo, ¿no?
Pero ella colabora cada vez menos. Al principio resultaba fácil mantenerme alejado de ella, aunque aún sintiera esas ganas casi irrefrenables de ir a su casa y de encerrarme con ella en cualquier armario del estudio. Ella cumplió su parte más que mejor. Pero parece ser que se ha aburrido de ignorarme, o algo así, porque hace un tiempo que me vuelve a prestar atención. Y eso no es bueno. Eso lo complica todo.
He descubierto que vuelvo a pensar en ella más de lo normal. No es que nunca la haya olvidado, ni mucho menos, pero solía ser apenas el trasfondo amargo de mi vida entera, y había días que ni pensaba en ella de forma consciente. Era solo un eco resonando en mi cabeza, un fantasma que reverberaba en todos los poros de mi piel pero al que apenas notaba más que una ráfaga de brisa. Sólo era el primer pensamiento de cada día, y el último de cada noche. Apenas un susurro.
Y de repente un día me mira y sonríe, y la sonrisa le llega a los ojos y le brillan y yo me paso media tarde distraído y no puedo evitarlo.
Pero ya no sé como seguir evitándola. Me he quedado sin armas. No puedo ser indiferente con ella si vuelve a ser ella misma conmigo.
Soy yo el que escribe los guiones, pero ella los interpreta. ¿Cómo voy a saber yo lo nervioso que puedo ponerme al oir el tono juguetón con que me reta a jugar un simple partido de baloncesto? No contaba con recordar de repente que era el mismo tono que usaba para chantajearme cuando consideraba que había pasado demasiado poco tiempo besándola en el camerino, por ejemplo. No contaba con tener que preguntarle a qué hora haremos el partido el lunes y que cuando me responda yo me imagine perfectamente que a esa hora estaríamos en un lugar muy distinto de una cancha. No contaba con que para cerrar el trato decidiera escupirse de verdad en la mano y yo tuviera que tocar su saliva y me diera de todo menos asco. No contaba con todas esas cosas, porque antes estaba demasiado lejos y no me pasaba.
Cuando llego el lunes al estudio voy decidido a que me de igual todo. Lo cierto es que el programa ha ido subiendo la calidad desde que Patricia está mejor conmigo y yo no puedo evitar estar mejor con ella, así que decido darle una oportunidad y soltarme un poco para ver si puedo controlarlo. En realidad no se por qué decido arriesgarme, quizá porque así ella se achantará y no volverá a complicarme tanto las cosas. Quizá porque la echo de menos y esto es solo una excusa.
El resultado es que hacía un año y medio que no estaba tan cómodo con ella. La complicidad flota entre nosotros como una red y no entiendo como coño nadie más la ve. No entiendo como la gente no se da cuenta de que le he hecho el amor decenas de veces solo por el modo en que nos miramos. No es posible conocer tanto a alguien si no has llegado a ciertos límites, y el modo en que estamos hoy me asusta porque me recuerda que no fue todo un sueño. Que sucedió y que ella lo recuerda tan bien como yo.
Y en esto estoy pensando cuando Dani me da un codazo en las costillas la mañana siguiente.
- Eh, que te duermes. ¿Qué te pasa, que estás atontado?
- He dormido mal – le digo, aprovechando que me salía un bostezo para exagerarlo y dar énfasis a mi mentira.
- ¿Cómo llevas el guión? ¿Te echo una mano?
El pobre, desde que no tiene sección en mesa hay ratos que se aburre como una ostra.
- ¿Vais a hablar de penes? Pero si te ha preguntado por el tamaño del tuyo como quince veces – se ríe. Es cierto que es algo recurrente, cuando no sabemos que poner, Patricia me pregunta por el tamaño del mío. Como si no lo supiera ya de sobra.
- Ya, pero nunca le contesto, si te das cuenta.
- Seguro que es porque la tienes pequeña.
Y dale.
- O porque no quiero decirle a toda España el tamaño de mi pene – le contesto, pero al final acabo riéndome. En realidad me pregunto si cuando Patricia me lo diga voy a poder contener la imagen mental de ella averiguando el tamaño justo de mi pene con sus manos… o con su boca… o…
Sacudo la cabeza, tratando de que no parezca que pensaba en cosas poco decentes.
- Estais mejor, ¿no? – me suelta Dani a bocajarro.
- ¿Perdona?
- Tú y Patri.
Me planteo poner cara de inocencia y decirle que nunca hemos estado mal, pero Dani no se tragaría eso. Miro alrededor y me doy cuenta de que el más cercano es Jose y está a unos diez metros de nosotros, así que bajo un poco la voz.
- Sí, bueno. Sí, estamos mejor que antes.
Tanto Dani como el resto del equipo del programa se dio cuenta de que nos pasaba algo. En realidad no pareció algo muy personal, ya que yo estaba enfadado con todo el mundo en general, pero creo que la gente notó que entre Patricia y yo la tensión era mayor que con los demás. Nadie nos preguntó nada, o por lo menos no me lo preguntaron a mí, simplemente se dio por hecho que habíamos tenido algún problema entre nosotros. Pero Dani no es un compañero de trabajo, Dani me conoce y sabe que es muy difícil que yo esté con alguien como estaba con Patricia. Nunca me preguntó porque sabía que si yo hubiera querido contárselo, lo hubiera hecho. Pero ahora no puedo hacer como si fuera tonto.
- No se, estamos normales… como antes de que discutiéramos y todo eso.
- Me alegro de que las cosas vuelvan a la normalidad, empezabais a asustarme – me dice, con una sonrisa de las suyas.
- Ya bueno, es Patricia. ¿Quién puede librarse de ella? – bromeo, aunque la pregunta se repite en mi cabeza con un tono mucho más grave. ¿Acaso puedo librarme de ella? ¿De su recuerdo?
Los días pasan y yo cada vez censuro menos mis guiones. No se en qué momento llego a la conclusión de que no me importa lo que ella piense, ni lo que piensen el resto de nuestros compañeros de trabajo, ni lo que piense mi novia. Es curioso porque me doy cuenta de que empiezo a comportarme como cuando éramos amantes: obligándome a no pensar por qué hago las cosas para no tener que enfrentarme a la respuesta.
Lo hago todo por el programa, sin duda.
Y pasan más días en los que ya no me pongo tan nervioso cuando estoy cerca de ella, porque empieza a parecer algo natural. Como si en realidad mi instinto solo me pidiera acercarme, como si estuviera programado para ella. Y si ella no me devolviera las sonrisas ni me hablara con ese tono tan suyo ni me recordara contínuamente que la he tenido entre mis brazos solo por el brillo de sus ojos todo sería más sencillo, pero no puedo resistirme si ella me lo pone tan fácil.
De modo que un jueves, cuando estoy dirigiéndome a su camerino para darle el guión y repasarlo, no puedo evitar que se me escape una sonrisa cuando me abre la puerta.
- ¿Ya? Habéis sido rápidos hoy - me dice en tono burlón -. Seguro que os ha salido un guión pésimo.
- Habló Doña Guionista - le contesto, imitando su vocecita aguda mientras entro. Ella cierra la puerta detrás de mí y de repente tengo que concentrar todas mis energías en no pensar en que estamos solos por primera vez en un año y medio. Hasta ahora siempre había una tercera persona, en ensayos, en sketches, incluso si venía a verme cuando hago monólogos… Nunca nos habíamos quedado a solas. Y recuerdo perfectamente lo que pasó en este camerino cuando nos quedamos solos la última vez. Entonces me mira y a mí se me pasan millones de ideas locas por la cabeza, que va a besarme, que me va a violar aquí mismo, que se me va a declarar de nuevo, que va a proponernos que cojamos un vuelo a Indonesia de incógnito y nadie sepa nunca nada más de nosotros. Pero en vez de todo eso, ella empieza a reirse a carcajadas.
- ¿Qué te pasa? Te noto tenso - me dice con una sonrisa enorme.
- ¿Tenso, yo? No, no, para nada… Quiero decir, ¿por qué iba a estar tenso? - vale, lo reconozco, estoy un poquito tenso. Ella pone los ojos en blanco, como exasperada.
- Que poquita memoria tienes… anda, déjame echarle un vistazo al guión.
Yo me quedo a cuadros. Es la primera vez que alguno de los dos hace la más mínima referencia a lo que pasó entre nosotros. Aprieto las mandíbulas y se me pasa por la cabeza salir corriendo del camerino.
Pero no.
No hago eso.
En vez de salir corriendo, hago algo muchísimo peor.
Es corto y malo, pero prometo compensaros de alguna forma
Trequanda- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 27/05/2010
Re: Adictos (recuperación)
que ha hecho que ha hecho¿?que sea lo que me estoy imaginando!! jajaja
capítulo ¿malo? por dios, si esto para ti es malo... corto no te digo yo que no, me he quedado con ganas de seguir leyendo y más en el momento que lo has dejado ¬¬ xD
sigue, me encanta!
capítulo ¿malo? por dios, si esto para ti es malo... corto no te digo yo que no, me he quedado con ganas de seguir leyendo y más en el momento que lo has dejado ¬¬ xD
sigue, me encanta!
Re: Adictos (recuperación)
Exacto! QUÉ HA HECHO?!
La ha besado?! Le ha dicho que la ama con todo su coraSón?? Se ha puesto a llorar?!? HA BAILADO UN SARDANA?!?! QUÉ HA HECHO?!?!?!?!
Pero tú te crees que puedes marcarte un pedazo de capitulazo INCREÍBLE en el que dices unas verdades tan grandes que se te atragantan y dejarnos así?! ASÍ!?!?!?!??! Qué te costaba poner un par de frases más?!?! QUE TE COSTABAA!??!?!
Y encima dices que es el peor capítulo del fic?!?!?!??! PUES HIJA MÍA!! CÓMO SERÁN LOS VENIDEROOOS!!!!!!!
Dioos!!! Eres Dioooos!!!!!!!! pero sigue escribiendo, muchachaaaa, que vas a hacer que me quede sin dedos de morderme las uñas!!!
Sí, vale, lo admito: estoy enganchada a Adictos. Es lógico, no? Escribes de puta madre!
La ha besado?! Le ha dicho que la ama con todo su coraSón?? Se ha puesto a llorar?!? HA BAILADO UN SARDANA?!?! QUÉ HA HECHO?!?!?!?!
Pero tú te crees que puedes marcarte un pedazo de capitulazo INCREÍBLE en el que dices unas verdades tan grandes que se te atragantan y dejarnos así?! ASÍ!?!?!?!??! Qué te costaba poner un par de frases más?!?! QUE TE COSTABAA!??!?!
Y encima dices que es el peor capítulo del fic?!?!?!??! PUES HIJA MÍA!! CÓMO SERÁN LOS VENIDEROOOS!!!!!!!
Dioos!!! Eres Dioooos!!!!!!!! pero sigue escribiendo, muchachaaaa, que vas a hacer que me quede sin dedos de morderme las uñas!!!
Sí, vale, lo admito: estoy enganchada a Adictos. Es lógico, no? Escribes de puta madre!
KeLa_13- Mensajes : 343
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Re: Adictos (recuperación)
JUAAAASSS, malo dice la condenada ignorante XDDDDD que altísimo te tienes el listón, por dios! si cada capítulo es una maravilla... <333 pero bueno, basta ya de tanto piropo porque... COMO LO DEJAS AHÍ??? CÓMO!???? eso sí que es una buena razón para matarte... pero como tengo que saber como sigue no lo haré!!! (y porque sino España se perdería una completa artista, tía) así que... sigue pronto, MUY PRONTO, y que no me puede encantar más!!! es sencillamente genial
PD: Legna, eres una furcia (o debería decir FUELANA?), estas cosas se cuentan... me las pagarás!!!!!
PD: Legna, eres una furcia (o debería decir FUELANA?), estas cosas se cuentan... me las pagarás!!!!!
cLau-90- Mensajes : 625
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Localización : -
Re: Adictos (recuperación)
Me gusta que antes de pasar a la acción, nos metas en profundidad en la cabeza de Ángel, porque eso nos ayuda a entender cualquier cosa que pueda pasar a partir de ahora a pesar de lo complicada que es la situación, después de tanto tiempo separados tras lo que les pasó.
He descubierto que vuelvo a pensar en ella más de lo normal. No es que nunca la haya olvidado, ni mucho menos, pero solía ser apenas el trasfondo amargo de mi vida entera, y había días que ni pensaba en ella de forma consciente. Era solo un eco resonando en mi cabeza, un fantasma que reverberaba en todos los poros de mi piel pero al que apenas notaba más que una ráfaga de brisa. Sólo era el primer pensamiento de cada día, y el último de cada noche. Apenas un susurro.
Este párrafo es sencillamente perfecto, tanto en la forma como en el contenido.
No contaba con que para cerrar el trato decidiera escupirse de verdad en la mano y yo tuviera que tocar su saliva y me diera de todo menos asco.
Esto me encanta porque es muy bruto, muy Ángel y a la vez me parece precioso xD
En realidad no se por qué decido arriesgarme, quizá porque así ella se achantará y no volverá a complicarme tanto las cosas. Quizá porque la echo de menos y esto es solo una excusa.
jajajaja lo de la excusa ha quedado genial. Ya entiendo a qué te referías cuando me preguntaste cuándo había escrito aquello que te pasé xD (efectivamente, todavía no lo había pillado)
- He dormido mal – le digo, aprovechando que me salía un bostezo para exagerarlo y dar énfasis a mi mentira.
Este detallico también es por el estilo y me encanta. Muy tú
Me planteo poner cara de inocencia y decirle que nunca hemos estado mal, pero Dani no se tragaría eso.
Lo mismo digo de esto
No entiendo como la gente no se da cuenta de que le he hecho el amor decenas de veces solo por el modo en que nos miramos.
Qué preciosidad!
Y para terminar de hacerlo realista, haces referencias a cosas que han hecho en el mes de mayo como lo del basket o hablar de penes (que por cierto, me encantan las barbaridades que piensa al respecto xDD No las pongo que bastante estoy ocupando ya)
En realidad no pareció algo muy personal, ya que yo estaba enfadado con todo el mundo en general, pero creo que la gente notó que entre Patricia y yo la tensión era mayor que con los demás.
AMÉN
Pero Dani no es un compañero de trabajo, Dani me conoce y sabe que es muy difícil que yo esté con alguien como estaba con Patricia.
Esta clase de cosas no sabemos si son ciertas, pero le dan personalidad al fic, y yo intuyo que además has dao en el clavo
- Ya bueno, es Patricia. ¿Quién puede librarse de ella? – bromeo, aunque la pregunta se repite en mi cabeza con un tono mucho más grave. ¿Acaso puedo librarme de ella? ¿De su recuerdo?
Pero si has terminado de coronarte, ha sido sin duda con esta parte:
Los días pasan y yo cada vez censuro menos mis guiones. No se en qué momento llego a la conclusión de que no me importa lo que ella piense, ni lo que piensen el resto de nuestros compañeros de trabajo, ni lo que piense mi novia. Es curioso porque me doy cuenta de que empiezo a comportarme como cuando éramos amantes: obligándome a no pensar por qué hago las cosas para no tener que enfrentarme a la respuesta.
Lo hago todo por el programa, sin duda.
La escena del camerino me tiene loca. Tienes que escribir ya! Qué huevos los de Patricia. Ole, ole, y ole!
He descubierto que vuelvo a pensar en ella más de lo normal. No es que nunca la haya olvidado, ni mucho menos, pero solía ser apenas el trasfondo amargo de mi vida entera, y había días que ni pensaba en ella de forma consciente. Era solo un eco resonando en mi cabeza, un fantasma que reverberaba en todos los poros de mi piel pero al que apenas notaba más que una ráfaga de brisa. Sólo era el primer pensamiento de cada día, y el último de cada noche. Apenas un susurro.
Este párrafo es sencillamente perfecto, tanto en la forma como en el contenido.
No contaba con que para cerrar el trato decidiera escupirse de verdad en la mano y yo tuviera que tocar su saliva y me diera de todo menos asco.
Esto me encanta porque es muy bruto, muy Ángel y a la vez me parece precioso xD
En realidad no se por qué decido arriesgarme, quizá porque así ella se achantará y no volverá a complicarme tanto las cosas. Quizá porque la echo de menos y esto es solo una excusa.
jajajaja lo de la excusa ha quedado genial. Ya entiendo a qué te referías cuando me preguntaste cuándo había escrito aquello que te pasé xD (efectivamente, todavía no lo había pillado)
- He dormido mal – le digo, aprovechando que me salía un bostezo para exagerarlo y dar énfasis a mi mentira.
Este detallico también es por el estilo y me encanta. Muy tú
Me planteo poner cara de inocencia y decirle que nunca hemos estado mal, pero Dani no se tragaría eso.
Lo mismo digo de esto
No entiendo como la gente no se da cuenta de que le he hecho el amor decenas de veces solo por el modo en que nos miramos.
Qué preciosidad!
Y para terminar de hacerlo realista, haces referencias a cosas que han hecho en el mes de mayo como lo del basket o hablar de penes (que por cierto, me encantan las barbaridades que piensa al respecto xDD No las pongo que bastante estoy ocupando ya)
En realidad no pareció algo muy personal, ya que yo estaba enfadado con todo el mundo en general, pero creo que la gente notó que entre Patricia y yo la tensión era mayor que con los demás.
AMÉN
Pero Dani no es un compañero de trabajo, Dani me conoce y sabe que es muy difícil que yo esté con alguien como estaba con Patricia.
Esta clase de cosas no sabemos si son ciertas, pero le dan personalidad al fic, y yo intuyo que además has dao en el clavo
- Ya bueno, es Patricia. ¿Quién puede librarse de ella? – bromeo, aunque la pregunta se repite en mi cabeza con un tono mucho más grave. ¿Acaso puedo librarme de ella? ¿De su recuerdo?
Pero si has terminado de coronarte, ha sido sin duda con esta parte:
Los días pasan y yo cada vez censuro menos mis guiones. No se en qué momento llego a la conclusión de que no me importa lo que ella piense, ni lo que piensen el resto de nuestros compañeros de trabajo, ni lo que piense mi novia. Es curioso porque me doy cuenta de que empiezo a comportarme como cuando éramos amantes: obligándome a no pensar por qué hago las cosas para no tener que enfrentarme a la respuesta.
Lo hago todo por el programa, sin duda.
La escena del camerino me tiene loca. Tienes que escribir ya! Qué huevos los de Patricia. Ole, ole, y ole!
Legna- Mensajes : 516
Fecha de inscripción : 08/12/2009
Re: Adictos (recuperación)
Después del comentario de Legna todo alago se queda corto, asi que mejor me callo y te pido amablemente QUE SIGAS GENIA
Vic- Mensajes : 81
Fecha de inscripción : 14/12/2009
Edad : 32
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Página 1 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.